Capítulo 21. La sala del billar.

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Era la tercera vez que el joven Lupin pasaba por delante de aquel cuadro de unos, cuyos ojos lo miraban con malicia, incluso se podía decir, que estaban a punto de reírse de él. Se había perdido en aquellos laberínticos pasillos de la mansión, que a ojos del joven de pelo azul todos parecían iguales, con la misma decoración y los mismos muebles y cuadros antiguos. Su pelo había empezado a cambiar de un azul eléctrico (su color habitual) a un castaño oscuro debido a los nervios de no saber regresar a aquel salón y encontrarse en una zona de la casa de su tía abuela en la que no debería estar. Las historias de que en aquella casa estaba llena de artefactos oscuros le vinieron a la mente y no quería meterse en problemas con la "familia de su abuela". Volvió a pasar por delante de aquel horrible jarrón chino cuyo dragón escupía llamas verdes, fue cuando entonces maldijo la hora en que decidió salir de aquel hermoso y extravagante salón donde estaba tomando el té con su abuela Andrómeda y su tía abuela Narcisa para "ir al servicio", una excusa para evadirse de aquella aburrida conversación sobre moda que estaban manteniendo las dos mujeres.

Desde que las hermanas Black se habían reconciliado tras muchos años de no dirigirse la palabra, se reunían a menudo para recuperar el tiempo perdido. Normalmente, era Narcisa quien los visitaba en su casa de Notting Hill en Londres o en restaurantes y cafés del mundo mágico. En ambas mujeres había resurgido la esperanza de volver a estar unidas como antaño. Narcisa se había disculpado por todo lo que había dicho y hecho en contra de Andrómeda y su familia. Pero, aunque Teddy estaba contento por su abuela, que había recuperado a una hermana a la que ya daba por perdida, él seguía sintiendo ciertos recelos hacia esa parte de su familia que durante mucho tiempo prefirió ignorar la existencia de su abuela, su madre y suya. Además, la influencia Weasley en contra de la familia Malfoy no ayudaba mucho que digamos. Aunque solía ser bastante cauto a la hora de juzgar a las personas, con Draco era especialmente receloso, y quizás, un poco hostil. Quizás por su aparente frialdad mostrada en encuentros anteriores o por su actitud soberbia hacia todos cuando andaba en público.

Torció uno de los pasillos hacia la derecha intentando recordar alguna marca o algún cuadro que le resultase familiar, pero fue en vano. Siguió caminando hasta toparse con una puerta abierta, y decidió entrar para ver si encontraba algún elfo doméstico que lo guiara por la mansión, pero no encontró a nadie. Observó aquella pequeña sala, oscura pero bastante acogedora. Los dos únicos ventanales estaban cubiertos por las cortinas de damasco verde oscuro que impedían pasar la claridad a través de las ventanas. Las paredes estaban pintadas en verde oliva decoradas con finos estucados dorados formando óvalos verticales. Había algunos candiles en la pared, que ayudaban a iluminar la sala. El suelo estaba forrado por una moqueta blanca, en cuyo centro se inscribía el escudo de los Malfoy. El techo estaba adornado con un fino artesonado de madera de estilo victoriano, que formaban cuadrados inscribiéndose en su interior círculos más pequeños. Del centro pendían un par de cables que sujetaban una barra de cobre, del que se sujetaban amplios plafones cónicos a modo de lámpara, bastante moderna en comparación con las otras estancias de la casa. Bajo ella, se situaba una gran mesa de billar de robre oscuro y con detalles de broce dorado que brillaba de lo bien pulida que estaba la madera. Sore ella, se observan un par de tacos, y unas bolas perfectamente alineadas, esperando que alguien inicie una partida. En un lado de la sala, había una estantería con soportes que sujetaban media docena de tacos de billar y algunos triángulos y a su lado, una pequeña mesa con un juego de bolas de marfil metidas en una caja y tizas para los tacos. En el lado opuesto, hay un cómodo sofá de cuero negro y a su lado, una mesita con un juego de licores y copas.

Curioso y sin nada mejor que hacer, el joven entró en la sala y observó la brillante mesa. Había aprendido a jugar al billar de sus amigos nacidos de muggles cuando salían por los pubs o iban a los recreativos. No era un gran jugador, pero se manejaba bien. Se impresionó de ver un juego de tanta calidad, así que pensó que su propietario debía ser un gran experto en el billar. Se atrevió a coger uno de los tacos y lo observó detenidamente. Era una verdadera obra de artesanía. Se notaba el haber estado hecho a mano por sus detalles en el mango y en la punta. Se colocó en posición de disparo frente a la bola blanca y golpeó con precisión su objetivo, rebotando en el resto de las bolas consiguiendo colar una de las bolas lisas en una de la esquina derecha. Se alegró haciendo un gesto de victoria con el puño. De pronto, una voz lo sorprendió por la espalda, provocando que soltase el taco sobre la mesa, causando un estruendoso ruido, y su pelo y su cara se tornaran rojos por la vergüenza.

La Mansión de los MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora