Cap23. Rezado a Brennwärme, Beischmacht y Entrinduge.

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Su respiración era laboriosa. Pequeños gemidos y jadeos escapaban de su garganta como respuesta a las sensaciones que le prodigaba su cónyuge en sintonía con las prodigaba a su vez en la piel ajena.

Amor y lujuria no habían dejado de mezclarse en su interior cada noche desde el último ditter, como si no pudiera saciar su necesidad de fundirse con esa otra persona a la que se había atado en cuerpo y alma.

Pensar que en su vida anterior tenía tan poco o nulo interés en formar un vínculo o explorar su propio cuerpo o el de otros le había hecho creer en algún punto que era una persona arromántica y asexual, era como pensar en alguien en quien ya no podía reconocerse. Ferdinand se había vuelto su todo y esa era la razón de estar buscando un hijo con tanta desesperación. No quería atarse a nadie más. No quería que la obligaran a ver por todo el país al lado de otra persona. Su deseo era muy simple. Hacer crecer su familia con el hombre que amaba y permanecer juntos más allá del final de los tiempos.

Las manos de Ferdinand cargadas de mana pintándole caricias por la espalda y la cadera la tenían extasiada. Sentir su boca dejando besos húmedos por su pecho y sus dientes acariciando sus pezones de manera intermitente no hacían más que robarle el aire y crearle una necesidad febril de alcanzar las alturas en tanto seguían fundidos en ese abrazo íntimo y antiguo del que no parecían poder despegarse.

El cabello sedoso de Ferdinand deslizándose entre sus dedos para mantener su rostro justo donde estaba y la sensación cálida de la piel de su espalda bajo su palma eran una delicia. Rozemyne no podía agradecer lo suficiente a quien fuera que hubiera creado las herramientas antiescucha de rango específico porque gracias a ella no tenía que contenerse de modo alguno durante las noches, cuando su amante esposo se colaba por la ventana de su habitación para desvestirla y devorarla con urgencia, o cuando ella invadía su dormitorio para entregarse a él, tal y como había hecho un rato atrás, para luego fundirse en ese abrazo dulce y posesivo del que no quería salir.

Los labios de Ferdinand abandonaron su pecho para dirigirse a su cuello provocándole todo tipo de escalofríos excitantes debido a su saliva saturada de mana y a sus dientes que no dejaban de morderla con afecto para llevarla más lejos en ese embollo de sensaciones deliciosas e imposibles de ignorar, llevándola a alcanzar un orgasmo enorme que la hizo convulsionar y llamarlo una y otra vez como si no lo tuviera a su lado.

"Myne... mi Myne... voy a subir tus piernas."

Ella solo asintió, exhausta por la resonancia que se negaba a abandonarla. El abrazo de Ferdinand se deshizo en ese momento. El hombre de cabellos azules se irguió entonces, deteniendo la continua fricción entre sus cuerpos para reacomodarla, bañándose en la luz de la luna y dejándola mirar el resultado del entrenamiento constante y su crecimiento. Su Ferdinand, en efecto, podría haber sido esculpido por la mismísima Kunstzeal... con algo de ayuda de Brennwärme, pero eso último no lo sabría nadie más que ella y eso le encantaba.

Pronto cada uno de sus pies quedó colgando de cada hombro de su amante. Una sonrisa ladina apareció en ese rostro perfecto y cada día más varonil, etéreo en ese momento debido a la luz, al brillo de sus cabellos azules cayendo libremente sobre su espalda y al sudor perlando su frente. La noche había sido larga debido a sus juegos y su cuerpo se sentía como si estuviera en lo último de un entrenamiento, pero no podía importarle menos.

Una mano más grande que las suyas comenzó a acariciar una de sus piernas en tanto la otra era besada con calma por su captor. La otra mano de Ferdinand alcanzó pronto a colarse en medio de sus piernas y la estimulación volvió a comenzar, con él ingresando mucho más profundo que hacía un momento y sus dedos jugando con ella para enloquecerla de nuevo. Pronto lo sintió moviéndose con más fuerza y rapidez que en toda la noche. Ambos lo estaban disfrutando demasiado. Escucharlo susurrar su nombre como quien susurra una oración sincera a los dioses era demasiado. Rozemyne no tardó mucho en terminar de nuevo, entrando en éxtasis en seguida al sentir la semilla de su esposo colarse dentro de su cuerpo o escucharlo gruñir debido a su propio placer, aferrándola con fuerza y temblando en su interior.

La Revelación de VentuchteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora