1.-Conociéndolo

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Japón

Desde antes de abordar el avión ya se había despedido de esa mujer que él consideraba como a una tía, aunque en realidad no tenían dicho parentesco. Y que gracias a su ayuda pudo descubrir una verdad que venían ocultándole.

Con un ademán se despidió desde lejos y siguió a la azafata que le llevaría a abordar aquel aeroplano.

Sabía que su vuelo tendría una duración de casi diez horas si no había contratiempos, rogaba porque no fuera así.

Las aeromozas no dejaban de cuchichear entre ellas, además de que lo encontraban encantador, estaban asombradas de sus modales y lo fluido de su japonés. Su atuendo, así como la clase en la que viajaba, denotaban la holgura económica de la que gozaba.

Todas ellas se sintieron atraídas a complacerle y atenderle para que no sufriera incomodidad alguna, pero él con una sonrisa les agradeció y las despacho para que pudiera dormir, puesto que debía reajustar su reloj biológico con el inminente cambio de país.

—Gracias, este ha sido uno de los vuelos más placenteros que he tenido —hizo gala de su buena educación al desembarcar. Por su parte, las azafatas le sonrieron y se encontraron derretidas ante ese despliegue que casi ninguno de los pasajeros tiene.

Camino hacia la salida con su pequeño bolso luciendo seguro y en completo control, por lo que la asistente de vuelo no dudo en seguirle, cuando en realidad ella debería ser la que guiara.

Su vista viajó a escanear los letreros de las personas que aguardaban a alguien, en pocos instantes encontró el que mostraba su nombre, hacia allí camino, de nuevo volvió a agradecer por los servicios que le habían prestado.

—¿Usted debe ser el amigo de mi tía? —Inquirió Elliot a aquel hombre de aspecto afable quien no era un total desconocido, ya que su tía le había mostrado fotos de él.

Un corto intercambio de saludos y recados que la tía le había pedido le trasmitiera continuaron, hasta que estaban a punto de subir al vehículo que los llevaría a su destino.

Por supuesto, él, además de la dirección, traía consigo la forma de llegar en su celular en la aplicación de Google maps, había sido precavido y estudiado el lugar al cual llegaría, así como a la persona a la que iría a ver.

Treinta y cinco minutos después se hallaban frente a un edificio que él encontró imponente, y no es que no hubiera visto construcciones semejantes, era el hecho de saber a quién pertenecía.

Con las ansias de poder completar su objetivo, bajo sin mucho cuidado y se apresuró a entrar sin esperar a su acompañante, dedujo que debía pedir le dejaran ingresar a las señoritas que se situaban detrás del mostrador en aquel lobby.

Saco su pasaporte que creía era una identificación adecuada para que le permitieran el acceso, pero cuando la respuesta fue negativa, sintió que le estaban restando seriedad a su petición.

Su encanto se fue en instantes, su mente y boca se conjuntaron para aclarar aquella injuria de la que él creía estar siendo objeto.

Su acompañante se unió al reclamo legítimo de que tenían concertada una cita, porque ni siquiera se habían tomado la molestia de revisar su nombre o preguntar más datos.

La escena ya estaba ocasionando que los que cruzaban por el lugar voltearan para intentar saber de qué se trataba, así que una pareja que no pudo dejar pasar aquel embrollo se acercó, para averiguar si podían dar solución.

Las señoritas quedaron en silencio en cuanto vieron que la pareja se disponía a intervenir.

—¡Oh por Dios! Pero qué jovencito... tan —la dama no termino la oración, pues su imaginación era descabellada.

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