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Tiene las marcas en el cuello de lo que hizo la noche anterior, mordidas y besos que Robert dejó mientras ambos estaban perdidos en el placer de estar con el otro.

Ella se da la vuelta para apagar la estufa, la masa de panqueques olvidada a un lado, el jarabe y la mermelada sobre la barra cuando voltea de nuevo a mirarlo, su sonrisa viéndose mucho más falsa.

Pablo no se atreve a hablar o hacer algo, baja la mirada, sin intentar cubrir su cuello lleno de chupetones, no tiene sentido hacerlo ahora. Se queda quieto mientras ella apila tres panqueques en un plato que después coloca frente a él junto a un tenedor. 

Pablo extiende una mano para tomar la mermelada de fresa, se sobresalta cuando ella lo toma, acariciando sus nudillos.

—Creo que no nos han presentado correctamente. A decir verdad, no esperaba encontrarte aquí hoy, pensé que eras solo un chico que venía a pedir dulces. 

Retira su mano con suavidad, evitando mirar el anillo. Juguetea un poco con su brazalete antes de regresar a mirarla, la amabilidad en sus ojos ha desaparecido y lo mira con frialdad.

—Conozco a Robert desde hace mucho tiempo, dijo que estaba bien si me quedaba a pasar la noche.

Ella mira su brazalete, asiente y toma su propio plato, colocando fresas cortadas y moras azules sobre sus panqueques. Coloca los demás en un plato a parte, colocando solo una pequeña cantidad de miel sobre ellos. A Pablo le duele el corazón al notar que son para Robert, que ella lo conoce tan bien cómo para preparar su desayuno casi sin mirar.

—Soy Anna, la prometida de Robert. 

El tiempo parece detenerse mientras las palabras se registran en su cerebro, su corazón dando un latido doloroso y asustado al caer en cuenta de lo que le ha dicho. Robert está comprometido. 

Siente las lágrimas acumularse en sus ojos, el dolor viajando por su sistema hasta asentarse sobre su corazón. Entiende porqué Robert elegiría casarse con ella, tiene una belleza que él no espera llegar a igualar, seguro debe ser muy inteligente, sus edades son más acordes. Entiende porqué la eligió, pero no hace que duela menos.

—Tú eres Pablo Gavira, su alma gemela. 

Asiente, avergonzado. No entiende cómo es que Anna no le ha reclamado por acostarse con su prometido, alma gemela o no, Robert estaba con ella.

—¿Por qué estás aquí?

—Quería verlo... Yo no sabía que se iba a casar... —Murmura en voz baja, la mirada en la barra para evitar derramar las lágrimas de tristeza y vergüenza.

—Si, supongo que no le preguntaste sobre eso mientras te estaba cogiendo. 

Su rostro se pone rojo escarlata, ella parece querer decile algo y el quiere suplicar su perdón cuando Robert entra a la cocina, lleva solo unos pantalones de pijama que cuelgan bajos en sus caderas y trae el cabello revuelto. 

Se acerca para colocar un beso sobre su cabeza y Pablo voltea a mirar a Anna de inmediato, el pánico visible en sus ojos por la descarada nuestra de afecto frente a su prometida, pero ella no dice nada, mirando su pecho donde marcas rojizas de uñas son visibles.

—Anna, ¿Cocinaste? Sabes que no puedes hacer mucho esfuerzo físico, ya es bastante malo que hayas decidido salir el día de ayer.

Su voz sale ligeramente ronca mientras toma un vaso con agua. Anna solo se ríe, tomando un trozo de su desayuno antes de responderle.

—Por última vez, Rob, estoy embarazada, no al borde de la muerte. 

Embarazada. 

Anna está esperando un hijo de Robert.

Pablo no puede soportar estar aquí un segundo más, siente que el aire en la habitación lo asfixia mientras recuerdos de la noche anterior llegan a su mente, él gimiendo el nombre de Robert sin vergüenza y abrazándolo para dormir.

No lo entiende. Sabe el tipo de persona que es su alma gemela, no puede creer que fue capaz de engañar a su prometida embarazada y actuar como si no hubiera hecho nada.

—Yo... Debería irme...

Anna le da una sonrisa, volteando a ver a Robert. —¿Puedes traerme mis pastillas? Estoy segura que las dejé en el baño. 

Él asiente, dejando el vaso y saliendo en dirección al baño. Anna regresa a mirarlo, una expresión dura en su rostro.

—Escucha bien, niño. Rob ya ha pasado por suficiente mierda en su vida solo por ti. No puedes venir y acostarte con él para luego desaparecer o arruinarlo. No permitiré que lo lastimes. 

Se queda atónito hasta que Robert regresa, luciendo mucho más despierto que un principio. —No estaban ahí.

—Ah, creo que las dejé en mi bolsa, perdóname. 

Robert solo niega con la cabeza, volteando a verlo. Pablo siente tantas cosas en ese momento, su mente llena de pensamientos que corren tan deprisa que no puede seguirle el ritmo, tantas memorias y deseos de años. Lo único constante es que duele, mucho.

—Tengo que irme. 

Se pone de pie, tratando de respirar constantemente para no entrar en pánico, se da la vuelta para huir pero la voz de su alma gemela lo congela. —¿Vestido así? ¿No vas a llevarte tu mochila?

Suspira, asintiendo. Robert lo acompaña hasta su habitación, Pablo ni siquiera es capaz de mirar la cama dónde se entregó a él, no sé siente capaz de respirar estando a solas a su lado sabiendo que su prometida está a solo unas habitaciones de ellos.

—Dijiste que tus padres no te dejaron venir. ¿Dónde te estás quedando?

—Mis amigos y yo rentamos una habitación de hotel... —Murmura, buscando algo de ropa limpia en su mochila y suspirando cuando Robert se da la vuelta, dándole un poco de privacidad para cambiarse.

—Puedes vivir conmigo, si quieres.

Su mente se llena de ilusiones. De ambos durmiendo abrazados para despertar sonriéndole al otro, de recibir dulces besos mientras desayunan juntos y compartir el espacio que tienen. 

—¿Estás seguro de eso? No quiero entrometerme en tu vida. 

—Eres mi alma gemela. Mi deber es cuidar de ti. 

Coloca su mano sobre su brazo izquierdo, Robert entonces voltea a verlo. La mirada en sus ojos es tan dulce, tan llena de amor y adoración que le dificulta no desviar sus ojos a otra parte por la intensidad de sus sentimientos. El amor es una cosa tan volátil, tan dulce y tan amarga, tan dolorosa como feliz. 

—Tengo que ver a Pedri y Ferran para avisarles, regresaré después.

Cierra los ojos al sentir un beso sobre su frente, sus labios suaves sacándole un suspiro de gusto, su alma sintiéndose tranquila. —Te estaré esperando.

Robert lo acompaña hasta la puerta del departamento, Anna sigue desayunando y solo le dedica una mirada cuando pasan por la cocina. Robert lo deja ir con un beso en la mejilla. 

Una vez que está en el elevador, bajando para salir del edificio, se permite llorar silenciosamente.

Su corazón duele mucho. 

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora