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Pablo está cerca de cumplir once años.

Robert a veces lo mira fijamente, recordando la época en la que era tan pequeño que tenía que arrodillarse para estar a alturas similares. Pablo le llega a la cintura ahora.

Se le ha vuelto más difícil cargarlo por periodos prolongados. Ya no puede llevar al niño cargado de la escuela hasta su casa. 

Pablo también se ha vuelto más reacio al afecto físico en público si viene de sus padres. Con Robert, nunca ha dejado de ser pegajoso, caminando de su mano, abrazándolo, buscando dormir junto a él.

Han tenido varias salidas junto a Marco, a Pablo todavía no le gusta, viéndose molesto cada que lo ven. Marco ha intentado hacerse su amigo, parece ablandar a Pablo durante algunos momentos hasta que vuelve a molestarse cuando lo ve demasiado cerca de Robert.

Pablo también ha dibujado en su brazo izquierdo, pequeños corazones y estrellas en una brillante tinta negra. Incluso un conejo. Robert pasó horas mirando los dibujos en su propia piel antes de que desaparecieran.

Procura usar siempre mangas largas y sus brazaletes para ocultar los dibujos si es que llegan a aparecer sin que él se de cuenta antes; lo que su pequeño comparta con él, aunque sean simples garabatos, es privado.

Es fin de semana, uno de los días libres de Robert apartado para cuidar de Pablo. Aunque ahora tiene muchas más responsabilidades, al estar trabajando en la empresa de su padre, dedica gran parte de su tiempo libre en seguir cuidando de Pablo.

Actualmente, Pablo está sentado en uno de los sillones, haciendo tarea mientras Robert está en otro, mirando su celular.

Ha notado a Pablo distraído, hay algo en su mente, está seguro. Solo queda esperar a que su pequeño quiera compartir lo que sea que tenga.

Robert ha sido su confidente todos estos años, guardando sus secretos, calmando sus miedos y alentando sus sueños. Así que no toma mucho tiempo para que Pablo deje su cuaderno de lado, una de sus piernas rebotando.

—¿Robert? 

—¿Si, conejito?

Pablo se muerde el labio, desviando la mirada a su tarea de matemáticas, Robert espera con paciencia.

—¿Cómo sabes... Si estás enamorado?

Dios, Robert realmente no quiere que Pablo siga creciendo.

—¿Por qué quieres saber eso? 

Tiene curiosidad, ha escuchado de un par de amigos suyos de la escuela. Se pregunta quién será la persona afortunada que logró llamar la atención de su pequeño.

Pablo se encoge de hombros, garabateando en su libreta. Robert toma asiento a su lado, quitando la pluma de su mano para acariciarla, calmando un poco su ansiedad.

—Yo... Quiero saber. Bueno, no. Más bien... Hay alguien que sé que me gusta...

—¿No eres muy joven para estar pensando en esas cosas? 

Pablo lo mira enojado, a lo que Robert solo se ríe, tiene que aceptar que su pequeño está creciendo.

—¿Y cuál es el problema? 

Pablo mira su muñeca izquierda, dónde están grabadas las iniciales de Robert, aunque Pablo no sabe eso.

—¿Qué pasa si no es mi alma gemela?

—Conejito... Algunos vínculos son platónicos, sin romance de por medio —explica, será bueno decirle esto ahora, le será más fácil entender a Robert cuando le diga sobe su vínculo—. Algunas personas no están con su alma gemela y son muy felices con quiénes eligieron.

Pablo lo mira, sus bellos ojos de cachorrito parecen buscar respuesta en los suyos.

—Pero... Yo quiero estar con mi alma gemela.

No. 

Robert tiene que tragarse su respuesta inmediata. Pablo no sabe que ha tenido a la mitad de su alma cuidando de él desde que era un niño pequeño, no sabe el peso y el dolor que sus palabras le traen.

—Pablo, cómo te dije, algunas almas no están juntas de manera romántica y eso está bien. Todavía eres muy joven para decidir algo así.

Pablo se pega a su costado, Robert le pasa un brazo por los hombros para darle algo de consuelo. Deja un beso sobre su cabeza, deseando poder ahorrarle el sufrimiento y el dolor que viene de forma natural con la vida.

Pablo lleva su manita a los brazaletes que usa, Robert la toma, no lo ha dejado ver debajo de sus brazaletes desde que se enteró de la marca.

Pablo no protesta, entrelazando sus dedos. Robert tiene curiosidad por la persona que le gusta, aceptando poco a poco que su pequeño ya no es tan pequeño.

—Robert.

—¿Si, conejito?

—¿Estás saliendo con Marco? 

La pregunta sale en un susurro, Pablo se pega más a él, sentándose sobre su regazo y apoyando su rostro contra su pecho.

—No.

—¿Por qué?

Robert suspira, acariciando su cabecita. No sabe cómo explicarle que si bien su compañía es apreciada y le gusta, sabe que no podría darle por completo su corazón si terminan juntos. No quiere lastimar a Marco, así que ha rechazado todos sus avances directos con suavidad.

—No creo que sea la persona adecuada para mí.

—Si, yo tampoco. —Pablo responde con rapidez, Robert ahoga una risa.

—No seas grosero. 

Pablo solo se ríe. Robert lo ayuda con el resto de su tarea, pasando una tarde agradable hasta que es su hora de irse. Deja a Pablo en su habitación viendo algún tipo de película de ciencia ficción y sale para ir a su casa.

Marco lo está esperando afuera de su puerta, Robert se sorprende, pero lo invita a pasar de cualquier manera, llevándolo a su habitación.

Ambos se paran ahí, Robert ligeramente incómodo, su mirada desviándose a la casa contigua, a la ventana de la habitación de Pablo.

—¿Está todo bien? 

—Si, yo solo... 

Robert puede sentir el aire frio de la noche entrar por su ventana abierta, al igual que puede sentir los nervios de su amigo.

—Dime la verdad, ¿por qué me rechazas?

—Marco, ya te lo he dicho. No quiero lastimarte y aunque te quiero mucho, no sé si llegaría a enamorarme de ti.

La verdad es que, cree que no puede sentir amor romántico desde que se enteró de su alma gemela. Pablo es un niño y jamás lo vería de esa forma, pero el resto de personas le parecen vínculos frívolos que no valen la pena conservar.

—¿No puedes darme una oportunidad?

No responde, dudando sobre que decir. Marco se acerca, tomando su rostro entre sus manos. Robert lo toma de los antebrazos, creyendo ver movimiento en la ventana contraria.

Marco lo besa, sosteniendo su rostro como si fuera algo precioso. Robert cierra los ojos después de algunos segundos, correspondiendo con algo de torpeza al contacto.

Las manos de Marco bajan hasta una tomarlo de la cintura, la otra se mantiene en su nuca, besándolo con un poco más de desesperación. Y Robert se deja llevar.

Ajeno a los ojitos que lo observan desde la ventana, llenos de dolor.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora