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Sehun soltó una carcajada. Estaba tan cansado y tenía tanto sueño que no sabía muy bien cómo reaccionar ante la insólita situación, ni entendía el porqué del comportamiento del joven. Tenía claro, eso sí, que ya no se podía volver a acostar. El pequeño descarado había arruinado su descanso. Después de que la puerta se cerrara tras Luhan, el hombre se dirigió al baño.Dejó caer la sábana, sacó toallas limpias y se metió en la bañera. Esperaba que hubiesen calentado suficiente agua por la mañana. No podía recordar si alguien, aparte de Irene, solía bañarse antes del mediodía. El agua salió caliente. Encontró la temperatura a su satisfacción ycomenzó a enjabonarse el cuerpo mientras se llenaba la bañera. Tenía que asegurarse de que Luhan no emprendiera de nuevo el camino hacia su habitación al día siguiente. Tal vez si le encontraba un empleo, estaría demasiado ocupado para molestarlo. Esa idea hizo que la perspectiva de salir a recorrer las calles a semejantes horas se le hiciera menos terrible.Se tendió en la bañera y dejó que el agua le quitara la espuma de encima del cuerpo. No solía sentir gratitud hacia sus hermanos mayores, pero se alegraba de que Jun hubiese insistido en que instalara una caldera para su baño. Sehun recordaba a Jinki calentando agua en la cocina cuando él vivía en el rancho. No olvidaba los baños que se daban en un gran barreño frente al fogón de la cocina. Una tina llena de agua caliente en su propio baño privado era un lujo del que no estaba dispuesto a privarse nunca más. Se preguntó si su estrafalario primito habría tomado alguna vez un baño en una bañera como la suya. Tenía que preguntárselo. Tal vez podría ofrecerle que la usara en alguna ocasión. Sehun soltó otra carcajada. Lo más probable es que se estremeciera de horror al oír la demoníaca propuesta. Seguramente pensaría que si usaba la bañera de un hombre se podía contaminar de alguna manera, o hasta quedarse embarazado. No sería nada raro que su desquiciado padre le hubiera dicho una locura de esa clase para mantenerlo alejado de los hombres.


Y probablemente era buena idea. Cualquier doncel con una apariencia como la de Luhan estaba condenado a atraer a los hombres, sintió escalofríos al recordar a su cuñado Taemin, aquel doncel pelirrojo era como un hada de la tempestad, podía lograr lo que se proponía con una simple sonrisa. A muchos hombres de muchos tipos, no todos ellos recomendables. Pensando en ello, maldijo para sus adentros. No había ningún otro lugar en el mundo entero donde pudiera atraer a más hombres poco recomendables que en San Francisco.Se apresuró a enjuagarse, salió de la bañera y comenzó a secarse con la toalla con movimientos rápidos y enérgicos. Lo malo, pues, no era que atrajera a los hombres, sino que sin duda atraería a los tipos de mala calaña, muy abundantes en San Francisco. Precisamente por la elevada población de sinvergüenzas se había mudado allí y había gastado una fortuna construyendo la cantina más grande y más elegante del estado. Su negocio se basaba precisamente en satisfacer los gustos de aquellos hombres que no quería que tuvieran nada que ver con Lu. Después de ponerse ropa interior, Sehun agarró su tazón para el afeitado y comenzó a preparar un poco de jabón. En pocos segundos su cara quedó cubierta de espuma blanca. Se afeitó con el cuidado de siempre. No era prudente apresurarse con una navaja en la mano. JongHyun solía decirle que sin afeitar parecía un vago de poca monta. En cuanto terminó de rasurarse y echarse loción, que se ponía en  abundancia pues odiaba el ardor que le producía la navaja, se dirigió al vestidor. Pensó qué debía ponerse. Algo sobrio, un traje de hombre de negocios. Tenía que parecer lo más respetable posible. Que vieran a su primo en compañía de uno de los tahúres más conocidos de San Francisco no ayudaría en nada a Luhan en la búsqueda de trabajo.


Cuando Sehun bajó las escaleras, varios de sus chicos estaban tratando de enseñar a bailar a Luhan. Era una escena extraña. Más que interpretar, Irene aporreaba una melodía en el piano, con un solo dedo, y al tiempo daba golpecitos a la tapa con la palma de la mano para llevar el ritmo. Los chicos, cuyas batas de colores brillantes formaban un verdadero caleidoscopio que parecía devorar el traje negro de Lu, y cuyos cabellos envueltos en rulos o recogidos bajo pañoletas contrastaban con los mechones plateados de su primo. Se movían con una precisión muchas veces ensayada, que contrastaba con los pasos dubitativos de Lu. Parecía un cisne en medio de patitos feos. Un cisne que no sabía bailar. El virginiano tenía un resplandor del que las demás personas carecían. Y no se trataba solamente del color de su pelo o la pureza de su piel. Tampoco del brillo de su sonrisa ni de la chispa que refulgía en sus ojos. Parte del resplandor era producto de su felicidad, del genuino placer que le proporcionaba lo que estaba haciendo. Otra parte provenía de la concentración con la que trataba de dominar unos pasos que resultaban completamente desconocidos para sus pies. Y otra parte debía atribuirse a la manera en que había conseguido unir a estos chicos en la reunión más amistosa en la que Sehun recordaba haberles visto.

Luhan ( Libro 7- serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora