Capítulo 15. Las caballerizas

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Astoria y Draco caminaban juntos en dirección a las caballerizas aquel sábado de finales de mayo para disfrutar de una agradable tarde cabalgando por los senderos del boque cercano a la mansión. Les encantaba montar a caballo juntos, ir al galope sintiendo el viento en su cara y el agua salpicar cuando cruzaban algún río. Les encantaba competir entre ellos por ver quien llegaba antes al sitio. Cabalgar era algo que les gustaba hacer juntos, sobre todo, desde que se reencontraron en tierras francesas y descubrieron esa pasión común.

Las caballerizas de la mansión Malfoy fueron en tiempos pasados unas de las más importantes de todo el país, llenas de hermosos ejemplares equinos de todas las razas, tanto mágicas como no mágicas, que asombraban a la alta sociedad británica. Ahora, algo mas modestas, siguen sirviendo a sus dueños para sus divertimentos.

Siempre hubo en los terrenos de la mansión, desde que el castillo de los Malfoy, unas caballerizas donde los caballeros y aprendices entrenaban. Fueron derribadas y reconstruidas en muchas ocasiones, para adaptarlas a los tiempos. Su momento de máximo esplendor llegó en el último tercio del siglo XIX, este gran establo estaba equipado para albergar a más de cincuenta caballos, normales o alados, cómodamente. Tenían silos repletos de comida y bebederos abundantes para que pudieran satisfacer sus necesidades. Tenía una pista de doma y un amplio espacio para que los caballos caminaran en libertad. Su sistema de cría permitía a las yeguas estar con sus potros, siendo algo novedoso para la época.

Junto a los establos, existió un taller de herrería donde los elfos trabajaban haciendo herraduras para los cascos de los caballos y una curtiduría para las sillas y las riendas. Y por supuesto, unas cocheras para guardar los diez carruajes que los Malfoy llegaron a tener en total.

Sin embargo, los últimos Malfoy no prestaron atención a las caballerizas y, poco a poco, fueron desmantelándolas. Primero vendiendo todos los caballos y algunos de los carruajes, ya que eran una pérdida de tiempo y dinero mantenerlos, al no tener nadie que los montara ni usara los carruajes al popularizarse los trasladores y la Red Flú. Después, suprimieron la curtiduría y la herrería, vendiendo a los elfos que trabajaban allí y derrumbaron las construcciones para "mejorar el paisaje", lo que en realidad fue una forma de evitar tener que mantener l. Los establos vacíos sirvieron como lugar de entrenamientos, experimentos o almacenes, provocando daños en las estructuras que nadie se molestaba en reparar, ni siquiera los elfos. Como golpe de gracia, un rayo cayó en el tejado de madera causando un incendio que nadie se molestó en extinguir, reduciendo los techos, los interiores de madera y lo que allí se encontraba a cenizas. Solo se salvaron los tres únicos carruajes, que quedaban, gracias a que los elfos se afanaron en sacarlos de allí antes de que el fuego los devorara. Los carruajes fueron llevados a un viejo almacén de los Malfoy en Bristol.

Draco recordaba ver de pequeño las ruinas de aquellas caballerizas desde la ventana de sus aposentos, cubiertas por la maleza y las plantas salvajes. Se había escapado alguna vez a investigar, acompañado por Dobby, imaginándose como de impresionantes debían de haber sido y lo genial que sería tener caballos alados y volar a lomos de ellos. Su padre le había regañado aquella vez por escaparse de casa a un lugar tan peligroso, y desde entonces, pocas veces había vuelto a aquel lugar. Durante la ocupación de su casa por los mortífagos, dado que el lugar estaba deshabitado y nadie se acercaba allí por su escaso interés, le sirvió de refugio para cuando necesitaba desahogarse o cuando le daban algunas crisis de ansiedad, habituales desde que los mortífagos tomaron su hogar y cometían verdaderas salvajadas, como aquella vez que su tía Bellatrix lo obligó a observar cómo torturaba a un joven sangremuggle un poco más mayor que él, sin poder hacer nada más que mirar como la desquiciada de su tía se reía mientras el chico se retorcía de dolor durante horas.

Tras la guerra, el Tribunal del Wizengamot lo condenó no solo a pagar una cuantiosa multa y un largo tiempo sin varita, sino también a utilizar medios autónomos mágicos de trasporte, es decir, escobas. Ese fue un duro palo para Draco. Volar era una de las cosas que más le gustaba hacer, le ayudaba a relajarse y evadirse de la triste realidad. Pese a ello, no se dejó vencer en la desesperación y encontró en los caballos una forma parecida de entretenimiento, parecida a volar. Comenzó aprendiendo a montar y, poco a poco, fue cogiendo más confianza con el caballo, hasta volverse un jinete competente. Volar siempre sería su actividad favorita, pero debía reconocer que también le encantaba montar, sobre todo, cuando lo hacía con Astoria.

La Mansión de los MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora