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Cierra la puerta una vez que ve la figura de Pablo desaparecer en el elevador. Regresa a la cocina y toma asiento, Anna le pasa el plato con su desayuno, sonríe al ver la mínima cantidad de miel que hay sobre sus panqueques, lo conoce tan bien.

Comen en silencio, disfrutando de la dinámica que han cultivado en los últimos tres años que ha evolucionado hasta una conexión en la que a penas necesitan palabras para comunicarse la mayoría del tiempo, entendiendo al otro tan solo con una mirada. 

Es por eso que sabe que ella quiere hablar y solo permanece callada por darle algo de tranquilidad; lo agradece, en realidad. Una vez que terminan, se encargan juntos de recoger los platos para lavarlos y secarlos, funcionando con un equipo casi perfecto.

Ella toma asiento sobre la barra de la cocina, porqué es increíblemente terca algunas veces y no permite que el embarazo la frene en sus actividades normales. Se recarga contra la alacena, sabe que necesitará un trago más tarde.

—Fuiste demasiado grosera con él. 

Anna pone los ojos en blanco. —No sabes que fue lo que le dije.

—No —Admite, sonriendo como siempre ante su actitud descarada. —Pero te conozco.

Ella desvía la mirada, sus pies balanceándose ligeramente, la pulsera negra que usa para cubrir su marca del alma cae lo suficiente para exponer un par de letras que conoce muy bien.

—Sabes que no me gusta, Rob. Y después de esos mensajes que recibiste de su madre, con fotos de él con su nueva pareja, sé cuánto sufriste al ver eso. Y su padre...

Es una conversación que han tenido antes, múltiples veces. Desde la primera vez que le contó sobre su alma gemela, sus conversaciones se volvieron a la mitad de sus almas la mayoría del tiempo, un consuelo para ambos.

—Pablo no es los errores de sus padres. 

Puede ver sus ojos llenarse de lágrimas. —No sé si pueda darle una oportunidad. No después de lo que pasó hace dos años. 

—Anna, ya hablamos de esto. Está todo bien.

Sabe que son las palabras incorrectas cuando ella se baja de la barra, caminando hacía él para darle un pequeño empujón que a penas logra moverlo. 

—¡No lo está! Ni siquiera estabas en la ciudad para verlo. ¿Y que hizo ese bastardo? —No responde, viendo las lágrimas bajar por sus mejillas. —Habló un montón de mierda y juntó gente para "darte una lección". 

Ella solloza, su cuerpo temblando mientras más lágrimas inundan sus ojos. —¿Sabes lo que pensé iban a decirme cuando me llamaron del hospital? Que estabas muerto. —Sus ojos se cierran cuando su voz se quiebra. —No conocía al chico y tendría que ir a darle el pésame porque su padre mató a su alma gemela a golpes. 

La atrae hacía si en un abrazo, dejándola sollozar con la cabeza enterrada en la curva de su cuello. Recuerda el intenso dolor en todo su cuerpo cuando despertó en el hospital, soportando tratos hostiles y teniendo que suplicar que le dieran analgésicos. Anna tuvo que cuidar de él durante semanas, peleando contra los médicos que creían había abusado de un niño pequeño.

—Lo lamento...

—No, no tienes que disculparte. Estabas pasando por mucha mierda en esos momentos. Cuidar de mi, tu padre, tu alma gemela. 

Ella se aleja, él le pasa una servilleta para que limpie su rostro manchado de lágrimas. —¿Estás seguro sobre él? 

Asiente, no hay duda en su ser sobre lo que siente por Pablo. Anna suspira, abrazándolo una vez más. Permanecen juntos durante largos momentos, el eco de ocasiones anteriores que han estado en esta misma cocina en la misma posición, llorando en los brazos del otro por diversos motivos. 

Ambos estaban un poco rotos cuando se conocieron, su vínculo se formó a base de sobrevivir juntos a cada obstáculo. Ninguno hubiera sobrevivido los últimos tres años sin el otro.

—Creo que le debo una disculpa. —Murmura, su cabello le hace cosquillas en la nariz cuando se ríe.

—Esa actitud impulsiva tuya te va a meter en problemas.

—¿Mi actitud impulsiva? Tonto, debiste hablar con él antes de meterlo a tu cama.

Bueno, ella tiene un muy buen punto.

Suspira, rompiendo el abrazo para buscar una botella de vodka en la alacena. Se sirve un pequeño vaso, tomando un sorbo. Sabe que tiene muchas cosas que explicar cuando Pablo regrese.

—Ni siquiera es medio día, Rob. 

Parpadea, mirando el vaso en su mano, el licor luciendo inocente estando ahí, pero las alarmas suenan en su cabeza. —Lo tengo controlado.

Anna no parece muy convencida, pero no insiste más en el tema. Termina su vaso con rapidez, resistiendo el impulso de seguir bebiendo hasta que su cabeza sienta la misma ligereza que ayer cuando estaba entre los brazos de su alma gemela.

—¿Conseguiste lo que te pedí? 

Le sonríe, adorando la forma en que su rostro se ilumina por la emoción, se merece tantas cosas buenas en su vida. Le entrega una caja de terciopelo azul cielo, observando sus ojos brillar cuando saca las dos sortijas de oro rosa, ambos anillos con un grabado en su interior.

"A + A".

—Son hermosos, gracias Rob.

Ella acaricia la cajita, quitándose el anillo de compromiso para colocar en su mano el anillo rosa que le corresponde, admirando cómo se ve. Le queda perfecto, al igual que le quedará perfecto el vestido de novia cuando camine hacía el altar, la felicidad la hará lucir radiante cuando diga sus votos.

—Ve a descansar un poco, no olvides tomar las vitaminas, las dejé ordenadas según el horario en que debes consumirlas. También, tienes cita con el obstetra en dos semanas para un ultrasonido y una modificación en tu dieta.

Ella le sonríe, una mano acariciando su vientre cuando sale hacía el pasillo y entra a la habitación de invitados para descansar. Él va a su propia habitación, acostándose sobre la cama y pegando su rostro a la almohada que usó Pablo, amando oler su perfume en lugar del detergente habitual de las almohadas.

Tendrá que cambiar algunas cosas si Pablo decide venir a vivir con él. Disminuir el tiempo que pasa en el trabajo, preparar más comidas en casa, agendar los días que Anna sale para que coincidan con noches en las que él decida salir. 

Sobretodo, tiene que dejar de beber tanto como lo está haciendo. Quiere creer que lo tiene controlado, que puede dejarlo cuando se le antoje, pero el deseo de ir a la cocina por un poco más se hace más grande cada vez, lo asusta bastante.

Tiene que mejorar, para su alma gemela. 

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora