Mérida no dijo nada, ella se lavó las manos en la cocina y luego se sentó en la silla, en frente de su tarta de fresa. Yo la imité. No sabía que había hecho para que se comportara nuevamente fría conmigo. Toda mi vida me han dicho que no debo de quejarme cuando algo me duele, pero aveces es inevitable. Tal vez mal interpreto de las cosas y pensó que no quería tocarla, debería pedirle disculpas si es lo que esta pensando, y también darle las gracias por enseñarme tan hermoso lugar.
-Gracias- levanté mi vista de mi tarta hacia ella. Mérida dejó de comer y me miró- Por llevarme a la cascada y disfrutar conmigo el atardecer, jamas voy a olvidar lo.
-De nada- contestó.
-Te... ¿te enojaste? ¿Hice... hice algo que te desagradó?
-No, no hiciste nada tú. Debo pedirte una disculpa por lastimarte, aveces no mido la fuerza con la que agarro las cosas o a las personas.
Me sentí mal por ella, se estaba echando la culpa por algo que no era su culpa.
-No te preocupes, no fue nada- le resté importancia- Oh, por cierto. En la mañana, después que te fueras a trabajar limpié tu casa. Me recibiste en lugar limpio y quería dejarlo limpio- Mérida abrió sus ojos y dirigió su vista hacia la entrada.
-Gracias- dijo sin poder creérselo- Gracias- volvió a decir, esta vez mirándome le dedique una sonrisa.
-De nada.
Comimos la tarta a gusto y, debo admitir que estaba deliciosa. Mérida se dedicó a decirme las cosas que habían su casa. Era un nuevo vocabulario, por ejemplo, me dijo que la manta con la que ayer utilicé para bañarme se llamaba "toalla", que fue con lo mismo que sequé el piso esta mañana. Y que la manta que me dio ayer para pasar noche era una "frazada" pero que también recibe el nombre de "manta" como la conozco.
Después de que Mérida me diera el nombre de todas las cosas se llevó los platos al fregadero, que es un pequeño pozo donde lavas los trastes, como platos, vasos, cucharas, tenedores, cuchillos. Me ofrecí a lavar los platos y vasos que habíamos utilizado. Ella aceptó y fue a su habitación para cambiarse de ropa.
Abrí la llave y dejé que el agua cayera sobre mis manos, no estaba helada pero tampoco estaba tibia ni caliente. Estaba fría, y se sentía bien. Tomé el primer plato y lo llené de jabón, lo tallé con la esponja hasta dejarlo reluciente. Hice lo mismo con el segundo plato y abrí la llave y enjuage los dos platos para luego secarlos con un trapo azul oscuro y ponerlos en su lugar. Volví a tomar más jabón en la esponja y lo dejé caer en los vasos, llenándolos a la mitad de pura espuma. Volteé hacia la derecha y hacia la izquierda para ver si Mérida no se encontraba ahí, al afirmar que seguía en su habitación abrí la llave y llené los dos vasos con agua hasta que la espuma estuviera a punto de salirse del vaso. Comencé a jugar a que era un camarero y les daba bebidas a las personas. Tiraba el vaso con espuma que era utilizado y lo volvía a llenar.
-Aquí tiene, señorita.
-¿Gusta otra bebida señor?
-En seguida se la traigo.
-¿Qué estás haciendo?- la voz de Mérida hizo que tirara los vasos, que, por suerte no les paso nada pero si hizo que me asustara.
-Na... nada... yo... lavaba los vasos.
-Claro- levantó una ceja divertida y luego abrió sus ojos- ¡Hiccup! ¡Te mojaste las mangas de la camisa!- bajé mi vista a mis mangas, y efectivamente estaban mojadas.
-Perdón- dije en voz baja.
-Cuando laves los trastes siempre debes alzarte las mangas, a menos que no traigas una camisa con mangas largas- se acercó a mi y tomó mis manos mojadas y con espuma para remangar mis mangas y terminar de lavar los dos vasos. Recordé cuando mi madre hacia eso, para comer remangaba mis enormes magas para que no las ensuciara de avena. Sonreí ante aquel recuerdo.
Sentí los dedos de Mérida tocar mis antebrazos lentamente. Me asusté inmediatamente ante su tacto mas halla de mis manos y rápidamente solté mis brazos de sus manos. Un escalofrío recorrió por todo mi cuerpo y los recuerdos comenzaban a invadirme de nuevo.
"-¡Cierra los ojos! ¡Hiccup cierra los ojos!
-¡No! Cierra esos ojos y ella pagará las consecuencias.
-¡Por favor Hicc! ¡Ciérralos!
-¡Cállate! ¡El que le da ordenes soy yo no tu!"-¿Como te hiciste eso?- preguntó Mérida.
-¿Q-Que?
-Tus brazos, tienen líneas rojas y tus muñecas están...
-Oh- moví mi cabeza hacia los lados para esfumar los recuerdos- Yo... am... no lo se.
-Si no te curas pronto la enfermedad de esparcirá a todo...
-Se lo que es la septicemia, Mérida. Mi madre no era sanadora pero se lo que es- intenté sonreírle
-Voy a conseguirte medicina- dijo y mi intento de sonreír se esfumó.
-N-no. Es... estoy bien. No... no pasa nada- ya tenía suficiente que muchas personas sufrieran solo para seguir manteniéndome vivo.
-Morirás si no te curas.
-No importa.
Ella notó el miedo en mi rostro y se acercó a mi.
-La medicina que necesitas es algo cara pero voy a buscar si tengo aquí- la forma en la que me lo dijo me tranquilizo demasiado. Asentí y me senté en el sillón intentando tranquilizarme, recordándome en donde estoy.
Mérida tardó cinco minutos o mas en hallar la medicina que consistía en una aguja con una cajita en círculo.
Ella subió mi manga derecha y limpio mi brazo cuidadosamente.
-Solo será un pequeño piquete no pasara nada- ya había oído esas mismas palabras, y terminé sin una parte de mi pierna.
Asentí y cerré mis ojos mientras intentaba tranquilizarme. Mérida no haría nada mas que darme medicina, solo eso.
Sentí un piquete en mi brazo y un horrible dolor que empezaba de mi brazo y se extendía a todo el cuerpo e hice lo que siempre hago cuando Rapunzel me cura: no digo nada, no emito ningún sonido e intento controlar mi respiración.
-Ya esta- anunció, pero yo todavía tenía los ojos cerrados, concentrado en no emitir ningún sonido de dolor; solo asentí.
-Gracias- susurré.
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Mericcup: Prisioner
RomanceHay una prisión, en una parte muy antigua del mundo, un pozo, donde los hombres son arrojados para sufrir y morir. Pero aveces, un hombre asciende de la oscuridad. A veces, el pozo manda algo de vuelta. Hiccup ha vivido dieciocho años en prisión, t...