Luhan evitó acercarse al Heaven durante todo el día siguiente. Sehun, mientras tanto, tuvo pésima suerte en las mesas de juego. Para empeorar el panorama, Mark Lee estaba en racha ganadora. Al paso que iban las cosas, Mark sería el dueño de la cantina antes de que terminara el mes. Unos cuantos hombres entraron, vieron que Luhan no estaba por allí y se fueron a otro lugar en busca de lo que Sehun no ofrecía. Allí no había drogas ni sexo, y por eso su clientela siempre había sido limitada. Estaba convencido de que en San Francisco había suficientes hombres dispuestos simplemente a jugar una partida en un lugar agradable, en el cual se comía bien y había camareros atractivos, pero nada más. Y los había. El salón de juegos seguía funcionando estupendamente, pero la taberna parecía haber perdido su encanto. Su racha era tan mala que en un momento dado decidió dejar de jugar. Le dolía, porque lo que más le gustaba de ser dueño del local era que ello le permitía jugar a la hora que quisiera y durante el tiempo que le diera la gana. Pero ahora que no podía jugar, era como si se hubiera producido un eclipse. Pero, si se ponía el sol de las cartas, otro astro le deslumbraba con fuerza creciente. Solo podía pensar en una cosa: Luhan. En eso pensaba cuando vio que Irene lo seguía hasta su oficina, sin duda solo para molestarlo. Y así era.
—¿Cómo está tu novio hoy? —La mujer hizo la pregunta pese a que sabía de sobra que Sehun no había visto a Luhan ese día.
—Está bien. Bella le está cuidando.
—¿Cómo lo sabes? No me sorprendería nada que estuviese por ahí, a su aire, haciendo su voluntad sin que Bella se entere de nada.
—Confío en Bella —respondió con tono seco, pues no quería hablar sobre el tema. Estaba muy irritable y no deseaba nada más que estar solo.
—Nunca pensé que pudieras ser un buen marido, pero creí que al menos cuidarías a tu esposo mejor de lo que cuidas a los chicos que trabajan en tu negocio.
—¿Y por eso estabas tan interesada en ayudar al señor Thoragood y a su mujer a obligarme a que me casara con Luhan?
—No debí hacerlo. Ahora veo claramente que a Luhan le iría mejor solo. Con su belleza y esa inocencia maravillosa y limpia que tiene, podría conseguir miles de maridos mejores que tú.
—Entonces, ¿por qué no lo ayudaste a buscar a otros y tuviste que agobiarme a mí?
—¿Qué otros podía yo buscar? ¿Crees que conozco a algún hombre que no sea un jugador o un pillo?
Sehun intentó dominar el acceso de rabia que empezaba a cegarle.
—Cuida tus palabras, Irene. Te aprecio, pero no olvides que puedo manejar esta cantina sin ti.
—¡No me digas! ¿Me estás amenazando con despedirme? Por Dios, ¡mira cómo tiemblo!
Sehun lanzó una maldición.
—Yo podría encontrar cien trabajos en esta ciudad, pero tú nunca podrás encontrar a otra persona de plena confianza para que maneje este lugar mientras sigues con la vida de niño bonito que llevas desde hace veintiséis años, sin responsabilidades, haciendo el papel de tahúr caballeroso e importante.
Sehun rara vez se enfurecía, y menos con Irene, pero esta vez se puso frenético.
—¿Has acabado? Si tienes algo más que decir, dilo, y no olvides que te puedo echar a patadas de aquí en cuanto termines.
Irene lo miró directamente a los ojos.
—Esa amenaza podría haberme hecho callar hace algún tiempo, pero en esa época pensaba que tú eras un hombre admirable. Sin embargo, últimamente te he visto decaer. Has tocado fondo, estás en el suelo y ni siquiera sabes cómo volver a ponerte de pie.
—Deja de hablar con metáforas y di lo que tengas que decir.
—Quería que te casaras con Luhan porque el te ama. Pero me arrepiento, no debimos hacerle eso a un chico tan agradable. Tengo que admitir que al unirme a la encerrona solo estaba pensando en ti y no en el. Pensé que ese chico podría convertirte en alguien mejor. Dios sabe que fracasé. En lugar de eso, se lo entregaste a Bella para que lo cuidara mientras tú seguías en las mismas. Ni siquiera vas hasta allá para ver si es feliz, si necesita algo.
—Le dije a Bella que le comprara lo que el quisiera.
—No estoy hablando de dinero. Hay otras cosas en la vida. Creía que sabías eso, pero ahora me pregunto si lo sabes. Me resultas odioso, Sehun, y me odio por haberte ayudado a hacer lo que le estás haciendo a ese pobre muchacho. El es tu esposo. El te adora.
—¿Crees que no lo sé? ¿Por qué crees que estoy tratando de mantenerme alejado de el?
—Para mí es un gran misterio. Explícamelo, Sehun. Estoy deseando conocer la respuesta.
—No quiero comprometer su nombre.
irene bufó de una manera que no dejaba dudas con respecto a su incredulidad.
—Se hartará de mí, de estar casado conmigo. Si lo tengo a distancia, cuando se quiera ir, podrá irse y yo no le habré quitado nada. —Ni a el ni a sus hijos, pensó Sehun.
—No se puede ir, imbécil. ¡Está casado contigo!
Le costaba trabajo contar lo que había hecho, incluso a alguien de confianza como era su ayudante. Estaba avergonzado, pero Irene era su amiga. Era importante que ella entendiera lo que le estaba ocurriendo.
—No, no lo está.
—Lo vi con mis propios ojos. Estuve allí. ¿No me viste?
—Si se ofició la ceremonia, pero no registró el matrimonio. Así que legalmente Luhan todavía está soltero.
Durante un par de segundos, Irene lo miró con la boca abierta, sin poder decir palabra. Luego estalló furiosa:
—¡Por Dios Santo, eres un maldito egoísta, un estúpido hijo de puta sin el menor escrúpulo!
Dicho esto, iba a darle una bofetada con todas sus fuerzas, pero Sehun le agarró la mano, deteniéndola antes de que alcanzase su objetivo.
—Adelante, párteme la mano. —La mujer hablaba con los labios apretados y una enorme ira contenida—. Me da igual. Como si quieres echarme. Hagas lo que hagas, aunque te sientas mejor, seguirás siendo un canalla de la peor especie.
Sehun la soltó. Irene dio un paso atrás frotándose la dolorida muñeca. Luego siguió hablando, casi escupiéndole a la cara sus palabras.
—Se acabó, desde este mismo momento no trabajo para ti, cerdo. Recogeré mis cosas y mañana me iré de aquí. No quiero ni verte, pero te diré una última cosa. Si te queda algo de decencia, deberías ir arrastrándote a buscar a ese chico y rogarle que te perdone por lo que has hecho. Luego, si logra perdonar tal infamia, tendrías que obligarte a ser el mejor marido que puedas. Pero no creo que hagas nada de eso, porque veo que ciertamente eres una escoria, exactamente como piensa la gente que eres.
Irene dio media vuelta y salió de la oficina a grandes zancadas, mientras Sehun se quedaba atrás, abrumado. Toda la discusión había sido absolutamente inesperada, y el resultado era desolador. No tenía una amiga mejor que Irene. No podía creer que ella le hubiera dicho esas cosas tan horribles... y que hubiese renunciado a su empleo, abandonándole, le resultaba completamente incomprensible. Y él, que había creído que Irene sería la única persona que podría entender lo que estaba haciendo.
Sehun no podía dormir. Ya era casi mediodía y no había pegado ojo. Pasó una noche absolutamente miserable. Sin Irene, nada había salido bien. Empezaba a preguntarse cómo había logrado sobrevivir antes de que ella apareciera. Por supuesto, en ningún momento tuvo intención de hacer que Irene se fuera. Incluso la amenazó sin pensarlo, en un pronto. Le había zaherido tanto con el tema de Luhan... Justo lo que no podía soportar. Ya echaba de menos a Irene, que se había convertido en una parte esencial de su mundo. Ella siempre estaba allí. Y extrañaba todavía más a Luhan, que involuntariamente, con toda su luminosa inocencia, era responsable de que todo se estuviera desmoronando. Sehun no dejaba de repetirse que llevarlo al salón solo empeoraría las cosas. Sin embargo, esa posibilidad era una idea que nunca lo abandonaba. Sabía que Luhan quería estar con él, y la simple idea de compartir su cama con Lu le provocaba una excitación enorme. Se le endurecía, no lo que debía endurecerse, sino el cuerpo entero. Había vuelto a pensarlo y de nuevo ardía, sudaba, se desesperaba.
Irene se equivocaba con respecto a él. Tiempo atrás quizá fuera el canalla que la mujer había descrito, pero ahora se había convertido en otro. Estaba heroicamente decidido a no deshonrar a Luhan. Por ello, teóricamente, debería sentirse bien consigo mismo. Durante años, Jinki le insistió hasta el aburrimiento en que hacer cosas buenas por los demás producía una sensación de satisfacción e incluso de placer. Pues bien, debía de haber hecho algo mal, porque seguía sin gustarse. En realidad, se tenía por un miserable. Dio un puñetazo a la almohada, se acomodó de manera que la tensión de su cuerpo, especialmente la de ciertas partes, no lo torturase en demasía, y trató de dormir, sin éxito. Ahora tendría que contratar a alguien que reemplazase a Irene. No podía estar despierto toda la noche y otra vez de pie a mediodía para asegurarse deque todo estuviera listo a la hora de abrir las puertas. Enseguida pensó en Luhan, que había sido ayudante de Irene. Pero enseguida ahuyentó esa idea.Tenía que evitar a toda costa que Luhan se convirtiera en parte integral de la cantina. Si eso llegaba a suceder, la posibilidad de salvarle de la deshonra se desvanecería para siempre.
Luhan estaba en la acera entarimada, tratando de decidir cuál sería la mejor manera de entrar en la taberna. Sabía que Sehun había ordenado que le cerraran las puertas. Ya había intentado entrar alguna vez, sin ningún éxito, pero ahora estaba decidida a lograrlo como fuera.Tenía un estado de ánimo un poco melancólico. Había pasado la última hora con Kitty y su bebé. La pobre chica todavía estaba buscando al padre de la criatura, pero cada día que pasaba tenía menos esperanzas de lograrlo. Para consolarse, se contaba a sí misma historias que seguramente serían fantasías, y se las decía a los demás.
—Lo secuestraron. Yo sé que lo secuestraron.
A Luhan le costaba trabajo creer que alguien pudiera llevarse a un hombre de la calle, o de un bar, y encerrarlo luego en una embarcación con destino a un puerto lejano para venderlo como esclavo a quién sabe para qué. No parecía posible que algo así pudiera ocurrir en los Estados Unidos de América. Mientras pensaba en eso, vio que Irene salía por el callejón, de modo que la saludó y se apresuró a alcanzarla.
—Justo lo que estaba buscando, una puerta abierta. —Según decía eso, se dio cuenta de que Irene llevaba una maleta en la mano. Vio que había estado llorando—. ¿Qué pasa?
—No tiene sentido ocultártelo, me marcho del Heaven.