I

3.8K 126 3
                                    

Dicen que la muerte de un ser querido es algo que impacta en tu vida de una manera increíble, esta casa pasó de ser uno de mis recuerdos favoritos a uno de los peores.

Las paredes beige decoradas con los cuadros de papá, el típico olor a pino al entrar, las alfombras donde solíamos sentarnos a leer, cada rincón de la casa ahora estaría vacío. Mi padre ya no estaba aquí, tampoco mi madre. Ahora solo éramos Nate y yo.

La relación con mi hermano nunca fue algo estable, no lo conocía en verdad, solía verlo cada vez que visitaba a nuestro padre pero jamás entablamos aunque sea una conversación. Lo mismo sucedió con él y mamá, sólo que él nunca nos visitaba o llamaba.

El viñedo soleado que recorría a caballo con papá ahora estaba envuelto en una tormenta, el auto se detuvo dejándome frente a las grandes puertas de madera, un nudo se formó en mi estómago pero le agradecí al chofer cuando dejó las maletas a mi lado. El auto arrancó dejándome bajo la lluvia, no tenía ninguna intención de entrar, quería volver a casa, a mi casa, con mamá.

Miré hacia arriba en busca de que la lluvia cesara pronto pero el cielo no cambiaba su oscuro color gris, oprimí el botón del timbre y esperé a mi hermano con los nervios al flote. Nathaniel me asustaba muchas veces, era un hombre amargado, lo peor del caso es que solamente tenía veintitrés años.

—Señorita— Amelia, la señora del servicio, tomó mi mano llevándome al interior de la casa —Está empapada ¿caminó hasta acá?— pidió ayuda con mi equipaje, mientras ella me llevaba al fuego de la fogata, envolviéndome en una manta —Sabe la facilidad con la que coge un resfriado.

—Lo siento— musité, cerrando mis ojos, recibiendo el olor de la manta.

—Cariño— habló con lástima, envolviéndome en un cálido abrazo, no lloré aunque quisiera hacerlo, solo me mantuve abrazada a ella. La conocía desde que era pequeña, siempre que venía preparaba mi pasta favorita y chocolate caliente que bebía con papá, quien leía todas las noches mi libro favorito.

—¿Está Nathaniel?

—Llegará en un momento, esta con socios de los viñedos.

Asentí, dejando salir un largo suspiro. No quería asimilar la idea de que ahora esta sería mi casa y de que Nate sería mi tutor.

A órdenes de Amelia, fui a mi habitación para tomar una ducha de agua caliente, papá solía decir que le encantaba la tranquilidad que había en este lugar, que esta habitación era su lugar favorito de toda la casa, eso era algo en lo que no coincidía con él, la biblioteca era lo mejor en este lugar, libros de cualquier cosa de lo que pudieras imaginar, estantes gigantescos llenos de obras. Era una maravilla.

Un vestido verde pálido estaba sobre la cama junto a ropa interior y unos zapatos, después de secarme comencé a vestirme, acercándome al espejo para acomodar el lazo del vestido.

—Déjeme ayudarla— giré encontrando a Amelia en la puerta, con un maletín en su mano.

—Gracias— recorrí mi cabello para que también abrochara el último botón —¿Qué es eso?— cuestioné, apuntando el maletín de piel de color café.

—Es del señor.

—¿Señor?— cuestioné observándola, a través del reflejo del espejo —Es solo, Nathaniel.

—Las cosas han cambiado desde que sus padres fallecieron, señorita— apretó el lazo en mi cintura —Su hermano principalmente.

Mordí mi labio, volviendo a ella, específicamente al espejo, mirando mi atuendo —Gracias, Amelia.

—No hay de que, señorita— me dio una suave sonrisa —Por favor, no hay que hacer al señor esperar.

De forma inconsciente, puse los ojos en blanco, ¿desde cuándo se creía tan importante? Claro, ahora era dueño del imperio de papá pero era molesto ver aquello.

𝓓𝓮𝓼𝓬𝓸𝓷𝓸𝓬𝓲𝓭𝓸𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora