¿Qué? No. Esto no. Debe ser una broma. ¿Cómo pudieron elegirlo a él? ¡Esta era su última cosecha!
Miro a Anton, se queda viendo a Irma sin reaccionar. Creo que alcanzo a escuchar sollozos, deben de ser de su mamá. Volteo y Bruno camina lentamente, sin muchas opciones.
Cuando fue el incendio la familia de Anton fueron los únicos que nos ayudaron, de no ser por ellos pude haber terminado en manos de las autoridades, o peor aún: haberme muerto de hambre. Sé que les debo la vida. Tengo tiempo para arrepentirme por lo que voy a hacer. Veo que los ojos de Anton se llenan de lágrimas. Esto es por Bruno, por su familia. Por Anton, mi mejor amigo por siempre.
Mis pies se mueven solos. Consigo abrirme paso entre los chicos que buscan con la mirada a Bruno y llego al pasillo que divide a las chicas de los chicos. Me paro delante de Bruno y hablo:
—¡Soy voluntario! —digo sin pensar mucho en lo que estoy haciendo—. ¡Me ofrezco como tributo!
¿Pero qué carajo estoy haciendo? Sé que estoy decidido a no permitir que Bruno vaya a los Juegos, pero una parte de mí me dice que esto es una locura, que no debería estar haciendo esto. Ya no hay marcha atrás.
—¡Vaya! —exclama Irma, emocionada—. Este año tenemos un voluntario.
Sé que en otros distritos primero suben a los tributos al escenario y luego se piden voluntarios, pero aquí eso no importa mucho, cuando hay voluntarios es todo un acontecimiento. El alcalde dice que pase yo al frente en vez de Bruno, que se queda parado sin saber qué hacer.
Es cuando me pongo delante de todos cuando me doy cuenta de lo que acabo de hacer. Veo las caras demacradas de los padres, muchos suspiran aliviados mientras que otros ven lo que estoy haciendo. En el Distrito 7 no suele haber muchos voluntarios, creo que la última vez que vi uno fue en mi primera cosecha, pero el chico murió en el baño de sangre.
—¡Perfecto! —dice Irma—. Ahora conozcamos a nuestro valiente voluntario.
Me aclaro la garganta mientras Irma me acerca el micrófono. Sé que me están viendo en el Capitolio y pronto los demás tributos sabrán quién soy. ¿Qué puedo hacer? No es que tenga que pensar mucho mis palabras. ¡Pero qué idiota soy!
—Me llamo Logan Cartae, tengo dieciséis años.
—¿Podemos saber quién es el joven por el que te ofreciste voluntario?
Carajo, ahora todos sabrán por qué hice esto. Pienso bien lo que diré. ¿Qué más da?
—Es el hermano de mi mejor amigo.
Al escuchar mis palabras veo que Anton por fin reacciona y comienza a llorar mientras abraza a Bruno. En el fondo veo a mi mamá llorando y mi papá mirándome. Desde aquí no sé interpretar su reacción. Sé que odia los Juegos con todo su ser, pero no sé si ahora me odia a mí.
—¡Qué valor! —dice Irma. Esta mujer me va a volver loco—. Este año tendremos unos Juegos emocionantes.
El alcalde lee el Tratado de la Traición. Intento no pensar en lo que viene, en que me ofrecí voluntario para que Bruno no vaya. Entonces, nos piden saludarnos. Estrecho la delgada mano de Sara, parece que podría rompérsela con un fuerte apretón. Suena el himno de Panem y nos meten al Edificio de Justicia. Viene una hora agonizante.
Los agentes de la paz me llevan a una sala lujosa, con muebles caros por todos lados y pinturas. Estuve aquí las dos veces que pedí teselas para mi familia, donde firmé para tener más veces mi nombre en el sorteo a cambio de no morir de hambre.
No suelo llorar, hacer eso realmente se me da mal. Cuando estoy triste solo me bloqueo y a veces saco mi tristeza en forma de ira. Ahora más que nunca es cuando de verdad no quiero llorar. No quiero que los demás tributos o patrocinadores me vean como alguien débil. En el Capitolio aman a los tributos despiadados y listos para matar. Yo no soy de esos.
Primero entran mis papás. Lucho por tragarme las lágrimas que amenazan con salir. Mi mamá se acerca y me abraza sollozando en mi hombro. Pasé a mi mamá en estatura cerca de los doce años y ahora soy del tamaño de mi papá. No parece decepcionado, creo que en el fondo entiende el trasfondo de mi decisión. Mi mamá me suelta y me mira con sus ojos rojos y llenos de lágrimas.
—¿Por qué, Logan?
—Sabes muy bien por qué lo hice. —Tengo un nudo en la garganta.
Mi papá se acerca y me acaricia la cara, como cuando era un niño. Me abraza sin decir nada. Otra cosa en la que nos parecemos es que no se nos da bien expresar lo que sentimos. Para mí vale más un gesto que decir un montón de palabras.
Él entiende lo que está pasando. Entiende que no quería que Bruno fuera a los Juegos, pero sabe que yo tampoco quiero. ¿Qué otra opción había? Nadie se iba a presentar voluntario. Yo era el único que podía hacer algo.
Mi papá se separa del abrazo y se quita el collar que siempre trae colgado al cuello. Es una cadena con un dije de un hacha pequeña. Es un regalo que le dio mi mamá hace quién sabe cuánto tiempo. Me la pone y siento el frío del metal en contacto con mi piel. Eso es suficiente para saber lo mucho que me quiere. Ahora yo los abrazo. De verdad quisiera poder decir más, quisiera dejar de guardarme las cosas que siento. Pero no puedo, menos ahora.
Un agente de la paz entra e indica que se acabó el tiempo. Mi papá me da un beso en la frente y se lleva a mi mamá. Lucho contra mi garganta para que salga aunque sea una palabra.
—Perdónenme —consigo decir.
Luego de un rato la puerta se abre y entran Bruno y sus papás. Ni rastro de Anton. No me atrevo a preguntar por él, no sé si tenga la fuerza para hablar con él.
—No tenías que hacerlo —dice Bruno entre lágrimas.
Sus papás me miran con tristeza. Se acercan y me llenan de abrazos con sollozos.
—Gracias —digo—, por todo.
Es verdad. Estoy agradecido con ellos por no dejarnos morir de hambre. Hace un tiempo creía que jamás podría pagar esa deuda, ahora veo esto como una oportunidad para hacerlo. Creo que lo que me motivó a ser voluntario fue saldar mi deuda.
El resto del tiempo asignado me dicen lo mucho que me extrañarán, en el fondo sabemos que no tengo muchas posibilidades de ganar. Cuando se acaba el tiempo salen y me quedo esperando una nueva visita o que pase la hora de despedida.
Entonces se abre la puerta y entra Anton directo a abrazarme y llorar. Lucho con todas mis fuerzas por no llorar también.
—¿Por qué? —dice entre sollozos.
—No iba a dejar que él fuera —replico.
—Pero no quiero que mueras. —Escucharlo decir eso me pone los pies en la tierra. Puedo morir a manos de un profesional. De verdad puedo morir.
—Vamos —digo, intentando animarnos a ambos—. Soy un tipo duro, puedo lograrlo.
—Tienes que ganar —dice—, tienes que volver.
—Lo intentaré.
No puedo prometer que voy a ganar. Lo que sí puedo hacer es esforzarme por dar batalla y sobrevivir lo más que pueda. Lo abrazo de nuevo y lo siento sollozar en mi hombro. Me permito soltar unas lágrimas.
Llega el agente de la paz. Ha terminado el tiempo y pronto me llevarán a la estación de tren. Anton me toma de la mano por última vez y me mira.
—Te quiero —dice antes de que se lo lleve el agente de la paz. Quiero decirle que también lo quiero. Tengo que intentarlo. Tengo que salir de ahí con vida. ¿Qué más da toda la riqueza? Solo quiero vivir.
Nos llevan en coche a la estación. Irma no para de decir las cosas que haremos hoy: que si nos tenemos que meter a bañar, que si conoceremos a nuestros mentores, lo que haremos al llegar al Capitolio. Sara estuvo llorando, y mucho. Al verla no parece ser una amenaza.
Hace dos años Johana ganó pareciendo una cobarde llorona. Ningún tributo se fijó en ella y cuando quedaron pocos los fue matando. No creo que Sara quiera imitar esa estrategia, todos lloran de verdad al ir a los Juegos.
La estación está llena de periodistas que no dejan de tomar fotos de nosotros. Entramos al vagón y nos toman unas últimas fotos antes de que las puertas se cierren. El tren comienza a moverse y vamos directo a nuestro destino: el Capitolio.
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El Susurrador | En hiatus
Fanfic«Sigue dándome cierto miedo estar solo en el bosque. Pero prefiero morir por el Susurrador antes que en los Juegos». Logan vive en el Distrito 7. Al igual que los demás chicos del Distrito, no le agrada la idea de los Juegos del Hambre. Cuando llega...