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Sehun llevaba un buen rato renegando de sí mismo, de Harold y Sarah Thoragood, de Bella, Irene, la taberna, su familia y sus clientes; de San Francisco, de la idea de llevar a Luhan a cenar en un barco y de todo lo que se le ocurría.

Renegaba del mundo entero, excepto de Luhan. Aunque aborreciese al universo, era incapaz de enfadarse con su primo, lo cual lo ponía todavía más furioso y lo llevaba al borde de la desesperación. Se decía que no tenía derecho a sentir por Lu lo que sentía, pero era incapaz decambiar sus sentimientos. Cada día que pasaba parecía estar más embrujado por aquella hermosa e inocente criatura. Hubiera podido resistir a la belleza más perfecta. Podría haber sobrevivido a la más implacable pasión física. El encanto y la amabilidad de Luhan, por sí solos, no le habrían hecho mella alguna. Pero lo que lo había derrotado era la maldita inocencia de aquel doncel. En cuanto Sehun miraba el fondo de sus ojos brillantes empezaba a sentir vértigo, a pensar que le faltaba el aire. Y le faltaba. ¡Malditos donceles con nombre de bonito! Era cosa de magia. ¿Por qué los hombres Choi acababan siempre sometidos irremediablemente a ellos? Ahora veía a sus hermanos de otra manera. Ya no le parecían tan débiles. Durante mucho tiempo presumió de ser invulnerable a los ataques de la más arrebatadora existencia. Había sobrevivido a muchas campañas de conquista muy bien orquestadas, a muchos asedios formidables. Y tuvo que llegar de Virginia aquel inocente muchacho de ojos brillantes, para que cayera en las redes del amor, como un adolescente atontado.
Tenía que asegurarse de que Luhan se quedara con Bella. Había llegado a la conclusión de que esa era la única manera en que podría romper la fascinación que sentía por él. También era la única manera, claro está, de mantener sus manos lejos de Luhan. Si antes se había sentido tentado a estar con el, ahora que el mundo entero pensaba que era su esposo, la tentación era más que infinita. No podía contarle a su primo la verdadera razón por la cual le había llevado a la residencia de Bella. No se la podía contar a nadie, porque era tan inexplicable que se podía decir que no existía. ¿Cómo podría explicar que no confiaba lo suficiente en sí mismo como para mantenerse alejado de su esposo? Todo el mundo esperaba que ellos durmieran juntos. Eso era lo natural, lo que querían todos los recién casados. Pero Sehun no quería darse aquel maravilloso lujo cuando estaba seguro de que, al cabo de un tiempo, Luhan no querría seguir siendo su esposo. Él podía ser muchas cosas, pero no era tan egoísta ni tan desconsiderado como para traer al mundo a un niño que no tuviera padre, como debía ser. No había permitido que eso le pasara al bebé de nadie.Y ciertamente no iba a permitir que eso le pasara a su propia descendencia.

Sehun no podía recordar a su padre, que se había marchado antes de que cumpliera los dos años. Y tampoco podía recordar de verdad a su madre, aunque había vivido dos años más que su padre. Jinki y DongWook habían tratado de llenar aquel enorme vacío, pero sin mucho éxito, pues siempre se había sentido desconectado de su familia. Sus hermanos tenían recuerdos y experiencias que él no podía compartir, recuerdos que, aun sin querer, lo excluían a él de una parte muy importante de sus vidas. Sehun nunca había entendido la necesidad que tenían sus hermanos de ponerse a prueba. Había visto sus luchas y en parte se consideraba afortunado de haber escapado a semejantes competencias. Sin embargo, en parte también se sentía privado de algo, marginado. No tenía otra meta en la vida que satisfacer sus propios deseos. Se decía que si, en contra de lo que pensaba, Luhan quería seguir casado con él, con aquellos precedentes nunca sería un buen cabeza de familia. ¿Podía ser un buen padre un hombre que no quería casarse, que no quería tener hijos, que quería alejar de él a todo el mundo? Gruñó. Se puso a recordar. La noche que inauguró el Heaven había sido uno de los momentos más felices de su vida. Un enorme orgullo. El salón le había brindado un sentido, un objetivo en la vida. Era dueño del negocio con el que había soñado durante años. Cada vez que doblaba la esquina y veía la elegante fachada de la cantina, experimentaba una sensación de enorme orgullo y felicidad y sentía que estaba llegando a casa. Allí, en la cantina, tenía el hogar y la familia que no acabó de tener de niño. Hasta esa noche. Ahora ante la taberna se sentía como si lo hubiesen enviado al exilio. Ni siquiera sabía cuáles eran sus sentimientos hacia Luhan, el chico con nombre de precioso que había conseguido obsesionarlo. Podría haber entendido su estado de ánimo si estuviera enamorado, pero ¿de verdad lo estaba? Había visto cómo sus hermanos se desvivían para dar gusto a sus hombres... ¿Le pasaba a él algo similar? No, no debía de estar enamorado porque no sentía necesidad de desvivirse por los caprichos de su primo... Pero no entendía esa fascinación, esa intoxicación, ese hechizo que sentía. Se sentía embrujado, obsesionado, torturado. No era amor, porque los hombres enamorados que había conocidoestaban contentos, no atormentados. Pero entonces, ¿qué era?
Agonía. Sehun se sentía entre la espada y la pared, incapaz de moverse. Si no tomaba una decisión pronto, se iba a volver loco. Si Luhan decidía que no quería seguir casado con él, eso lo solucionaría todo. Tenía que precipitar esa decisión. Desde luego que le dolería verle marcharse. No sería verdadero amor, pero nada le gustaba más que tenerlo cerca. No le llevaría mucho tiempo descubrirlo. Esperaba que cuando el decidiera marcharse, él ya hubiese superado aquella extraña fascinación, o lo que demonios sintiera por el. Necesitaba romper el maldito embrujo, pues ya le era casi imposible concentrarse en el juego. En su vida.


—No puedes entrar aquí. —Irene, alarmado, vio que Luhan estaba entrando por la puerta principal de la cantina—. Sehun ha dado órdenes estrictas de que no te acerques a este lugar.

Luhan, muy decidido, evitó a Irene apretando el paso y dando un pequeño rodeo. Todavía no había decidido cuál sería la mejor manera de acercarse a Sehun, pero desde luego sabía que necesitaba libertad para entrar en el salón. Sehun había dejado muy en claro que él no iría a buscarlo. Le correspondía demostrar a su terco marido que sería más feliz con el.Miró un momento a Irene y habló con tono firme.
—Soy el esposo del dueño de este lugar. Tú eres su empleada, no su esclava. Si él quiere que me vaya, déjalo que se levante y me saque de aquí personalmente.

Irene sonrió con un poco de tristeza.

—Si desobedezco a Sehun otra vez, si acabará despidiéndome. Lo que me pides es que ponga en peligro mi existencia. Esto es lo único que tengo.

—No, no quiero que pase eso, simplemente...

Irene lo interrumpió.

—Y después de desafiar a tu marido y ponerme a mí en mi lugar de simple empleada, ¿qué pretendes hacer?

—Ayudarte, tal como hacía antes.

La picardía sustituyó a la tristeza en la mirada de Irene.

—¿Nada más? ¿No quieres que tu marido... sea de verdad tu marido?

—Todavía no. Tengo que pensar un plan para conseguir eso.

—¿Y me vas a contar lo que decidas?

—No lo sé. No quiero que Sehun se enfade también contigo.

—No te preocupes, mientras las cosas sigan así, Sehun estará siempre enfadado. Conmigo y con el mundo entero, menos contigo.

Luhan pidió a Irene que le enseñara a jugar a las cartas. Al joven virginiano se le daban bien los números, al igual que Irene, y entre los dos habían terminado el trabajo contable de la mañana en solo un par de horas.

—¿Estás loco? Sehun me comería viva si te enseñara a jugar.

—No quiero jugar a las cartas. Solo quiero saber cómo funciona el juego. No puedo entender qué es lo que les parece tan fascinante a Sehun y a todos esos hombres. A mí me parece un poco aburrido.

—No digas eso. Si todo el mundo pensara así, nos quedaríamos en la calle.

—Hablo en serio. ¿Por qué lo hacen?

—Por la posibilidad de ganar.

—Pero si casi siempre pierden casi todos.

—No importa, el verdadero jugador es un optimista eterno. Está seguro de que su suerte cambiará en la siguiente mano y que ganará más que suficiente para compensar todo lo que perdió.

—Sehun no pierde mucho.

—Sehun juega calculando las probabilidades, y además sabe juzgar a las personas mejor que nadie. Se diría que es capaz de leer el pensamiento. Siempre sabe qué jugador va de farol.

—¿Cómo se juega calculando las probabilidades? ¿Es realmente posible hacer eso? Pensé que uno solo apuesta su dinero y se limita a esperar que la suerte le favorezca.

—Eso es lo que hacen la mayoría de nuestros clientes. Y gracias a eso ganamos dinero. Está bien, te explicaré cómo se juega al póquer.

Para su sorpresa, a Luhan el juego le pareció fascinante. Entendió por qué su padre no quería que el aprendiera nada al respecto. Podría pasarse horas repartiendo las cartas para ver las distintas manos que podía sacar. Y aún más fascinante era tratar de calcular las probabilidades de sacar una carta en particular o de adivinar el juego que tenía el de enfrente. Irene le miraba sorprendida.

—¿Seguro que nunca habías jugado póquer?

—Jamás. Santo Dios, papá se moriría si me viera con estas cartas en la mano. Estaría seguro de que me voy directo hacia el infierno.

Irene se rio.

—Peor sería que nos viera Sehun. Será mejor que escondas esa baraja.

—Espera solo un momento.

El momento se convirtió en toda la tarde. De vez en cuando le hacía alguna pregunta a Irene, pero sobre todo se dedicó a repartir distintas manos, a tratar de mejorarlas cambiando cartas, a ver qué mano ganaba en cada caso. Tuvo suerte: acababa de meterse la baraja en el bolsillo, cuando Sehun bajó las escaleras. Luhan sintió pánico. Creía que estaba mentalmente preparado para enfrentarse a él cuando llegó, pero se había distraído tanto con las cartas que la aparición le había tomado por sorpresa. El juego era, en efecto, peligroso. El joven se animó un poco, sin embargo, al ver que Sehun sonreía al posar sus ojos en el. Es verdad que de inmediato la irritación sustituyó a la sonrisa, pero Luhan sabía lo que había visto. Su marido se alegraba de verlo. Ahora el problema era cómo obligarlo a admitirlo. Sehun se dirigió hacia el, así que Luhan se puso en guardia.
—¿Qué estás haciendo aquí?

Utilizó un tono de voz tan fuerte que casi todos los que estaban en el salón se volvieron a mirar. Por lo general, a Sehun no le importaba que la gente oyera sus conversaciones, pero ahora parecía muy consciente de que tenía público. Miró a su alrededor con preocupación.
—Ven a mi oficina. Hay unas cuantas cosas que tenemos que aclarar.

Sehun se daba cuenta ahora de que había sido una tontería pensar que Luhan se quedaría en la casa de Bella. Nunca se había quedado en ninguno de los lugares a los que lo había llevado. Pese a ello, al bajar las escaleras y verlo sentado en una de las mesas, tan bello como un ángel, como si no hubiesen contraído matrimonio el día anterior, se sorprendió. Y se quedó conmocionado.Tomó aire y cerró la puerta del despacho.

—Te dije que no debías volver por aquí.

Mientras decía eso, pensaba cómo era posible que cada vez que lo veía siguiera sorprendiéndose por la belleza de Luhan. Llevaba varias semanas viéndolo todos los días y en todas las ocasiones descubría algo que no había notado antes. Ese día Luhan llevaba un trajecito azul oscuro que le resaltaba más de lo habitual. También llevaba el pelo peinado con un pequeño ramo de flores azules que lo adornaba. Parecía más maduro, y estaba muy elegante.

—No puedo quedarme en mi habitación todo el día sin nada que hacer. Me moriría.

—¿Por qué no has ido a visitar a Sarah Thoragood?

—No creí que fuera prudente. En vista de la forma en que te trató ayer, lo más probable es que yo terminara diciéndole algo desagradable.

A Sehun le halagó aquella conmovedora defensa de su primo, que siguió explicándose.

—Pensé en visitar a Yixing, pero supuse que no querrías que lo hiciera.

—También ante el terminarías por decir algo imprudente, es verdad... pero no puedes seguir viniendo aquí.

—¿Por qué? Este es el sitio donde vive y trabaja mi esposo. ¿Qué otro lugar sería más apropiado para su mi? Eso es lo que tenemos que discutir. Bella me dice que los hombres ricos no duermen en la misma habitación que sus esposos. Yo sé que en Salem somos muy palurdos, y no siempre hacemos las cosas de la forma más elegante, pero siempre había pensado que un hombre y su esposo deben dormir, como mínimo, bajo el mismo techo.

Luhan había sacado a relucir el asunto que más temía su primo. Debería habérselo explicado a Luhan desde el día anterior, pero estúpidamente había preferido esperar a que el lo descubriera por sus propios medios. Pero debería haber sabido que, aunque Luhan lo entendiera, de todas maneras querría hablar sobre el asunto.
—Si sigues viniendo aquí, acabarás con tu reputación y despertarás toda clase de rumores.

—No ocurrirá eso si la gente sabe que estamos casados. Y lo sabrá, y entonces será peor para mi buena fama que estemos separados. Nadie lo entendería.

Por inocente que fuera, era evidente que Luhan ya había entendido unas cuantas cosas de la vida. Lo mejor sería ser sincero con el y abordar el asunto sin tapujos.

—Aparte de todas las demás razones que existen para que no vivamos en el mismo lugar, y hay muchas, no puedo pretender estar en la misma habitación contigo y no tocarte. Sería imposible.

Luhan se quedó mudo por la sorpresa unos instantes.

—Pero yo quiero que me toques. Me gustó mucho la otra noche y estoy esperando que lo vuelvas a hacer cuanto antes.

Sehun siempre tan cuidadoso con su apariencia, tan pendiente de que no se le alteraran ni el rostro ni la raya del pantalón ni nada, ahora parecía descompuesto. Le hubiera gustado encontrarse en cualquier otra situación. Metido en un tiroteo o sometido a una regañina de Jinki, cualquier cosa menos tener que dar explicaciones a Luhan sobre aquel maldito tema.

—No es a los besos y los abrazos a lo que me refiero —dijo Sehun—. Cuando los hombres y sus esposos duermen en la misma cama, ellos... Se considera normal que un hombre y un doncel que están casados... Un hombre solo puede contenerse hasta cierto punto. —Lo miró con desesperación.

—¿Estás tratando de decirme que los hombres siempre están ansiosos por hacer bebés?

El tahúr, que en ese momento pensaba en muchas cosas, pero no en bebés, no sabía se echarse a reír o comérselo a besos por aquella manera de expresarlo.

—Sí, más o menos.

—Pues no te preocupes, porque lo sé todo sobre ese asunto.

—¿Sabes cómo...? —Sehun no pudo encontrar la manera de terminar la pregunta.

Luhan sonrió.

—Es imposible criarse en una granja y no saberlo.

Sehun dejó escapar un suspiro de alivio. Ya había pasado lo peor.

—Entonces lo entiendes. Si tenemos un bebé y un día te das cuenta de que ya no quieres ser esposo de un jugador, estarías atrapado, sin escapatoria. En cambio de esta manera, cuando te canses de mí, podrás marcharte tranquilamente como si nada hubiera sucedido. Te daré suficiente dinero para que vivas cómodamente hasta que encuentres a alguien con quien quieras casarte.

—A mí no me molesta ser esposo de un jugador. —A Luhan empezaba a angustiarle mucho que su flamante marido no acabara de entenderlo.

—Tal vez ahora no te moleste, pero pronto te va a molestar. Y odiarías tener que contarle a todo el mundo que el padre de tus hijos es un tahúr.

—No, no sería así. Me sentiría orgulloso. Además, eres muy apuesto, me encanta y me seguirá encantando presumir de ti.

Sehun no pudo evitar una sonrisa. Pero sus pensamientos tenían un sabor agridulce. Toda su vida le habían dicho que era apuesto, encantador, divertido. Todo el mundo lo decía como si fuera algo de lo que debiera avergonzarse, o que no mereciera. Muchas veces le habían dicho que su apariencia no compensaba los graves fallos de su carácter. De modo que preferiría no darle a Luhan la oportunidad de llegar a la misma conclusión. El era la única persona en el mundo que no veía ningún defecto en él y, francamente, eso le gustaba mucho.
—Ya sé que no lo entiendes, pero estoy haciendo esto por ti. No puedes volver a venir aquí. Voy a decir a los hombres que vigilan la puerta que no te dejen entrar.

—Pero...

—No discutas, por favor. Tienes que hacer lo que digo. Ahora no lo piensas, pero tarde o temprano llegarás a odiar incluso la simple la idea de estar casado conmigo. Entonces me agradecerás lo que estoy haciendo ahora. Te llevaré con Bella.

Luhan no se movió.

—¿Vas a levantarte o quieres que te levante por la fuerza y te lleve en brazos?

Sehun esperaba que no fuera así, pues si llegaba a tocarlo, no estaba seguro de ser capaz de contener el impulso de llevarlo a su cuarto.

—No te enfades, solo estaba pensando. —Luhan se puso de pie—. Pensé que mi padre era el hombre más testarudo y obstinado del mundo. Pero tú eres peor. Y desde luego debo de ser muy tonto para haber venido hasta California para enamorarme de ti.

—Tú no estás enamorado de mí, no me amas. Solo crees que...

—No me digas lo que creo. Papá me lo dijo durante diecinueve años y ya estoy muy cansado de soportar eso.
Sehun se sorprendió al oír el tono airado de Luhan. Nunca lo había visto tan cerca de enfurecerse con él.

—Ojalá tuvieras razón y solo fuera terquedad. En fin, te demostraré que estás equivocado. Puede que yo solo sea un doncel, y que haya crecido ordeñando vacas y batiendo mantequilla, pero me conozco bien a mí mismo. Y te guste o no, Sehun Choi, yo te amo. No me mires con esa cara de asombro. Ciertamente, que un esposo diga eso no es un delito.

Luhan se alegró de encontrar a Bella en el recibidor de la pensión.

—Necesito tu ayuda —dijo, sin ningún preámbulo. Bella dejó a un lado el libro de contabilidad que estaba revisando.

—¿En qué te puedo servir?

—Necesito que me ayudes a comprar ropa... en principio, color rojo. Quiero que sea algo bastante llamativo, pero no quiero que sea vulgar.

Bella abrió los ojos.

—¿Y dónde quieres lucir eso?

—En la taberna de Sehun.

—Imposible, te ha prohibido que vuelvas por allí.

—Me trae sin cuidado lo que Sehun prohíba o no. Él tiene la tonta idea de que no lo amo y que en unos cuantos días me voy a arrepentir de haberme casado con él y al final me dará vergüenza reconocer que una vez estuve casado con un jugador.

—¿Y crees que eso no ocurrirá nunca?

—Quiero estar casado con él durante el resto de mi vida.

Bella se quedó unos instantes en silencio, como si le costase trabajo digerir esa afirmación.

—¿Y qué piensas hacer en el salón con un traje rojo?

—Tengo la intención de recibir personalmente a cada hombre que pase por la puerta. Pretendo convertir al Heaven en la cantina más popular de San Francisco.

Luhan ( Libro 7- serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora