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—¿Y bien? ¿Cómo te fue?

Robert se encoge de hombros ante la pregunta de su madre. Había sido fácil cuidar al niño después de su pequeña siesta, parecía que Pablo se había acostumbrado a la idea de tener que verlo seguido.

En general, Robert cree que le fue bien. Pablo es un niño tranquilo que a penas dice una palabra, pero puede que con el tiempo se vuelva mucho más activo y rebelde. Sin embargo, por ahora, Robert puede con el trabajo.

El siguiente día es igual, el niño lo arrastra a su mesita llena de juguetes, Robert le da algo para comer, Pablo duerme durante una hora o más y vuelven a jugar cuando se despierta.

Cuando ha pasado una semana, Robert se ha acostumbrado por completo a cuidar de él.

Sabe cómo luce Pablo cuando está a punto de caer dormido, sabe cuándo tiene hambre, sabe cuándo se siente molesto por la particular forma en que infla las mejillas.

Hoy, llega a la casa con un frasco lleno de galletas con chispas de chocolate. El día ha sido inusualmente frío y húmedo, Robert cree que va a llover dentro de algunas horas.

Pablo le abre la puerta con una gran sonrisa que hace que sus ojitos se vean todavía más tiernos. Robert sonríe al ver lo que el pequeño está usando, una pijama completa de conejo.

Pablo se abraza a sus piernas, así que Robert se agacha para poder cargarlo y entrar a la casa. Cierra la puerta con cuidado, manteniendo al niño quieto entre sus brazos.

Las orejas de conejo de su pijama rebotan con cada paso que da hasta la cocina, Robert nota con una pequeña risa que incluso tiene una esponjosa cola de color blanco.

Deja a Pablo sobre el mostrador, acomodando su cabello revuelto. Deja las galletas a su lado y le da una a Pablo, quién la acepta, empezando a comerla.

—Tu mamá dijo que querías ver una película. ¿Quieres que haga chocolate caliente?

Robert lo ve asentir, la boca llena de migajas. Niega divertido, dejándolo hacer un desastre con su comida en lo que él les prepara una bebida caliente y chocolatada.

Pablo termina su galleta y mueve sus piernitas mientras espera, el pijama cubre incluso sus pies. Robert, incapaz de resistir su curiosidad toma uno de sus tobillos, levantando su pierna y viendo la huella de conejo que tiene su pijama.

Pablo se ríe, colocando el gorrito sobre su cabeza para ocultar parte de su rostro, las orejas blancas se balancean a cada lado. Se ve demasiado adorable.

Robert se ríe con el, acariciando su cabeza. El chocolate caliente pronto está listo, así que se asegura se haber apagado la estufa antes de servirlo en una taza para él y en un vasito entrenador para Pablo.

El niño extiende su bracitos una vez que lo ve acercarse, Robert lo carga, dejándolo enterrar su rostro en su cuello, el material suave de su gorro haciéndole cosquillas.

Lo deja sobre un sillón, notando al conejito de peluche cerca suyo.

—Espera aquí, no tardo.

Regresa a la cocina por las bebidas y el frasco de galletas, recordando llevar el paño para limpiar después a Pablo.

Deja las cosas en la mesita, tomando asiento para colocar la película que tenía a Pablo emocionado, Robert ve los dibujos coloridos y se resigna a pasar hora y media viendo algo para niños.

Pablo toma a su conejo entre sus brazos, moviéndose hasta que está sentado sobre su regazo, con la espalda completamente recargada sobre su pecho.

Robert no puede resistir el impulso de besar su cabeza, sintiéndose solo un poco tonto por hacer eso, ignorando lo bien que se había sentido.

Le pasa a Pablo su vasito al asegurarse de que no va a quemarse por accidente, las galletas están a su lado y Pablo ya está dejando migajas por todas partes, haciendo un desorden que Robert limpiará después.

La película empieza a reproducirse y Robert se encuentra disfrutando más de lo creyó en un inicio. Ambos absortos en la pantalla mientras terminan con las galletas y su chocolate caliente.

Para cuándo termina, Pablo está dormitando sobre él. Con una pequeña sonrisa enternecida, le quita el vaso y el juguete para dejarlos sobre la mesa.

Acomoda a Pablo sobre el sillón, limpiando su cara con el paño y recogiendo parte de las migajas que están esparcidas. Se dirige a la cocina para lavar lo que usaron, dejando sus pensamientos vagar mientras el agua se lleva los restos de chocolate al fondo de su taza.

Un trueno ilumina el cielo y Robert levanta la vista con una mueca ante el ruido que sin duda habrá despertado al niño, termina de lavar su vaso justo cuando las luces de la casa se apagan por completo.

Escucha el chillido asustado de Pablo que viene desde la sala, su voz llena de pánico.

—¡Robert!

Enciende la linterna de su celular, corriendo hasta llegar a la sala. Pablo está llorando, gruesas lágrimas bajando por sus mejillas, trata de bajar del sillón en el momento en que lo ve.

Prácticamente corre para tomarlo entre sus brazos, acariciando su espalda y haciéndolo rebotar para tratar de calmarlo.

—Tranquilo conejito, estoy aquí, estás bien.

Le susurra, sin dejar de acariciar su espalda hasta que deja de llorar. Pequeños hipidos sacuden su cuerpecito, Robert besa su cabeza, alejándolo un poco para poder limpiar sus lágrimas.

Sus mejillas están rojas por el esfuerzo igual que su naricita, sus ojos siguen llenos de pánico, pero parece más relajado que antes.

Intenta dejarlo de nuevo en el sillón, pero sus manos se aferran a él con desesperación. Robert suspira, acomodando mejor su peso, toma al conejo de peluche y su celular para iluminar su camino al segundo piso.

Identifica con facilidad la habitación del pequeño, entrando y sonriendo ante los juguetes y peluches esparcidos por el suelo en total desorden. Camina con cuidado para no pisar nada y deja al niño sobre su cama.

Pablo hace un ruido angustiado cuando Robert intenta separarse de él, sus ojos llenos de lágrimas.

—Quédate, por favor.

Robert contiene un suspiro, acomodándose sobre la cama. Es un ajuste incómodo, ya que es una cama individual para un niño pequeño, pero se las arregla para quedar medio acostado, recargado sobre las almohadas.

Pablo se acuesta sobre él, su cabeza quedando sobre su pecho. Robert lo abraza para evitar que se caiga, acariciando su espalda junto a las orejas largas de su pijama.

Otro trueno suena a la distancia y pronto, se escucha la lluvia golpear contra las ventanas. Pablo se enrosca sobre sí mismo, temblando.

—No hay nada que temer, conejito, la lluvia no te hará daño.

Pablo lo mira con sus bonitos ojos todavía con lágrimas no derramadas, Robert siente ganas de esconderlo en una cajita de cristal donde nadie nunca lo pueda lastimar.

—¿Prometes?

—Lo prometo, mientras yo esté contigo, cuidaré de ti.

Pablo sonríe, acomodándose. Robert no deja de acariciar su espalda hasta que se queda dormido, el sonido de la lluvia de fondo.

Toma con cuidado su bracito izquierdo, acariciando su muñeca, dónde un día habrá una marca.

Solo espera que Pablo reciba un alma gemela que lo cuide como se merece.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora