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En la noche, Robert se para frente al ventanal de su departamento, observando las luces de la ciudad desde lo alto del edificio.

Todos podrían creer que lo tiene todo. Un buen trabajo, un nivel económico alto, un buen lugar donde vivir. Aún así, todos también notan que hay un vacío en su alma que nada parece llenar, susurros en la oficina sobre qué le hará falta.

Le hace falta su alma gemela.

Su adorable conejito de encantadores ojos chocolate, con besos tan dulces como el azúcar y una risa que alegraba todos sus días.

Lo extraña tanto.

Compró un pequeño pastel con el dibujo de un conejo blanco hecho de betún, aunque no sabe si todavía le gustarán los conejos. Tal vez lo odia, tal vez decidió olvidarse de él.

No volvió a escribir algo, él tampoco lo hizo. Habría sido más doloroso para ambos seguir en contacto después de su separación. Trata de decirse a sí mismo que es mejor así, que estará bien, sabe que es mentira.

Enciende la velita del pastel, mirando la flama hasta que casi se extingue. Perdido en sus recuerdos tan dulces como dolorosos.

Es lo agridulce del amor.

La perdida es el precio a pagar por amar tanto.

Sopla con suavidad, apagando la velita. El pastel se deja olvidado sobre la mesita de noche, junto a una caja con un anillo de plata, solo una banda sencilla con una piedra en forma de conejo.

Lo encontró un día mientras caminaba de regreso a casa, imposible ignorar su brillo y lo bien que se habría visto en él. No pudo evitar imaginar cómo sería la sonrisa de su chico al verlo, cuando él se pusiera de rodillas y le hiciera la pregunta que quería.

Se preguntaba si hubiera funcionado. Si él hubiera dicho que si. Si él hubiera preferido una casa en el campo o vivir en la ciudad. Si hubiera preferido una boda grande o algo más íntimo. Si hubiera elegido tulipanes o rosas para caminar hasta el altar a su lado.

Si todo hubiera sido diferente...

Robert se sienta en el suelo, mirando todo el tiempo la joya mientras termina con otra botella de alcohol, las lágrimas silenciosas empañan su rostro.

—Felices dieciocho, mi amor.

Se pierde en su rutina de beber, llorar, volver a beber y caer rendido en la cama. Al siguiente día, se levantará como si nada hubiera sucedido.

Hoy, se permite llorar por su alma gemela.

Cómo lo ha hecho tantas otras noches desde que se separaron.

Se ha vuelto cada vez más difícil seguir adelante. 

Todas las noches es difícil no mandar todo a la mierda y buscar a su conejito. Pero no cree merecer volver a ser feliz a su lado. 

Ahoga su dolor en bebidas cada vez más fuertes y frecuentes, sin importarle cuidar de si mismo. ¿Para qué?

Robert suspira, tomando otro sorbo de la bebida. El alcohol quema su garganta, volviendo opacas todas las sensaciones, llevándose el dolor.

Halloween es hasta dentro de tres semanas, pero el bar está lleno de jóvenes adultos vestidos de distintas formas para disfrutar la noche. Robert no puede dejar de ver a uno en específico.

Tiene cabello castaño, con un par de orejas de conejo sobresaliendo. Lleva un collar blanco, un traje pegado al cuerpo en color negro y una esponjosa cola blanca se balancea cada que mueve las caderas.

Se reprende por recordar a su conejito, sintiéndose como un asqueroso. Paga su bebida, saliendo entre tropiezos del bar. Se las arregla para llegar a su departamento, a penas cerrando la puerta antes de colapsar sobre sí mismo, llorando.

Extraña tanto a Pablo.

Lo extraña tanto.

Lo ama tanto.

Se tambalea por su departamento, derribando una que otra decoración en su camino hasta su habitación. Su mente confusa por el alcohol batalla en encontrar un bolígrafo, pero lo logra.

PG.

Un sollozo se le escapa cuando escribe sobre su brazo.

Te extraño.

Despierta horas después, lavando las palabras hasta que su piel se irrita. Es ella quien viene a sacarlo del baño, arrastrando su lamentable ser hasta la cama para cuidarlo, abrazándolo y murmurando contra su cabello que estará bien, ella está con el, están juntos.

Nunca ha agradecido más tenerla a su lado.

Pablo aleja la mirada del techo al escuchar la puerta principal abrirse, Ferran debe estar en casa entonces. Murmullos de una conversación llegan hasta él, pero no se molesta en tratar de entender.

Acaricia la piel de su brazo izquierdo, dónde las letras negras resaltan en un recordatorio de los años más felices que tuvo al lado de su alma gemela, incluso cuando no sabía que era él, era tan feliz.

Durante tres años, trató de olvidarlo. Se enfocó en relaciones fugaces con otras personas más acordes a su edad, trató de encontrar consuelo en labios y toques ajenos, pero su corazón siempre regresaba a Robert, incluso con Alex nunca sintió lo mismo. 

"Te extraño". 

Lo recuerda a la perfección, la letra extraña pero indudablemente suya, a pesar de perder su buena caligrafía habitual. Un mensaje que desapareció a las pocas horas, pero Pablo lo atesoró pasado ese tiempo.

Robert todavía lo amaba.

Pablo tenía que demostrarle que él también.

Y para eso necesitaba hablar con él en persona, tenía que mirarlo a los ojos para asegurarle que su amor no había menguado ni un poco. 

—Pablo. El imbécil de Alexander sigue llamando a Pedri para que vuelvas a hablar con él.

Voltea a mirar a Ferran, parece un poco molesto. Pablo no le ha respondido una sola llamada o mensaje a su ex desde esa noche, así que él intentó contactarlo por medio de sus amigos.

Robert le había dicho que no aceptara menos amor que el que él le había dado. ¿Por qué iba a dirigirle la palabra a alguien que no lo amaba tanto como Robert? No valía la pena estar con alguien que lo había lastimado. 

—Lo siento mucho. 

—No que va, que tampoco es culpa tuya. Es para decirte que tengas cuidado, ¿vale? 

Asiente, agradecido de tener amigos que lo apoyan tanto. —Gracias, por todo.

—Te queremos, lo sabes. Y brillas de manera diferente ahora que sabes que tu alma todavía te ama. Mereces ser feliz.

Pablo baja la mirada, sonrojado. La felicidad que siente al reencontrarse con Robert debe ser demasiado visible, junto con los nervios.

Han pasado tres años. Tres años de añorar tenerlo cerca, de llorarle a sus recuerdos y suplicar por volver a verlo al menos una vez para volver a sentirse plenamente amado solo con sus besos y palabras dulces.

—¡Chicos!

Pedri irrumpe en la habitación, casi cayendo de cara contra el piso y solo siendo detenido por los buenos reflejos de su alma gemela. 

—Lo encontré.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora