Capítulo ocho

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Empieza el conteo de sesenta segundos. En estos momentos todo Panem está viendo esto. Veo el anillo de tributos a la misma distancia de la Cornucopia, llena de armas y suministros. A cuatro tributos a mi izquierda está Sara, desde este momento le deseo suerte.

Dentro de la boca de la Cornucopia está lo más valioso. Alcanzo a ver un hacha plateada descansando sobre unas cajas. Es para mí.

No.

No voy a meterme a luchar de una forma tan estúpida contra los profesionales. No hay forma de que pueda ganarles, mucho menos de escabullirme.

Más lejos de la Cornucopia hay mochilas y pequeños paquetes. Si corro podré tomar una y, quién sabe, tal vez pueda tomar un cuchillo.

El suelo es de baldosas, muy diferente a otras arenas con terreno natural. Al dar un vistazo a mi alrededor veo a lo que me voy a enfrentar: una ciudad en ruinas.

Reconozco que este año los Vigilantes de han lucido. Hay edificios por todos lados, algunos invadidos por plantas y otros derrumbados dejando escombros por las calles. Por la derecha veo algo que me da esperanza: color verde. A pesar de la distancia logro ver árboles. No espero que sea un bosque como los que conozco, pero el que haya árboles aquí me calma un poco. Estamos en lo que parece ser la plaza.

Edinne tenía razón: el viento frío me pega en la cara. Se parece al clima del Distrito 7, a lo que estoy acostumbrado. Si las noches son aún más frías no debería ser un problema mayor para mí, podré soportarlo.

Con un clima tan fresco no entiendo por qué los Vigilantes decidieron ponernos camisetas de tirantes. Dentro de los juegos los Vigilantes buscan poner ropa que sea de utilidad más que para que los tributos se vean bien.

Como sea. En cualquier momento sonará el gong y voy a tomar una mochila a unos cuantos metros de mí, veo que a unos pasos hay un cuenco metálico, podría usarlo para tomar agua de lluvia. No me siento tranquilo sabiendo que las armas buenas están dentro de la cornucopia. Veo lanzas, espadas, arcos y mi hacha.

Un poco más allá de la mochila veo lo que espero con todas mis fuerzas que sea un cuchillo en su funda.

El gong suena y todos nos movemos. A este punto ya no siento los nervios y lo único que quiero es conseguir cosas para sobrevivir a la tortura que está comenzando.

Tomo el cuenco metálico y brillante y me lanzo hacia la mochila gris. Agradezco sentirla pesada, aunque a la larga me canse de andarla cargando.

Escucho gritos por todos lados. Escucho golpes secos en las baldosas. Son los cuerpos de los tributos que están muriendo.

Ya puedo verlo mejor. Definitivamente es un cuchillo puesto en el suelo esperando a que alguien lo tome. No pienso más y me lanzo por él. En cuanto lo tengo en la mano alguien choca conmigo. No tengo ni tiempo para ver de quién se trata. Lo empujo con todas mis fuerzas y salgo corriendo hacia lo que supongo es un bosque.

No voy a participar en esta matanza. Me cuelgo la mochila al hombro y corro lo más rápido que puedo. Siento un jalón que me detiene y me echa para atrás. Caigo de espaldas sobre la mochila. Cuando intento levantarme siento un peso sobre mí, es el chico del Distrito 8. Antes de que intente hacer algo más le lanzo un puñetazo a la cara y me lo quito de encima. Tomo el cuenco que se cayó y corro lejos de la Cornucopia.

Los gritos siguen mientras me meto en las calles de la ciudad. Las construcciones tienen las ventanas rotas y las paredes agrietadas. Algunos tienen enredaderas escalando por las estructuras.

Corro lo más que puedo durante unas cuantas calles. Cuando siento que es suficiente decido bajar el ritmo y caminar. El bosque está lejos, calculo que unas tres horas caminando sin problema, o puede que más incluso.

El Susurrador | En hiatusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora