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Ha pasado una semana desde que Pablo lo besó.

Fue un contacto tan simple, tan lleno de inocencia e ilusión que viene con el primer amor. 

Robert lo sostuvo de los muslos mientras Pablo se mantenía con sus labios contra los suyos, sin saber que más hacer. Cuando Pablo se apartó con un suspiro, sus mejillas rojas y sus ojos brillantes le daban una apariencia angelical.

Le sonrió aunque su corazón se rompió en pedazos. Y luego Pablo se fue, dejándolo solo con sus pensamientos.

Acarició sus labios, recordando lo suaves que se habían sentido los de Pablo, lo bien que se sintió lo poco que duró el contacto, lo mucho que deseaba tomarlo del rostro para intensificar el beso, enseñarle a Pablo lo bien que podía sentirse solo un beso lleno de sentimientos.

Lo ha estado evitando como el cobarde que es, incapaz de aceptar que se enamoró de su alma gemela porque su alma gemela es menor por dieciséis años, sigue siendo un niño.

Se repite eso una y otra vez, dejando la culpa llenarlo hasta que se olvida de comer y pasa la noche entre pesadillas que le reprochan sus elecciones, diciéndole lo asqueroso que es por enamorarse de un niño.

Aún así, tiene claro que no puede esconderse para siempre. Pablo no merece eso, para nada. Escoge un día que sabe estará solo en casa, no quiere explicarle la situación a sus padres, no aún.

Pablo lo recibe luciendo recién salido de la cama a pesar de ser después de medio día. Elige no comentar nada sobre el nido que llama cabello, entrando y siguiéndolo hasta su habitación.

Pablo se sienta en la cama, abrazando sus rodillas y mirándolo. 

—Pablo, yo...

—Cállate. Si vienes a disculparte por lo que pasó, no quiero escucharlo.

Asiente, entiendo lo enojado que está con él. Se sienta con calma sobre su cama, los ojos de Pablo lo siguen todo el tiempo, lo que solo hace más difícil decir lo que tenía planeado.

Y es que Pablo luce tan adorable en esa pijama azul celeste, puede imaginarse cerrando la distancia entre ambos pasa conectar sus labios mientras pasa sus manos por su cabello y sus mejillas.

—No debiste hacer eso, estuvo mal.

Sus dulces ojos se llenan de lágrimas, pero no derrama ninguna. —¿No te gustó? Yo... No sabía que hacer, pero pensé... Pensé que lo había hecho bien.

Esto está siendo mucho más difícil de lo que creyó en un principio. Niega, porque no quiere que Pablo tenga esas dudas en su cabecita cuando él es tan perfecto.

—No es por eso, conejito. 

Pablo se relaja, sus ojos dejan de verse vidriosos y permite que Robert tome una de sus manos para besarle el dorso, acercándose más.

—¿Entonces? Es algo que hacen las alma gemelas.

—No, no Pablo. Nosotros no.

No sabe cómo hacerle entender, ni a él ni a su corazón ni a sus recuerdos que le dicen que ha sido el mejor beso de todo su vida.

—No lo entiendo. Eres mi alma gemela.

Los ojitos de Pablo vuelven a llenarse de lágrimas y Robert se odia profundamente por ser el causante de tanto dolor en su dulce niño. Limpia su rostro con manos cuidadosas, asegurándose de mantener su rostro serio cuando habla.

—Tengo treinta años, Pablo. Ni siquiera has llegado a los quince. Sigues siendo un niño que no puede consentir ante un adulto. ¿Entiendes lo mal que está esto?

—No. 

Robert suspira, acunando el pequeño cuerpo contra su pecho. —Algunos vínculos se vuelven platónicos, no siempre deben ser románticos. 

—Pero yo te quiero. Desde que te conozco has procurado mi bienestar, mi felicidad. No quisiste decirme sobre nuestro vínculo hasta que fuera mayor porque te preocupaba obligarme a algo que no quería. ¿No demuestra eso que eres ideal para mí? El universo nos unió por algo.

Quiere creerle con desesperación, que están destinados a estar juntos. Solo quizás... No de la forma que Pablo lo desea. Se levanta, paseándose por la habitación.

—No está bien.

—A mi no me importa. ¿Por qué a ti si?

—¡Por qué no es correcto, Pablo! —Se pasa una mano por el rostro al notar que gritó. —Podemos tener un vínculo platónico, cuando seas mayor te olvidarás de este enamoramiento momentáneo y ambos estaremos bien.

Pablo niega, luciendo cada vez más molesto y angustiado, su labio inferior tiembla como si estuviera conteniendo las lágrimas.

—¿Te lo crees? ¿Crees el montón de basura que me estás diciendo? ¡No voy a superarlo Robert! ¡Te amo! 

Su cabeza da vueltas al escucharlo. ¿Cómo puede amarlo? Ignora la esperanza que trata de llenar su interior. —No sabes lo que dices.

—Eres tú el que no sabe lo que dice —Pablo le responde, a la defensiva, Robert quiere negarse pero él se levanta para que estén frente a frente, determinado y seguro—. Mírame a los ojos y dime qué no sientes lo mismo. 

Pablo lo toma del rostro, haciéndolo agacharse para que puedan mirarse a los ojos. Robert se siente tan asustado que debe reflejarse en sus ojos claros.

—Dime que no sientes nada por mi. Que de verdad crees esas tonterías que decías. ¡Dímelo! ¡Dime qué no me amas!

Robert baja la mirada a sus labios cuando la lengua de Pablo sale para lamerlos. No puede mentirle, no a él. ¿Cómo podría mirarlo a los ojos y negarle que es la luz de su vida? Su cerebro le dice que es un bastardo asqueroso y egoísta.

No le importa.

Coloca una mano en su cintura y otra en su nuca, puede ver un destello de algo en los ojos de Pablo antes de que cierre los suyos y lo bese.

Escucha un pequeño gemido ahogado, después unas manitas sobre su pecho, aferrándose a su camisa con fuerza.

Le da unos minutos a Pablo para que pueda acostumbrarse antes de empezar mover sus labios contra los suyos, empezando lento al principio, disfrutando de su suavidad y dulzura.

Se vuelve adicto, necesitando más y más. Aprieta su agarre sobre Pablo, lamiendo su labio inferior hasta que entiende y abre la boca. Su mente racional le diría que debe ir lento, pero no puede, no cuánto lo tiene solo para él, no cuando finalmente se atrevió a tomar lo que quiere.

Lo besa con hambre, con necesidad ardiendo en sus venas, sin darle tiempo para acostumbrarse mientras asalta su lengua con la suya, lamiendo su boca como si estuviera muriendo por probarlo.

Lo devora hasta que Pablo hace pequeños ruiditos cada pocos segundos, sus manos arrugando por completo su camisa mientras la suyas recorren su espalda y lo sostienen de la nuca para no dejarlo ir.

Cuando se separan, Pablo está sonrojado hasta el cuello, con los labios brillantes y los ojos un poco nublados.

Y Robert... Está perdido.

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