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Robert observa a Pablo, está parado en el balcón, con la mirada fija en el atardecer. Se acerca a él, envolviendo sus brazos en su cintura y dejando un beso sobre su mejilla.

—¿Estás bien?

—No quiero que esto termine. Quiero quedarme aquí por siempre, contigo.

Robert lo entiende. El tiempo que han pasado juntos ha sido fantástico para ambos. Pero ahora deben regresar a su vid cotidiana dónde se ven regularmente los fines de semanas de vez en cuando un día en el que Pablo sale temprano de la escuela.

Sabe que Pablo extrañará besarlo cada minuto que se le antoje. Él mismo extrañará esto, tomarlo entre sus brazos a cada minuto del día, dormir con su pequeño cuerpo acunado contra el suyo, despertar con sus piernas enredadas con las suyas.

Deja un beso sobre su nuca, sacando una cajita de su pantalón. La coloca entre las manos de Pablo, observando cómo la abre para revelar un collar de plata con un dije en forma de corazón, la resina brillando mientras muestra un cielo azul oscuro lleno de estrellas.

—Es un regalo para que recuerdes estos días, para recordarte que siempre mereces ser amado. Es una promesa de que mi amor por ti será tan eterno y tan grande como el universo mismo.

Pablo se da la vuelta, sosteniendo el collar entre sus manos mientras se pone de puntillas para darle un beso que sabe dulce por el amor que hay entre ambos. Se separa con los ojos brillando.

—¿Me lo pones?

Lo toma con cuidado, pasándolo por su cuello y abrochando la cadena. Se ajusta perfecto a él, descansando sobre su pecho. Pablo lo toma con la mano izquierda, el collar y el brazalete con el conejo brillando del mismo tono plateado.

—Gracias. Tú sigues dándome todos estos regalos maravillosos y yo solo... Bueno, no tengo nada para ti.

Robert lo abraza una vez más, Pablo levanta la cabeza para que puedan mirarse a los ojos. El resplandor anaranjado del sol iluminando su cabello y ojos en tonos dorados que lo hacen ver etéreo. 

—Todo lo que siempre he querido y anhelado lo tengo justo aquí, entre mis brazos.

Pablo se sonroja, una sonrisa tímida pero llena de dulzura se abre paso por su rostro. Robert nunca tendrá suficiente de verlo sonreír de esa forma.

—Amor mío, tu existencia es mejor regalo que podrías darme, el más valioso. No necesito que me entregues nada más que tu amor. 

Se inclina para conectar sus labios en un beso suave, sin querer algo más que probar el cariño directo de los labios de su conejito. Quiere besarlo por siempre, para dejar grabado en su memoria cada movimiento, cada sonido, cada suspiro.

Pablo duerme todo el camino de regreso, vestido con un suéter que en realidad no es suyo. Robert sabe que parte de su guardarropa abrigado ahora tendrá su hogar en el clóset de Pablo. Está bien para él.

Es noche cuando estaciona el auto fuera de su casa, Pablo sigue dormido, así que Robert toma su mochila y luego a él entre sus brazos para llevarlo a casa. Lo recibe su madre, mirando con cariño a su hijo dormido y dejándolo llevarlo a su habitación.

Es familiar subir las escaleras y entrar a la habitación de Pablo. Dejarlo sobre su cama y acomodarlo para que esté cómodo cuando despierte. Su mochila es dejada a un lado, Robert se asegura que estén solos antes de inclinarse para darle un pequeño beso en los labios, murmurando un buenas noches.

Regresa a casa con una sonrisa, se toma el tiempo de acomodar su habitación antes de acostarse, pasando sus dedos con suavidad sobre la marca del alma. 

PG.

Tal vez, el destino no se equivocó al unirlos. 

Piensa en eso el día que Pablo cumple quince años, riendo contento mientras se embarra toda la cara de betún de pastel. Le toman varias fotografías, Robert también le toma una que pone de fondo de pantalla en su celular.

Su galería está llena de fotos de su conejito, en la mayoría aparece con la misma sonrisa que lleva ahora. Se acerca a él, así que Robert guarda su teléfono, ya alcanzando una servilleta de papel.

Pablo se deja caer en una silla a su lado, aunque por lo cerca que está temió por un segundo que se fuera a sentar sobre su regazo. Extiende la servilleta, tratando de tomar el rostro de Pablo.

—¡No! Espera un poco.

—Vas a acabar sintiéndote todo pegajoso. Déjame limpiarte.

Pablo se ríe, esquivando su mano. En un movimiento rápido, estampa sus labios manchados de crema dulce en su mejilla, Robert solo lo mira reírse con descaro, carcajadas estridentes que llaman la atención de sus invitados.

Robert toma el betún con su mano izquierda, hace una mueca por la sensación que deja, pero espera hasta que Pablo deja de reírse para embarrar la crema en su frente. 

—¡Robert! 

Pablo hace un puchero, él se ríe. Se limpia el rostro, tomando otra servilleta para limpiar a Pablo ahora que se lo permite, su conejito mantiene su ceño fruncido todo el tiempo.

—Vamos, conejito, tú empezaste.

Pablo le saca la lengua, pero no discute. 

Cuando es su cumpleaños, están acostados sobre su cama.

Bueno, Pablo está acostado encima suyo, dibujando formas imaginarias en su pecho mientras él está por quedarse dormido.

—¿Robert?

Abre los ojos, mirando a Pablo con la cabecita recargada sobre su pecho, le sonríe cuando nota que tiene su atención.

Robert lo observa sentarse, con movimientos lentos y deliberados que lo ponen un poco nervioso cuando se acomoda arriba de su entrepierna. 

Lo toma de los muslos, acariciando sus piernas. Pablo se balancea un poco, su peso no cae por completo sobre él, pero Robert sabe que puede sentir su polla ponerse más dura con cada segundo que pasa.

Pablo se muerde el labio inferior, cuando se sienta correctamente sobre su dureza se le escapa un pequeño suspiro de gusto.

—Pablo. Bájate.

—No quiero. 

Invierte sus posiciones con facilidad. Sus piernas abiertas acomodan su cuerpo, Pablo todavía se ve muy pequeño debajo suyo, a pesar de que ha crecido bastante.

—No seas tan impaciente, puedes esperar.

Sus ojitos se llenan de inseguridad que Robert quiere borrar a besos. —¿Estás seguro de esperar por mi? 

—Si. Aguardaría por ti hasta el fin de los tiempos.

Eso provoca una sonrisa en su bonito rostro, la inseguridad que había sentido antes desapareciendo.

—Bésame.

Lo besa.

Una y otra y otra vez.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora