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Angelina.

Me dolía la cabeza de tanto escuchar a esta señora, era mi primera semana con ella y no podía más.

Era alguien insoportable, desde su tono de voz, hasta su mirada, sus comentarios, absolutamente todo.

—Es la tecla de al lado, Angelina, es la quinta vez que te lo digo.

—Ya no quiero hacer esto ¿me puedo ir? Me duele la cabeza.

—No, tu clase termina dentro de veinte minutos. Prosigue— se recargó en el piano, puse los ojos en blanco llevando mis dedos a las teclas de nuevo.

—Au— me quejé ante su manotazo.

—Basta de voltear los ojos, es muy grosero y no es digno de una señorita como tú.

Dios, por favor mándame paciencia.

Ignorándola, volví a tocar la melodía desde el inicio, como lo tenía indicado y esta vez presione la tecla correcta, o fue así hasta que llegué a la parte final la cual se me complicaba. Podía hacerlo bien si quería, pero si terminaba con esta pasaría a una de grado mayor y honestamente, ya no quería saber nada del piano por hoy.

Dándole una mirada, toque el resto de las teclas sobresaltándola.

—Necesito salir de aquí, preciada señora institutriz. Mi cabeza va a estallar de dolor si prosigo con estas maravillosas clases que ya no soporto ni por un minuto más. Son una hermosa tortura al igual que usted. 

Con una falsa sonrisa me levanté, si Nathaniel pretendía tenerme ocupada, que buscara cosas más agradables que esto. Ya sabía tocar el piano...entre paréntesis, mamá me enseñó un poco, pero no necesitaba más.

—Vuelve a tu asiento, Angelina.

—¿No me escuchó?

—Voy a comentarle esto a su hermano si cruza por esa puerta.

—Ya está molesto conmigo ¿qué más puede pasar?— borré mi sonrisa, saliendo del estudio, caminando a las escaleras, no podía más definitivamente.

Aunque ese no era el motivo por el cual había huido así.

Si Nathaniel pensaba tener motivos para enfurecer cuando no los había, entonces iba a darle uno de verdad para que sus palabras no fueran en vano.

—No se si fue mi imaginación o tu hermano Samuel empezó a cantar ópera.

—Puede ser cualquiera de los dos, ya no lo dudo— bloqueé la puerta, dándole una sonrisa.

—Me cae mejor que Nathaniel.

—Coincidimos en algo más— aproximándome a él, tomé asiento en sus piernas —¿Llegaste hace mucho?

—No— respondió abrazando mi cintura —Esta vez soborné a Gabriel con juguetes para su hija.

—Bien hecho.

Intercambiamos una sonrisa dejando la habitación en silencio por un momento, tomando sus hombros lo empuje suavemente al colchón para que se recostara. Sin decir nada lo hizo, se recorrió hasta donde estaban las almohadas y abrió sus brazos en mi espera.

—¿Qué excusa le dijiste a Dominic?— lo abracé, recostando mi cabeza en su hombro.

—Ninguna, ya sabe que vengo— comenzó a jugar con mi cabello —Pero descuida, no va a decir nada, tampoco le conviene hacerlo.

—¿Siguen castigados por lo de los archivos?

—Si, mi padre no lo tomó muy bien, pero oye, nuestro escondite estará libre. Fumigaron toda la escuela el fin de semana, se deshicieron de esas ratas.

𝓓𝓮𝓼𝓬𝓸𝓷𝓸𝓬𝓲𝓭𝓸𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora