II

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𝙰𝚗𝚐𝚎𝚕𝚒𝚗𝚊

—¿Está todo listo? Tenemos que dar una buena impresión, Oliver, hay que tenerlos a nuestro favor— resonó la voz de Nathaniel en el comedor.

Girando mi cabeza lo encontré con el cabello un tanto despeinado y un atuendo casual, eso era algo extraño en él  —Buenos dias— saludé desde mi silla.

—Buenos dias, Angelina— tomó asiento en el mismo lugar de la noche anterior.

—¿Vendrá alguien?

—Los Bass.

—¿Qué?— hice una expresión de disgusto —¿Por qué?

—Por asuntos de negocios— miró a Oliver quien le sirvió café —Por favor compórtate, es algo de suma importancia.

—Si, señor— dejé salir aire, recargándome en la silla, no me agradaban los Bass.

Los gemelos específicamente.

—¿Tengo que estar ahí?— insistí jugueteando con el tenedor.

—Si, han estado preguntando por ti últimamente.

—¿Por qué?

—Por interés, saben lo unida que eras con nuestros padres— tomando mi mano hizo que dejara de mover el tenedor —Solo serán un par de horas, puedes darles una sonrisa y sólo escuchar— me soltó volviendo a su taza.

—¿Por qué debería? Sus comentarios siempre son de mal gusto y no tengo porque soportarlos.

—Lo entiendo, pero hace un año que no ves a los gemelos, han cambiado al igual que tú, dales una oportunidad.

—No me lo pidas, ni siquiera tengo opción— tomé el vaso que contenía jugo de mango.

—Por favor, Angelina, es por nuestro beneficio, a su lado los viñedos crecerán aún más.

Éramos una de las familias más "reconocidas" de este lugar, el viñedo se viene heredando desde mi tatarabuelo quien ha logrado un estatus increíble para nuestro apellido. A veces la ambición no era algo bueno, pero era lo papá hubiera querido.

—Bien— musité dejando el tenedor sobre el plato, dando por finalizado mi desayuno, uno de los meseros lo tomó y desapareció del comedor.

—Debo ir al pueblo dentro de una hora ¿te gustaría acompañarme?

—¿En serio?— lo observé con cierta ilusión.

—En serio— recibió su plato.

—Me encantaría, Nathaniel.

—Está decidido entonces, ve a que Amelia haga tu cabello.

Asintiendo me levanté de la silla para ir de vuelta a mi habitación, llamando a Amelia en el camino. Ahora el atuendo consistía en un vestido azul claro, con un lazo blanco en la cintura y zapatos del mismo color.

—Buenos días, señorita.

—Buen día, Amelia— me senté en el banco frente al peinador, tendiéndole el cepillo.

—Se ve feliz el día de hoy— sus manos se colocaron en mi cabello ondulado comenzando a cepillarlo.

—Iré al pueblo con Nate— respondí observándola a través del espejo —Hace mucho tiempo no lo visito.

—Me alegra verla sonreír, ya extrañaba tenerla así.

Mis mejillas comenzaron a combinar con el color de mi cabello pero simplemente le respondí con una sonrisa. No tardó mucho en hacer una trenza relajada pero delicada, algo que mi padre adoraba.

𝓓𝓮𝓼𝓬𝓸𝓷𝓸𝓬𝓲𝓭𝓸𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora