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Robert estaciona el auto afuera de la casa de Pablo, tocando una vez la bocina.

Ha estado trabajando durante mucho tiempo últimamente, gracias a eso, logró comprar su primer coche.

¿Qué mejor manera de celebrar ese logro y el próximo cumpleaños de Pablo que llevándolo a pasear?

Él no sabía a dónde iban a ir, Robert arregló todo con sus padres. A Pablo solo se le dijo empacar suficiente para tres días y que ambos saldrían juntos.

Su conejito sale corriendo de casa con una mochila en el hombro y una enorme sonrisa, abre la puerta del copiloto y se mete al auto, mirando con emoción todo.

—¿Listo, conejito? ¿Traes todo? 

Él asiente, tirando su mochila a los asientos traseros. Robert se inclina hacía él para tomar el cinturón y colocarlo, además de aprovechar para robarle un pequeño beso.

—¿A dónde vamos? 

—Ya verás. Es una sorpresa, no seas tan impaciente.

—Pero quiero sabeeeer. No me dijiste nada. 

—De eso se tratan las sorpresas, mi amor.

Pablo infla sus mejillas, cruzando los brazos sobre su pecho. Robert se ríe, comenzando a conducir con calma. Les espera un camino un poco largo para llegar a dónde quiere.

Pablo coloca música, alegando que tiene suficiente energía para todo el viaje.

Por supuesto, se queda dormido a la media hora. 

Robert conduce con la música a nivel bajo, Pablo duerme con la boca abierta durante todo el trayecto. Él no lo despierta hasta que llegan a su destino.

Es pasado medio día cuando estaciona el auto en la cabaña privada que reservó por tres días. No hay nadie cerca, serán solo ellos dos.

—Pablo. Mi amor, ya llegamos, despierta.

Pablo murmura algo, dándose la vuelta en el asiento, tiene marcas del cinturón en la cara. Robert sonríe, toma las cosas para llevarlas adentro, dejando todo en la sala.

Regresa y saca a Pablo del auto, lo toma entre sus brazos para llevarlo hasta la sala, lo acomoda sobre uno de los sillones y besa su frente cuando considera está cómodo.

Lleva las cosas de ambos a la habitación en el piso superior, hay una cama enorme en el medio junto a un ventanal que tiene una vista muy bonita. 

Curiosea un poco por el lugar, el baño es grande, con una bañera perfecta para que dos personas puedan entrar cómodamente. Robert localiza el botiquín de primeros auxilios, sabe que Pablo se lanza de cabeza a las aventuras, mejor estar preparado.

La cocina parece un sueño hecho realidad, con terminados de mármol y cuarzo pulido. Robert se entretiene preparando la comida para ambos, algo ligero y algunos postres para después.

Pablo reaparece cuando él termina de cocinar, tiene media cara con el relieve del sillón y baba seca en la mejilla. Robert sonríe cuando recibe un abrazo, besando la cabeza de su pequeño. 

—Ve a lavarte la cara y vamos a comer.

Pablo asiente, caminando con movimientos adormilados que lo hacen ver tierno y adorable. Sirve la comida, todo está listo cuando Pablo regresa viéndose mucho más despierto.

Comen entre el silencio y miradas llenas de sentimientos dulces. Cuando terminan, pasan unas horas juntos antes de que sea tiempo de irse, Robert le indica que vaya a cambiarse por algo cómodo y abrigado.

Termina de lavar los platos cuando Pablo regresa, vestido con jeans y una sudadera gris de gran tamaño que en realidad es suya. 

Robert se apresura a cambiarse, tomando una mochila para meter dos termos, tres cajitas con los postres favoritos de Pablo y una manta gruesa de lana.

Lo lleva de la mano a una camioneta estacionada afuera de la cabaña, Pablo rebota en su asiento cuando empieza a conducir.

A la mitad de camino, saca una venda para cubrir los ojos de Pablo. Él no deja de hacer preguntas emocionadas sobre a dónde van, pero Robert se niega a darle alguna pista.

Llegan cuando la noche cae, Robert estaciona la camioneta sobre una colina, con la parte trasera dando hacía el acantilado. 

Saca a Pablo entre risitas, dejándolo parado a un lado de la puerta con instrucciones de no moverse. Su sonrisa vale completamente la pena.

Abre las puertas traseras, acomoda las mantas junto a los cojines sobre el suelo para tener un lugar acolchado y coloca la mochila cerca. Con una sonrisa, prueba que la línea de luz LED que instaló funcione a la perfección.

Con todo listo, sube a Pablo a la parte trasera. Robert se acomoda para que Pablo se siente entre sus piernas, con la espalda pegada a su pecho. Se encarga de cubrirlos a ambos con la manta gruesa, mirando al cielo.

Es hora.

—Mi dulce conejito. Cuando recién nos conocimos, deseé que obtuvieras un alma gemela que te amara con devoción, que cada día te demuestre lo mucho que te ama.

Pablo sonríe, tratando de buscar su rostro para obtener un beso que le da en la mejilla.

Se lame los labios. —Me obtuviste a mi. Así que tenía que cumplir lo que había pedido.

Coloca sus manos sobre la venda que le cubre los ojos, hablándole al oído.

—Mi amor... Ésta noche, quiero regalarte las estrellas.

Un jadeo de sorpresa se escucha cuando Pablo abre los ojos, mirando el cielo nocturno en el cual llueven estrellas y se ven galaxias brillantes, sin una nube a la vista, resplandecen como mil soles.

Pablo señala las constelaciones que conoce, gritando emocionado sus nombres.

—¡Robert! Esto es bellísimo.

—Si, lo es —murmura, con la vista fija en la carita contenta de Pablo.

Pablo voltea a mirarlo, sus hermosos ojos brillando mucho más que el cielo. Si Robert tuviera que definir la palabra "belleza", sin dudar diría su nombre.

—Gracias, no solo por esto, por todo lo que has hecho por mi.

—Amor mío, si pudiera te daría el universo. 

Pablo se gira para unir sus labios en un beso dulce, solo saboreando los labios del otro para hacerle saber su amor. Se separan, Pablo recarga su cabeza en su pecho, con la mirada fija en un cometa brillante que pasa por el cielo nocturno.

Robert se encarga de alimentarlo con fresas bañadas en chocolate, amando ver a su conejito tan feliz y relajado. No puede evitar robarle un beso cada que parte del jugo de la fruta queda sobre sus apetecibles labios.

Observan la maravilla astronómica durante algunas horas, comiendo los dulces sin romper el cómodo silencio más que para besarse con adoración.

Prende la luz cuando Pablo se ve adormilado, lo deja acomodado sobre los cojines y emprenden el camino de regreso a la cabaña. Pablo está dormido cuando llegan.

Lo lleva en sus brazos hasta la habitación, depositándolo con cuidado sobre la cama. Se encarga de quitarle la ropa con cuidado de no despertarlo, colocándole una esponjosa pijama con conejitos blancos.

Se mete en la cama detrás de él, acunando su pequeño cuerpo contra su pecho y dejando un beso suave sobre su cuello.

—Te amo, mi conejito.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora