Capítulo 46

38 3 1
                                    

Sebastián había muerto. Las palabras de Perséfone retumbaban en mi cabeza como un eterno eco que me aturdió por varios minutos.

Muerto. Muerto como la Madre Naturaleza. Una vez más, había fallado. Le fallé a Sebastián, a Perséfone, a la Madre Naturaleza a Sev...

Su mirada esmeralda pesaba sobre mi cuerpo. Me estaba sofocando. No tenía derecho de llorar, no cuando la muerte de Sebastián había sido mi culpa. Empujé el cuerpo del Dios, mis rodillas temblando mientras forzaba a mis piernas a sostenerme.

Las plumas del hada habían quedado olvidadas sobre el suelo, pequeñas gotas de mi sangre manchándolas. Mordí mi labio hasta sentir el sabor metálico de la sangre.

—Amelee, no fue...

Su voz fue enterrada por los gritos en mi cabeza, solo la penetrante voz del hada resonaba en mis oídos hasta hacerlos sangrar. Las sombras de Sev comenzaron a levantarse lentamente del suelo, cuerpos enteros con rostros y atuendos me devolvían la mirada, curiosos.

Escuché a alguien jadear a través de los gritos solo para ser ocultada de nuevo.

—Sé que no soy su maestra, —Mi voz salió tan suave y baja que por un momento pensé que solo estaba hablando en mi cabeza. —pero el día de hoy serán mis sirvientes.

—¡Amelee, esta magia es prohibida!

No pude identificar al dueño de la voz, pero el picor en las puntas de mis dedos y mis ojos tornándose lentamente en negro gritaba por venganza.

Rastréenla. —Esta vez, el filo de mi voz detuvo hasta el tiempo en aquella sala. —Cásenla como cazarían a un animal salvaje y... utilicen todos los medios necesarios para detenerla. La quiero viva.

Al girarme, los rostros de los hombres frente a mí no eran diferentes a la reacción que tuve al ver a Perséfone minutos atrás. Entre las sombras, pude reconocer el rostro de Daniela sonriéndome desde mi derecha. Su cuerpo se dobló en una reverencia antes de salir disparada con las otras sombras por la puerta hacía la calle.

—¡Amelee! —La voz de Rafael finalmente rompió la barrera que tapaba mis oídos, sus ojos azules brillaban con una extrema preocupación. —¡¿Qué...?! ¡¿A quién mandaste a cazar?!

Limpié la sangre en mi boca con mi lengua de una sola pasada, los dos dioses frente a mí ocultaban sus expresiones en una perfecta mascara de porcelana. Me preguntaba qué tipo de rostro tenía en aquellos momentos para causarle tanto terror a un ángel tan poderoso y antiguo como Rafael.

—No pierdas el tiempo haciendo preguntas estúpidas, Rafael.

Una figura oscura se formó a mi lado, su altura era solo unos centímetros más baja que yo, pero con un rostro tan familiar que dolía a este punto.

—Ife, ya sabes qué hacer.

Mi bisabuela me dio una sonrisa suave antes de desaparecer en el viento.

Nunca logré comprender completamente de dónde salían las sombras que seguían a Sev a todos lados o, las sombras que se pegaban a mí. Después de llamar a cientos de espíritus del inframundo, tenía la ligera impresión de que las sombras se trataban de aquellos espíritus que llevaban rondando la tierra por tanto tiempo que ya habían olvidado completamente quiénes fueron en algún momento.

Los ojos del demonio estaban oscuros, lo único que me daba una idea de cómo se estaba sintiendo después de que molestara su reino y rompiera todas las reglas del mundo.

—Una guerra no se gana jugando limpio.

Mis piernas comenzaron a moverse por sí solas, siguiendo la dirección de todas las sombras por la puerta cuando un gran temblor me envió directamente al suelo. El impactó de la loza contra mi cuerpo casi me causó una fractura en varios huesos. Los gritos se elevaron sobre las silenciosas casas, chispas volaban al otro lado de las ventanas y mis oídos comenzaron a zumbar.

Danza FloralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora