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Es un día soleado, con nubes blancas flotando en el cielo sin cubrir los potentes rayos del sol. Robert agradece que por ese día hayan elegido quedarse en casa mirando películas y comiendo algo de helado.

Bueno, Pablo comerá la mitad del bote de helado mientras Robert solo lo observa sonriendo, feliz solo por verlo disfrutar de las cosas que le gustan.

Su chico cumplió quince años hace tres semanas, está empezando a verse cada vez menos como un niño y más como un joven adulto. A veces, Robert extraña al pequeño vestido con una pijama de conejo, que no sabía nada sobre su alma gemela y disfrutaba simplemente tenerlo cerca.

Pero ese tiempo ha quedado atrás. Pablo ha crecido bastante, es su alma gemela. Es su responsabilidad cuidarlo todavía más, enseñarle todo lo que pueda, protegerlo y amarlo.

Entra a casa de Pablo, intrigado por el silencio y que su conejito no haya saltado a recibirlo en el momento que puso un pie adentro. Se encoge de hombros, llevando el helado a refrigerar.

Pablo sigue sin aparecer. Robert camina hasta las escaleras, deteniéndose de subir al escuchar ruido, a penas tiene tiempo de reaccionar antes de que un cuerpo impacte contra el suyo. Se tambalea un poco, tratando de recuperar el equilibrio para no acabar ambos en el suelo.

Robert lo sostiene de los muslos, escuchando su risa cuando lo levanta más arriba para no dejarlo caer por accidente. Pablo lo besa, sus manos caen sobre su culo mientras se esfuerza por seguirle el beso y sostenerlo adecuadamente.

Pablo le muerde el labio inferior, calmando el ardor con su lengua. A Robert se le escapa un gemido, apretando más a su pequeño contra él.

—Pablo, te voy a bajar ahora. —Le murmura al oído, caminando para pegar su cuerpo a la pared y poder cargarlo de mejor manera.

—No. No quiero. 

—Pablo —murmura entre pequeños besos en su cuello que lo hacen reír. —. Anda, te compraré ese juego de Nintendo que tanto quieres si aceptas.

—¿Me lo prometes? —Pablo lo mira con una sonrisa que finge ser inocente, sabe a la perfección lo que está haciendo. Aún así, Robert asiente, adora mimar a su chico.

Pablo permite que lo dejen en el suelo, las mejillas rosas cuando levanta la mirada. Robert recarga su brazo derecho en la pared, mirando a Pablo ponerse todavía más rojo por lo cerca que están sus rostros.

—Ahora. Dame un beso adecuado.

Pablo cierra sus ojitos, tomándolo del pecho para ponerse de puntillas y juntar sus labios. Hace un sonido cuando no recibe el beso que le habían pedido, abriendo los ojos para ver a Robert.

Robert, que está mirando directo a los ojos de su madre. 

Siente que el corazón se le cae y su alma lo abandona, no tiene ninguna excusa que dar, nada podría cambiar lo que ha visto. Lo que Robert ha hecho.

Supo desde el primer beso que tuvo con Pablo que si alguien más se enteraba, no iban a escuchar la versión de ninguno de los dos, él siempre sería el monstruo en la historia.

—Todo este tiempo has estado abusando de mi hijo. ¿Él te dice que no y tú tratas de convencerlo al comprarle cosas? 

Robert a penas es consciente de alejarse de Pablo mientras él se pone frente a él, puede ver sus manitas temblando cuando las extiende tratando de apaciguar a su madre.

—Mamá, no es así. Él nunca me obligó a nada, tienes que escucharme es mi alma gemela.

Almas gemelas.

Quizás... El universo si estaba equivocado.

Quizás... Debió irse en cuanto lo supo.

Quizás así no le habría roto el corazón a su pequeño.

Quizás así no le habría fallado.

—Tienes un minuto para lárgate de mi casa antes de que llame a la policía.

Ignora los gritos entre madre e hijo mientras sale de la casa, caminando en piloto automático hasta llegar a la suya. Se derrumba en el segundo que cierra la puerta, las manos temblando mientras la taquicardia lo hace sentir mareado.

No puede evitar llorar, haciendo todavía peor el ataque de pánico que está teniendo. Llora y súplica hasta que los temblores cesan, el sol se oculta y su cabeza duele por la deshidratación.

Pasa la noche tirado en el suelo, sin encontrar energía para moverse, murmurando en bucle sus disculpas a Pablo.

Recibe un mensaje de su madre, quien le pide que se aleje de su hijo o tomará acciones legales. Robert empaca sus cosas en un día, consiguiendo un departamento en otra ciudad con facilidad, encontrar otro trabajo no será complicado.

Pone la casa a la venta, sabiendo que nunca regresará aquí, ni cuando Pablo sea mayor. Es la respuesta que estuvo buscando durante tanto tiempo, su presencia solo acabaría por lastimarlo.

Es curioso como hasta el tercer día, cuando todas sus cosas están dentro de su auto, se da cuenta de lo que está sucediendo.

Se está alejando de su alma gemela.

Le tiene que decir adiós a su conejito.

Observa la casa vacía, la piel de su muñeca izquierda arde con la necesidad de escribirle algo. Un párrafo enorme sobre como lamenta mucho todo lo que sucedió y como sin importar el tiempo, lo seguirá amando.

No lo hace. Sabiendo que ya hizo suficiente daño en su vida. Los gritos han llegado hasta él en momentos, aunque nunca escucha del todo de que tratan.

Toma las llaves del auto, cerrando por última vez la puerta de su casa. Es un día soleado afuera, con bonitas nubes blancas flotando entre el celeste. 

Camina hacía el auto, escuchando gritos y una pelea cerca. Levanta la vista a tiempo para ver a Pablo correr hacía él, sus padres gritando cosas desde la puerta de su casa.

Lo abraza cuando está cerca, acariciando su cabello. Lo mira con detenimiento, quiere recordar cada detalle de su conejito. Quiere atesorar cada momento que pasaron juntos.

—Robert. Llévame contigo. 

Pablo suplica, sus hermosos ojitos llenos de lágrimas no derramadas. Todavía usa el brazalete y el collar, lo cual es un consuelo para su alma.

—No puedo, conejito. Lo lamento tanto, nunca quise lastimarte de ninguna manera. 

Acaricia su rostro, ignorando por el momento los gritos y al padre de Pablo que se acerca. —Nunca olvides que te amo. Nunca aceptes menos amor del que yo te di. Y gracias, me hiciste tan feliz durante tanto tiempo. Gracias por ser el amor de mi vida.

Besa su frente, alejándose de él. Su padre lo sostiene para que no pueda correr, arrastrándolo de regreso a casa, ignorando su llanto.

—¡No, Robert! ¡No me dejes, por favor! ¡No me dejes! ¡Robert!

Las lágrimas bajan por sus mejillas cuando empieza a conducir, los gritos de Pablo grabados a fuego en su memoria.

—Lo lamento, amor.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora