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Cuando entró en el Heaven, se sintió como llegando a casa. Las imágenes y los sonidos, tan familiares, dieron a Luhan la sensación de que todo iba a marchar bien muy pronto. La gran cantidad de saludos que recibía a medida que pasaba entre las mesas, la calidez de los mismos, le demostraron que los clientes no lo habían olvidado. Todos querían saber cuándo iba aregresar. El contestó a los saludos con la mano y con sonrisas, y siguió su camino. Se sorprendió al ver a Irene sentada en la habitual mesa de juego de su marido, que no estaba allí. Se imaginó que estaría en una partida privada, en su oficina, como ocurría a veces. Al ver que se dirigía al despacho, Irene le gritó.

—¡No merece la pena que entres! ¡Sehun no está!

—¿Y dónde está? —Sehun nunca había dejado sola la cantina, que jamás dejaba en manos que no fueran las suyas, ni siquiera en las expertas manos de Irene.

—No me lo ha dicho. Solo me pidió que cuidara el local durante unos cuantos días.

—¿No dijo cuándo volvería? —Se angustió un poco. Esperaba que no hubiese pasado nada malo. Pero Sehun le habría dicho algo si hubiese malas noticias...

—No.

—O juegas o hablas —gruñó uno de los jugadores—. Si quieres charlar, vete a otro lugar.

—Tranquilo, Mark. Si sigues molestándome, te echaré de aquí.
—No harás eso cuando tengo una mano ganadora.

—En especial en ese momento. Me parece que has estado ganando mucho más de lo que deberías.

Irene terminó el whisky que se estaba tomando e hizo señas para que le llevaran otro. El tal Mark la miró de mala manera.

—¿Me estás llamando tramposo?

—Todavía no.

—Si no fueras mujer...

—Cállate y juega.

Luhan se apartó, pues Irene ya se había olvidado de el en medio del fragor del juego. Esa noche el salón no parecía un lugar tan divertido. Había algo extraño, premonitorio, en el aire, un ambiente desagradable. No era lo mismo que cuando Sehun estaba allí. Tal vez su marido tuviera razón. Quizá la cantina no era un buen lugar para el. Decidió marcharse. Aún estaba lejos de la puerta cuando le alcanzó Lizzie de Leadville.

—Por favor no te vayas. Tienes que decirle a Irene que pare.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—Está jugando con ese sinvergüenza de Mark Lee. Todo el mundo sabe que hace trampas, pero hasta ahora no lo han podido atrapar.

—Irene sabe lo que hace. Ella...

—Esta noche no sabe lo que hace. Ha estado bebiendo. No sé qué le pasa. Antes no solía portarse así, pero hoy, cuanto más pierde, más bebe. Tienes que detenerla antes de que suceda algo terrible.

—¿Y qué puedo hacer? Si le digo que deje de jugar, sin más, no me hará ningún caso.

Tomó aire y volvió a la mesa de juego. Pensaba en qué podría decir, pero tan pronto como vio la expresión de terquedad y determinación que tenía Irene, se dio cuenta de que decir cualquier cosa sería inútil. Aquella mujer no se iba a retirar del juego. Lo único que Luhan podía hacer era quedarse para ver si se le ocurría algo.

—¿Puedo mirar un rato? —Con el mayor encanto que era capaz de desplegar, que era mucho, sonrió a todos los hombres que estaban en la mesa —. Irene ha tratado de enseñarme, pero nunca he visto una partida de verdad.

—Claro. Acerque una silla —dijo un hombre.

—No me gusta tener intrusos en la mesa —gruñó Mark.

—Yo digo que el se queda —dictaminó Irene.

Luhan se sentó lo suficientemente cerca de Irene como para poder ver sus cartas. Una rápida mirada le mostró que su amiga tenía una mala mano. Luhan no podía entender por qué Irene no abandonaba y esperaba a que volvieran a repartir. Estaba desesperado por hacer algo, pero no podía hablar sobre las cartas. Tal vez si lograba captar la atención de Irene... Le tocó la pierna con disimulo y enseguida fingió excusarse.

—Perdón. No fue mi intención pegarte.

Irene ni siquiera levantó la vista. Siguió poniendo mala cara mientras observaba sus cartas y se movía en la silla. Entonces Luhan estiró el brazo y apretó la mano de Irene.

—¿Quieres algo? Solo tienes que pedírselo a alguna de las chicas.

Era evidente que Irene no estaba en disposición de entender ninguna clase de señas. Luhan tendría que encontrar otra manera de ayudarla. De pronto recordó algo que Sehun había dicho: que todo jugador hace algo que lo delata. Según su marido, sin hacer trampa no se podía ganar en el póquer a menos que se pudiera interpretar a los oponentes tan bien como se podían ver las propias cartas. Tal vez si estudiaba los rostros de los jugadores, podría averiguar algo que ayudara a Irene. Luhan se concentró, pues, en la observación de la cara de cada uno de los hombres. No tardó mucho en darse cuenta de que su presencia en la mesa los ponía nerviosos. No los dejaba portarse como de costumbre. Al percibir esa ventaja, les dedicó su sonrisa más encantadora. De vez en cuando hacía comentarios, pequeñas observaciones que mantenían a todo el mundo nervioso. Mientras tanto, seguía estudiando a los cinco hombres.Para su sorpresa, comenzó a recordar cosas que solía decir su padre. Por ejemplo, que si un predicador quería el bien para su rebaño, tenía que saber cuándo estaba mintiendo alguien, cuándo estaba pasando algo malo, aunque el feligrés afectado pusiera buena cara. Su padre le había dicho que él se fijaba en los ojos, la boca, las manos, cualquier movimiento nervioso, incluso el ritmo de la respiración. A Luhan le sorprendió lo fácil que era el asunto una vez que sabías qué era lo que tenías que observar. No pasó mucho tiempo antes de que aprendiera a leer cada una de las caras de los que estaban sentados a la mesa. Excepto la de Mark Lee. Parecía que cuanto más ganaba el señor Lee, más herméticas resultaban sus emociones. Ninguno de los trucos de Luhan funcionaba con él. Era evidente que aquel tramposo no quería que el estuviera en la mesa, y no lo ocultaba.

Luhan lo estaba observando atentamente cuando Irene soltó de pronto un gemido y su cabeza cayó pesadamente sobre la mesa. Se había quedado dormida. Y fue en ese momento cuando Luhan lo vio. En el breve instante que transcurrió antes de que fijara su atención en Irene, Luhan vio una diminuta chispa de triunfo en el fondo de los ojos de Mark Lee. El brillo desapareció casi de inmediato, pero Luhan estaba casi seguro de haberlo visto.

—Se durmió —dijo uno de los jugadores.

—Nunca vi nada igual en Irene —dijo otro—. Creía que era fuerte como un roble.

—¿Qué vamos a hacer con esta mano?

Mark Lee tomó la iniciativa.

—Ella se retira. Quien gane la mano se queda con su dinero.

Luhan decidió intervenir.

—No, ella no se ha retirado.

Esta vez Irene tenía una buena mano y ya debía varios miles de dólares a Mark Lee. Seguro que su amiga no tenía tanto dinero. El tramposo insistió.

—Si no se despierta en cinco minutos, quedará fuera de la partida.

Luhan volvió a ver aquella maligna chispa en el fondo de los ojos de Mark Lee. Era un rayo tan diminuto y fugaz que no había quedado completamente seguro la primera vez, pero ahora sí lo estaba. Se dirigió a dos de los jugadores.

—Ayudadme a llevarla a la oficina de Sehun.

Los hombres dejaron sus cartas sobre la mesa y prácticamente arrastraron a Irene hasta la oficina, donde la acostaron en el sofá.

—Está como un tronco —dijo uno de los jugadores—. No se va a despertar en un buen rato.

—Tiene que despertarse. Le debe al señor Lee mucho dinero.

—Pues no parece que pueda hacer mucho esta noche, a menos que alguien termine la partida por ella.

—Yo lo haré.

Las palabras salieron de la boca de Luhan antes de que su cerebro pudiera registrarlas y enseguida se sintió abrumado por lo que acababa de decir. Los hombres también estaban sorprendidos, por no decir conmocionados.

—No puede hacer eso, señor. Sehun nos cortaría la cabeza.

—No puedo dejar que Irene pierda todo ese dinero.

—Mark es un buen jugador, señor, el mejor que he visto después de Sehun.

—Pues bien, Sehun no está aquí. O la sustituyo o dejamos que lo pierda todo sin intentar nada.

—A Mark no le va a gustar la idea.
—No le voy a pedir permiso.

A Mark no le gustó, en efecto. Amenazó con retirarse de la partida. Pero Luhan supo pararle.

—Si lo hace, pierde todo el dinero que tiene sobre la mesa.

Luhan no sabía de dónde había sacado el valor necesario para enfrentarse con aquel hombre peligroso y turbio. No sabía de dónde le estaba llegando toda aquella información sobre el póquer, porque con Bella solo había aprendido lo más elemental. Suponía que había aprendido mucho más de lo que creía en todas aquellas noches en que había hecho las veces deanfitrion del local, hablando con los hombres, observando sus partidas, consolándolos cuando perdían y alegrándose cuando ganaban. Luhan ocupó su puesto en la mesa y tomó las cartas.

—Decídase, señor Lee. A los otros señores no les molesta. No veo por qué a usted sí.

Luhan sonrió de una manera incluso más seductora que antes. No les había preguntado nada a los demás, pero estaba seguro de que no lo delatarían. Mark Lee lo miró con recelo.

—¿Alguna vez ha jugado al póquer, señor Choi?

—No, pero creo que conozco las reglas.

Las reglas eran sencillas. Lo difícil era todo lo demás. La experiencia tenía un valor incalculable. Desde luego, practicar con Bella no era suficiente. Luhan sabía que debía desplegar toda su capacidad para calcular probabilidades e interpretar a sus oponentes. Estaba muerto de miedo, aunque no lo dejaba ver. Nunca había tenido una responsabilidad de aquel tipo sobre sus hombros. Empezaba a comprender que su marido no jugaba a las cartas ni dirigía el Heaven solo por diversión. El trabajo de ganar era un asunto serio. Mark Lee se acomodó en su silla rezongando. Luhan tomó las cartas y estudió su mano por cuarta o quinta vez. Tres cuatros, un siete y un as. Mientras calculaba las probabilidades, Luhan deslizó distraídamente las yemas de los dedos por el reverso de las cartas. De repente se detuvo. El reverso de los cuatros y el siete era perfectamente liso, pero en el as había un rasguño diminuto. La marca era demasiado fina para que unas manos callosas pudieran detectarla, pero los suaves dedos de Luhan lo sintieron de inmediato. Alguien había marcado la baraja.

Luhan levantó la vista hacia Mark Lee. El hombre llevaba un anillo que tenía una piedra grande. Nadie tenía nada parecido. El tipo marcaba las cartas a medida que jugaban. Luhan estudió a los otros jugadores. No vio ninguna señal de que alguno de ellos tuviera una buena mano. Luego miró directamente a Mark Lee. Pero esta vez no vio ninguna chispa, solo rabia contenida. Luhan descartó el as y tomó una carta nueva. Cuando llegó su turno de apostar, soltó una risita, jugueteó nerviosamente con sus cartas y subió la apuesta en veinte dólares. Todo el mundo se quedó mirándolo, pero el respondió a todas las miradas inquisitivas con una sonrisa y un leve encogimiento de hombros. Quería que pensaran que era un atolondrado chico que trataba de hacer algo que estaba más allá de su capacidad. Y la interpretación era perfecta, porque en principio obedecía a la realidad.

Se jugaron otras dos manos. Luhan se sintió aliviado al ver que dos hombres se retiraban y que el resto hacía sus apuestas sin mucho entusiasmo. Cada vez iba estando más confiado. Pero todavía no lograba interpretar la actitud de Mark Lee. Luhan no creía que tuviera una buena mano, pero no podía estar seguro, porque el tipo era impenetrable, bueno, muy bueno. Luhan hubo, pues, de confiarlo todo a la suerte. El juego era equilibrado. Unas veces ganaba, otras perdía. Una mano más, y otro hombre se retiró. Mark subió la apuesta cincuenta dólares y el la igualó. Luhan puso sobre la mesa un trío. Mark tenía doble pareja. Luhan sintió una tremenda oleada de alivio, pero se dominó, para que los hombres no notaran lo que estaba pensando y sintiendo. Así que de nuevo soltó una risita estúpida y se comportó como si estuviera sorprendido, al tiempo que acercaba hacia el todo el dinero puesto sobre el tapete. Mark ya barajó y comenzó a repartir antes de que el tuviera oportunidad de contar cuánto dinero había ganado. Más de seiscientos dólares. Unas cuantas manos como esa e Irene liquidaría sus deudas. Luhan tomó las nuevas cartas. Esta vez eran horribles. Entonces levantó la vista hacia Mark Lee y por un instante vio brillar en sus ojos la ya conocida chispa. Estaba haciendo trampas y se había dado buenas cartas. Todo el mundo hizo descartes, menos Mark, que estaba servido. Cuando a Luhan le llegó el turno de apostar, dijo: «Me retiro» y puso sus cartas tranquilamente sobre la mesa. Algo en su voz debió alertar a los otros jugadores, porque otros dos también arrojaron sus cartas y abandonaron. De manera que aquella mano a Mark solo le reportó un poco más de noventa dólares. Luhan se dirigió al tramposo con tono inocente.
—No me parece justo que usted siempre baraje y reparta. Creo que todos deberíamos turnarnos para repartir.

—La costumbre es que haya un solo repartidor —arguyo Mark.

—Pero no es justo. —Luhan se volvió para llamar a otra chica—, Lizzie, tráenos unas barajas nuevas. Reparta usted ahora —le dijo al hombre que estaba a la derecha de Mark.

Mark no cedía.

—¡El repartidor soy yo!

—Pero si usted reparte todo el tiempo, yo no tendré la oportunidad de hacerlo. —Luhan se puso algo así como mimoso, haciendo pucheros. Intentaba que pareciera un capricho de chico tonto. Uno de los hombres acabó por respaldar a Luhan.

—Venga, turnémonos en el reparto, Mark. No pasará nada.

El tramposo seguía empecinado en no ceder.

Luhan insistió con tono lisonjero.

—Hágalo como un favor para mí, ¿vale?

—Vamos, Mark. Deja que el señor Luhan reparta.

Lizzie llegó con barajas nuevas. Seis mazos, todos sin abrir.

—Dale uno al señor Greene. —Luhan señaló al hombre que estaba a la derecha de Mark. Luego sonrió—. Ahora podemos empezar.

Mark Lee parecía furioso, pero debió de decidir que oponerse demasiado acabaría levantando sospechas. Además, ya había ganado bastante. Durante las manos que siguieron, Luhan continuó estudiando a sus oponentes hasta que fue capaz de calcular casi con total precisión cómo eran las manos de cada cual. Cuando Mark Lee repartía, el no apostaba. No sabía cómo lo hacía, pero el caso era que Mark siempre lograba darse magníficas cartas. Notó una diminuta ralladura en uno de los ases, por lo que dedujo que Mark estaba comenzando a marcar la nueva baraja. A partir de ese momento, abrió un mazo nuevo cada vez que le tocó el turno de repartir.Cuando Luhan abrió su tercer mazo nuevo, Mark Lee lo interpeló con cara de pocos amigos.

—¿Algún problema?

—Me gusta la textura de las cartas nuevas —dijo Luhan—, aunque sean más difíciles de barajar.

Luego comenzó a barajar con deliberada torpeza, con el fin de que los hombres no sospecharan nada. Estaban tan ocupados observando a Mark y mirándose entre ellos, que nunca se les ocurrió que el podía ser igual de peligroso. Durante las dos horas siguientes, Luhan ganó todas las manos. Habría sido el primero en admitir que tuvo suerte, que las cartas le habían favorecido, pero también era cierto que había sido muy cuidadoso. Calculaba las probabilidades de cada jugador. Nunca olvidaba una carta que se había jugado o descartado. Tomaba esa información, la combinaba con lo que sabía sobre los gestos inconscientes de cada hombre y se hacía una idea cabal de lo que podía llevar cada uno. No siempre acertaba de pleno, pero sí se acercaba bastante. Incluso se dio cuenta de que uno de los jugadores tendía a quedarsecon las figuras, a pesar de que podría haber tenido mejor suerte con cualquier otra carta.A medida que disminuía el montón de dinero situado frente a Mark, el talante del tramposo se volvía más sombrío. En la mesa aumentaba la tensión. Luhan estaba exhausto. No entendía cómo alguien podía tener la energía suficiente como para jugar toda la noche. Se sentía capaz de desplomarse en la cama y dormir durante una semana entera. Pero, en lugar de irse a dormir, hizo acopio de fuerzas, avivó su conversación y siguió sonriendo de la manera más seductora que podía. El único hombre que parecía inmune a su embrujo era Mark Lee, que volvió a hablarle con brusquedad.

—¿Siempre tiene que hablar tanto?

—No entiendo cómo ustedes son capaces de sentarse aquí sin decir nunca una palabra. Todo esto es tan excitante que apenas me puedo quedar quieto. Me lo estoy pasando de maravilla, señores.

—Ya veo que disfruta —masculló el tramposo—, no ha dejado de moverse, como un mocoso malcriado.

—Ojalá mi padre pudiera verme ahora.

—¿Él le enseñó a jugar? —Mark empezaba a tener muchas sospechas acerca de las ganancias de Luhan.

—¡Por todos los cielos, no! Papá es predicador. Estaría horrorizado si pudiera verme. —Luhan volvió a reírse—. Precisamente por eso me gustaría que estuviera aquí. Papá se pone tan rojo cuando...

—¡Maldita sea! ¿Es que no puede cerrar la boca nunca?

—Bueno, si usted se va a portar así...

Luhan hizo su apuesta y volvió a ganar.

Mark lanzó entre dientes una maldición que hubiera provocado un ataque cardiaco al padre de Luhan.

—Descansemos un momento y pidamos más bebidas. —El hombre que hizo la propuesta se puso de pie antes de que alguien pudiera oponerse. Todo el mundo se levantó de la mesa menos Luhan.

Cuando Lizzie le llevó una nueva taza de café bien cargado, le preguntó por Irene.

—Está bien. Quería volver a la partida, pero le dije que a ti te estaba yendo bien.

—Quiero hablar con ella. —Luhan se levantó y se dirigió a la oficina de Sehun a paso rápido.

Irene estaba sentada en el sofá, con una cara horrible. A Luhan no le pareció que estuviera tan bien como le había dicho la otra chica.

—Lizzie me dice que te has convertido en un verdadero jugador profesional —le dijo Irene a modo de saludo—. Veo que te enseñé mejor de lo que creía.

—La suerte me ha favorecido.

—No, querido, has sido muy listo. Yo tendría que haber caído en la cuenta de que debíamos turnarnos para repartir y en que había que usar cartas nuevas. Ese hijo de puta me estaba engañando en mis narices.

Luhan sintió cierto malestar por el vocabulario de Irene.

—Será mejor que regrese. Tú acuéstate otro rato. Todavía tienes mala cara.

Irene sonrió con tristeza.

—No sé cómo darte las gracias.

El reloj que estaba sobre el escritorio de Sehun marcaba las 2:48. Luhan no sabía si podría mantenerse en pie mucho más tiempo.

—Podrás darme las gracias después, si todavía estoy ganando.

Luhan corrió hacia la puerta. Quería estar en la mesa antes de que los hombres volvieran.Luhan siguió teniendo suerte, pero hacia las cuatro de la mañana su energía se estaba agotando.

—No quisiera aguarles la fiesta, caballeros, pero me temo que esta tendrá que ser mi última mano. Me voy a quedar dormido de un momento a otro.

—Ya me extrañaba que hubiera tanto silencio —dijo Mark Lee.

—No estoy acostumbrado a estar despierto a estas horas. Tengo que ir a trabajar por la mañana.

—Creo que se puede tomar el día libre. —Mark miraba con ojos turbios y codiciosos todo el dinero que Luhan tenía amontonado frente a el—. Supongo que ha ganado más de lo que le pagan por un día de trabajo.

Luhan arrugó la frente.

—Este dinero es de Irene. Nunca tocaría ni un centavo de...

Luhan ( Libro 7- serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora