Epílogo

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Angelina

—No lloren.

—¿No lloren? ¿Ya te viste?

Giré mi cuerpo para ver mi reflejo en el espejo.
El vestido era precioso, parecía de una princesa al igual que la coronita en mi cabeza, un año después el día de la boda había llegado.

Tres años atrás esto era imposible, mi yo de quince años se negaría a una boda hasta que cumpliera treinta años. Era divertido ver como todo podía cambiar tan rápido, como pase de "detestarlo" a estar a horas de casarme con él.

—Si está muy bonito.

—Tu lo estás...mamá moriría de felicidad y papá no se diga.

Sonreí un poco ante el comentario de Sam, estaba más que feliz y la sonrisa que no podía borrar de mi rostro era la prueba más exacta.

—¿Me pueden dejar los dos?

—¿Los dos?— Sam casi suelta un chillido de emoción.

—Si, Samy, los dos— reí con suavidad.

—Nada nos haría más feliz, zanahoria.

Sonreí al escuchar a Nate, mi ogro por fin era papá de unos mellizos, siempre si terminó embarazando a Cristina.
Los niños apenas tenían tres meses de nacidos, eran preciosos justo como los padres.

—¿Entonces nos vamos?

—Entonces nos vamos.

Con nervios salí de la habitación bajando las escaleras —Mi niña...— Amelia cubrió su boca con los ojos llenos de lágrimas.

Me acerqué a abrazarla con fuerza, sosteniendo sus manos —Voy a extrañarte, Amelia...no sabes cuánto.

—Y yo a ti, mi niña— acarició mi mejilla —Te deseo el mejor de los matrimonios.

—Muchas gracias, Amelia— sonreí, saliendo junto a ella encontrando a Theo al lado del auto.

—Duquesa— hizo una reverencia.

Sonreí abriendo mis brazos hacia él —Ay, Theo.

—No se vale llorar, se te va a correr el maquillaje— me abrazó hacia él —Estás hermosa, Damien se va a desmayar cuando te vea entrar.

—Quisieras— reí —Tienes que visitarnos seguido.

—Lo haré, Ange.

—Tu también, Oliver— lo abracé.

—Si su hermano va yo también, señorita— sonrió ampliamente.

—Más te vale, a los dos.

—Si, señora.

Volví a reír ante su saludo militar, subiendo al auto junto a mis hermanos y Cristina mientras ellos viajarían en el de atrás.

La iglesia estaba casi llena, había demasiadas personas lo que causaba aún más nervio, podía sentir mis manos sudar como nunca. Afortunadamente teníamos una entrada trasera y evitaríamos todo eso.

Una vez dentro la duquesa sonrió —No lo puedo creer, no sabes lo feliz que estoy.

—También yo, duquesa.

𝓓𝓮𝓼𝓬𝓸𝓷𝓸𝓬𝓲𝓭𝓸𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora