Finalmente decidieron hacer la reunión en la iglesia, después de todo. La señora Thoragood abordó a Ezequías.
—Las mujeres me han pedido que hable en nombre de todas. Se niegan a entrar en una cantina.
—Pero si accedieran a conocerles en su propio terreno, harían una magnífica demostración de su espíritu de perdón y comprensión —dijo Ezequías—. Y así es más fácil que crean en la autenticidad de nuestro esfuerzo.
—Todo eso está muy bien, pero se niegan a poner los pies en la cantina. Y no se trata de nuestro esfuerzo, sino del suyo. Usted se dejó convencer por Luhan Choi de hacer esto, pero a nosotras nadie nos pidió nuestra opinión.
—Usted debe entender que sería una buena demostración de fe.
—Exponer a nuestros maridos a una clase, de los que preferiríamos no saber nada sería, más bien, una buena demostración de estupidez. —La señora Thoragood hablaba con creciente irritación—. Todo el mundo sabe que los hombres tienen poca resistencia frente a las tentaciones del mal. La mujer que expusiera deliberadamente a su marido a una tentación como esa sería tonta.
—Me parece que usted tiene una opinión muy dura acerca del carácter de esos jóvenes. Yo quedé muy favorablemente impresionado, en especial con la señorita Yerim Kim.
—Estoy segura de que así fue. Los hombres suelen impresionarse con esa clase, incluso los hombres buenos. Pero eso no cambia los hechos, las mujeres se niegan a ir a la cantina. Y yo las apoyo en su decisión. —Entonces haremos la reunión en la iglesia. —Ezequías admitió su derrota con un triste suspiro—. Pero me temo que no tendremos tan buena asistencia como en la taberna.
Sarah Thoragood se ocupó de que el salón de la parroquia quedara adecuadamente decorado para la reunión, pero el resultado no era bueno. Cuando Sehun se enteró de que finalmente planeaban usar la iglesia, se negó a cerrar el Heaven.
—No veo por qué debería perder dinero sin razón —le dijo a Lu.
—Cerrando demostrarías que apoyas a Ezequías frente a esas estiradas.
—Claro, pero resulta que no lo apoyo. Estaré allí para apoyarte a ti, no a él, pero, en lo que a mí respecta, el esfuerzo de volverse respetables acabó con el caso de Bella, a todas luces ridículo. ¡Era mucho mejor cuando se la consideraba una perdida! No voy a prohibir a mis chicos que vayan, pero tampoco les voy a obligar a acudir.
Luhan estaba dispuesto a discutir el asunto durante horas, pero Sehun ya había tomado una decisión y se negó a seguir hablando del tema. Luhan no tuvo más remedio que aceptar la decisión de su marido. Como era de esperar, algunos no estaban nada interesados en la reunión. algunas chicas dijeron que preferían acudir a un segundo encuentro, cuando vieran qué salía del primero, había quienes querían ir, pero no deseaban faltar al trabajo. Entre unas cosas y otras, al final solo fueron siete. La congregación no estaba mucho mejor representada. Aparecieron unas cuantas damas, pero todas dejaron a sus maridos en casa. Y por supuesto, a sus hijos, sobrinos y nietos. Luhan estaba desalentado.
—El propósito de todo esto era que conocieran una clase distinta de hombres.
—Es evidente que estas señoras no tienen la intención de que conozcan a ninguno de sus hombres. —Sehun miraba a Ezequías, que en ese momento hablaba con Yerim y esbozaba una sonrisa—. Ezequías y tú tendréis que pensar en otra cosa o esperar mejor ocasión.
—Si no hacemos algo pronto, no habrá otra ocasión —dijo Lu—. Ninguno volverá para que le miren como a un animal raro al que nadie se acerca.
—¿Qué sugieres?
—Tenemos que encontrar algo que, tengan en común.
—Pero no tienen nada en común.
—Sí, sí tienen cosas en común. Todos tienen familia, casa, ropa, todos viven en esta ciudad, hay muchas cosas. Solo tenemos que encontrar una que podamos usar para que comiencen a hablar.
En ese momento apareció Kitty Lofton, que llegó corriendo con su bebé en brazos.Al verla, Luhan gritó entusiasmado.
—¡Eso es! Bebés. Todos adoran a los bebés.
—Pero solo tenemos uno.
—Solo se necesita uno. —Luhan se dirigió hacia Kitty—. En especial cuando es una criatura tan absolutamente adorable.
Sehun no estaba convencido.
—Un bebé no podrá arreglar este desastre —le dijo Sehun a Irene, que se encontraba a su lado.
—Si alguien puede arreglar esto, es Luhan.
Irene había ido a la reunión porque, según dijo, no se habría perdido eso por nada del mundo. Sehun estaba contento de ver que su amiga había dejado de beber, pero no le gustó saber que había encontrado otro trabajo.
—Si van a hablar de bebés, no me necesitan. Me vuelvo al Heaven.
Pero Luhan llegó corriendo en ese instante.
—Kitty dice que sabe dónde está Jack.
—¿Quién es Jack? —preguntó Irene.
—Su marido. Fue secuestrado y ella quiere que tú, Sehun, vayas a rescatarlo.
El tahúr le miró como si fuera una cosa extraña.
—¡Estás loco! Si lo hiciera, terminaría navegando el mar de la China junto a él.
Pero Lu no pensaba rendirse.
—Tienes que ayudarlo. Es el padre del hijo de Kitty y siempre has dicho que todos los niños deben tener un padre.
—Pero ahora no se trata de convencer a un hombre para que se case con la madre de su hijo. Esos tíos son criminales muy peligrosos. Se llevan a hombres adultos y los mantienen prisioneros durante años. ¿En qué barco está?
—En el Hechicera del Mar.
—¡Joder, precisamente el barco con peor reputación en todo San Francisco!
—Kitty está desesperadamente enamorada de él. No sé si podría soportar perderlo otra vez.
—Además, es imposible que pueda estar segura de que se encuentra en esa embarcación. Solo debió escuchar un rumor.
—¿Tú podrías averiguar algo?
—Tal vez, pero no puedo hacerlo desde aquí. Tengo que regresar a la cantina. Conozco a unos cuantos tíos con los que puedo hablar. Tal vez podamos pensar en algo, pero no te hagas muchas ilusiones. Se necesitaría un pequeño ejército para sacar a un hombre de una de esas naves. Necesitarías a Minho y a Chanyeol. A ellos les encanta pelear.
—Tú puedes hacerlo —dijo Luhan—. Yo sé que tú puedes.
Sehun pensó que había ocasiones en las que Luhan llevaba demasiado lejos su fe en él, su ciega creencia de que era capaz de hacer cualquier cosa. No se daba cuenta de que estaba hablando de hombres que recurrían a la fuerza, al uso de drogas, armas o cualquier cosa que tuvieran a mano para salirse con la suya. Jamás había visto a un criminal de aquellos, ni en Salem ni en San Francisco. Sehun tomó aire y se dijo que se estaba volviendo tan débil como sus hermanos, haciendo una locura tras otra por culpa de un doncel. Y todo porque Lu no podía dejar de ayudar a la gente. Dijera lo que dijera, el nunca le hacía caso y siempre lograba arrastrarlo en sus aventuras. Luhan tenía un corazón demasiado tierno y a él se le estaba ablandando el cerebro. Tendría que hablar con el, hacerle entender que él no podía hacerse cargo de todas las personas desamparadas de San Francisco. Lo que él había comenzado a hacer para su propio beneficio, ayudar a sus empleados, el lo estaba empezando a convertir en un fin en sí mismo. A ese paso no tardaría en pedirle que empezara a recibir a niños sin padre. Tenía que poner coto a todo eso. No quería que hubiese niños sin padre, pero ciertamente no tenía intención de llenar su local de huérfanos. Pero eso tendría que esperar. Ahora había vuelto a ceder y tenía que pensar en cómo sacar al marido de Kitty del lío en que estaba. Estar a la altura de lo que Luhan pensaba de él se estaba volviendo una tarea completamente agotadora, además de peligrosa. No hacía más de veinte minutos que Sehun se había marchado cuando llegó corriendo a la iglesia la madre de Kitty. Si se sorprendió al ver a todas aquellas mujeres turnándose para hacer mimos a su nieto, no lo demostró. Fue directamente a donde estaba su hija.
—El Hechicera del Mar zarpa esta noche.
Kitty casi se desmaya. Se volvió hacia Lu, y Luhan se volvió hacia Irene, que enseguida habló.
—Sehun no puede hacer nada con tan poco tiempo. No creo que haya podido hablar con nadie todavía.
—Pero tenemos que hacer algo. —Kitty estaba casi histérica—. Si Jack se marcha, nunca lo volveré a ver. No podría soportarlo.
No pasó mucho tiempo antes de que todos los presentes se enteraran que el marido de Kitty, el padre de aquel bebé, estaba retenido en las bodegas del Hechicera del Mar. A nadie, sin embargo, se le ocurría nada para remediarlo. Kitty tomó una decisión desesperada.
—Voy a ir a ese barco. Tal vez pueda convencer al capitán de que suelte a Jack.
Luhan intervino de inmediato.
—No puedes ir sola. Yo iré contigo.
—¿Estás loco? —Irene alzó la voz, para que entrasen en razón—. No iréis a ese barco. No saldríais vivos de allí.
—No puedo creer que ocurra esto —terció Ezequías—. Estamos en los Estados Unidos. La gente es libre de ir a donde le plazca.
Irene le dio una lección de realismo.
—Pero esto es San Francisco, y aquí la gente no siempre puede hacer lo que le place.
La señora Thoragood también tuvo un arrebato heroico.
—Iremos todas. Nunca se atreverían a atacar a un grupo de la iglesia.
—Sería mejor esperar a Sehun. —Irene estaba cada vez más alarmada. Y Kitty, cada vez más desesperada.
—Pero no tenemos tiempo: el Hechicera del Mar zarpa esta noche.
Ezequías se sumó a la iniciativa de las señoras.
—Yo iré con ustedes.
Una tras otra, todas las mujeres se ofrecieron a ir. Irene se quedó sola en su postura más prudente. La señora Thoragood la interpeló.
—¿Qué pasa con usted, viene o no viene?
—Yo voy a ir a buscar a Sehun. Alguien tiene que decirle a la policía dónde debe buscar sus cadáveres.
Luhan la agarró del brazo.
—Dile que se reúna con nosotros, pero espero que hayamos podido liberar a Jack antes de que encuentre a esos hombres con los que quiere hablar.
—Por favor, apresurémonos —dijo Kitty.
Luhan le entregó el bebé a Irene.
—Encárgate de él. Volveremos dentro de un rato.
La maldición de Irene, que estaba muy enfadada, hizo que varias de aquellas buenas cristianas se sonrojaran. Sehun se había puesto pálido.
—No te creo. Ni siquiera Lu haría algo tan descabellado.
Irene no tenía ganas de discutir.
—Mírame. ¿Alguna vez me habías visto con un bebé en brazos?
—Ahora que lo dices, no.
Sehun y se dio cuenta de que, por increíble que pareciera, Irene debía de estar diciendo la verdad.
—¡Les van a matar!
Sehun echó a correr hacia su oficina.
—Eso es lo que he estado tratando de decirte —le gritó Irene a sus espaldas.
White, uno de los clientes habituales, se acercó a Irene.
—¿Qué es lo que ha alterado tanto a Sehun?
Irene le explicó la situación rápidamente. White reaccionó con voz atronadora.
—¡El señorito Luhan no puede ir allí!
—Ya se fue, y Sehun marcha tras el.
—Pero un solo hombre no puede hacer nada contra ese montón de forajidos.
—Es una pena que no tengas un arma —dijo Irene—. Tú podrías acompañarlo.
—Claro que tengo un arma. — sacó una pistola que llevaba escondida en la espalda—. Nunca voy a ninguna parte sin ella. ¡Oye, Eric, Bob, el señorito Luhan ha bajado a los muelles! ¡Tenemos que ayudar a Sehun a encontrarlo y traerlo de vuelta! ¿Vais armados?
Cada hombre fue sacando una pistola que llevaba escondida. Irene no sabía si reprenderles o besarles.
—¡Se suponía que aquí todos deberíais ir desarmados!
White la miró con picardía.
—¿Estás loca? Esto es San Francisco.
Cuando Sehun regresó de la oficina, la mitad de los hombres de la cantina ya se habían enterado de lo que había pasado con Luhan y todos estaban armados y listos para acompañarlo.White actuó de portavoz.
—Te acompañaremos a buscar a tu esposo Luhan.
Gritos de «sí, sí, iremos todos» resonaron por todo el salón. Irene le miró, con media sonrisa.
—Dijiste que necesitarías un ejército. Pues bien, parece que ya tienes uno.
—Solo espero que lleguemos a tiempo.
—Me acercaré corriendo al Círculo Dorado —dijo un hombre—. Tengo un par de amigos allá a los que les encantaría tomar parte en esto.
Antes de que hubiesen recorrido unas pocas calles, Sehun ya iba acompañado por una variopinta horda de al menos un centenar de hombres, todos armados con pistolas, cuchillos y palos. Conocían a Luhan y estaban decididos a evitar que corriera algún peligro. El ejército siguió creciendo, calle tras calle. Cuando Sehun llegó a los muelles, le seguían varios cientos. Lo único que tenía que hacer ahora era organizar a sus hombres para el ataque.Pero ¿cómo se organiza una muchedumbre?
Cuanto más se acercaba su pequeño grupo a los muelles, más dudas tenía Luhan acerca de la prudencia de su decisión. Y percibía que todo el mundo sentía lo mismo. Luhan podía ver sus caras de preocupación, el miedo en sus ojos, la forma en que parecían ir frenando poco a poco, temerosos de llegar. Se dijo que su padre no tendría miedo. Y Sehun tampoco. No sería digno de ninguno de los dos si se acobardaba ahora.Pero la verdad era que estaba asustado. El puerto ocupaba, a lo largo, más de quinientos metros de la bahía. Había muchas naves alineadas, una junto a otra, y sus mástiles y sus chimeneas recordaban a un bosque en invierno. Muchas tripulaciones estaban descargando o subiendo la carga que llevarían en su próximo viaje. Las lámparas salpicaban la oscuridad de la noche como luciérnagas gigantes. En todos lados se oían ruidos que revelaban actividad: el suave roce de lascuerdas, el agudo tintineo de los metales, el golpeteo de las pisadas sobre los muelles, el quejido permanente de un torno, el rumor del vapor. El aire de la noche se hacía pesado por el olor de la sal, el pescado y las algas. La luna estaba tan brillante que su reflejo se podía ver sobre el agua al otro lado de la bahía. No había mucho viento y, por fortuna, no hacía frío. Luhan deseó que Sehun estuviera allí. La presencia de Ezequías y el señor Thoragood no era ni la mitad de tranquilizadora que la de su poderoso marido. Luhan se dirigió a los demás.
—Creo que deberíamos trazarnos un plan.
Ezequías ya tenía uno.