Capítulo 27. El gabinete de curiosidades.

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Aquella tarde del primero de diciembre, cuando las farolas que iluminaban los senderos de la mansión habían comenzado a iluminarse, las protecciones de la mansión indicaron a su dueño que tenía visita. Con un gesto de molestia, Draco se quitó las gafas que usaba para trabajar desde hacía poco tiempo, las puso sobre el escritorio de su despacho y se levantó esperando que alguno de los elfos le anunciara quien solicitaba entrar en la mansión. No pasó mucho tiempo hasta que escuchó los golpes en la puerta de su despacho.

- Adelante – indicó Draco con voz firme.

Pitt entró en la sala y desde la puerta, hizo una primera reverencia antes de hablar, tal y como solía hacer.

- Tiene visita, amo Draco – dijo el elfo algo nervioso – el jefe de aurores y la Ministra de Magia solicitan verle de inmediato.

- Gracias Pitt – agradeció Draco y seguidamente le ordenó – tráeme mi túnica negra, la de los puños plateados – el elfo asintió y salió del despacho para desaparecerse en busca de la túnica de su amo.

- ¿Qué diablos querrán estos dos a estas horas? – se quejó en voz alta – ¿Es que no saben que molestar a un mago en su hogar a estas horas es de mala educación?

El elfo volvió enseguida con su túnica, una costosa prenda de terciopelo fino negro, con el cuello y las bocamangas decorados con un sencillo bordado en hilo de plata, con botones plateados con el escudo de la familia. solía usarla en ocasiones para recibir a algún invitado o para acudir a ciertos eventos sociales que no requerían una gran etiqueta. Se puso su túnica con cierta parsimonia, sabiendo que estaba haciendo esperar a sus visitantes y se acicaló el pelo con las manos. Cogió el reloj de bolsillo que tenía sobre la mesa y lo metió en uno de los bolsillos de su chaleco, atando la cadena a uno de los botones. Cogió también su varita del escritorio y se la guardó en uno de los bolsillos interiores de su túnica.

- Astoria no ha llegado aún, ¿verdad? – preguntó antes de salir.

- No, señor – respondió el elfo – sigue en casa de su hermana.

- Bien, si viene avísale de que tenemos visita – dijo Draco asintiendo y mirando al elfo – estoy listo, ya sabes qué hacer.

En el vestíbulo, mientras tanto, esperaban con impaciencia a su anfitrión, que parecía dispuesto a tenerlos esperando allí. Junto a Hermione y Harry, se encontraban dos aurores que les servían de escolta. Hermione estaba más nerviosa de lo habitual, y la espera no la estaba ayudando. Era la primera vez en más de veinte años que pisaba la mansión donde pasó uno de los peores momentos de su vida. Caminaba de un lado a otro al pie de la escalera. Harry estaba quieto y rígido, aunque su expresión denotaba algo de desesperación por la espera. Sabía que Draco los estaba haciendo esperar a propósito, no tenía duda de ello, aunque sabía que en parte era culpa suya por acudir a estas horas. Los dos aurores murmuraban entre sí detrás de ellos, con las varitas preparadas para actuar en caso de ser necesario.

De pronto, se apareció en el primer descansillo de la escalera imperial el elfo domestico que los había recibido, vestido con una levita verde y en su mano, un enorme bastón de madera, con una punta metálica y un boliche plateado del que pendían dos borlas verdes. Hermione y Harry se tensaron frente a la escalera, esperando a que sucediera algo. Entonces, el elfo golpeó tres veces y habló.

- ¡Lord Malfoy, Señor de Wilshire! – anunció el elfo en voz alta, y seguidamente se apartó.

Draco bajó con parsimonia la gran escalera de su casa, con una sonrisa ladeada en cuanto vio las caras serias de sus invitados, sobre todo la de Potter, que odiaba toda parafernalia. Hubiera prescindido del ceremonial en cualquier otra ocasión, pero esta vez, decidió acatarlo al pie de la letra. En cuanto bajó los últimos escalones, se encontró de cara con ellos.

La Mansión de los MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora