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Minho se dirigía al gimnasio para dar sus clases. A sus 22 años impartía defensa personal y llevaba un negocio con sus mejores amigos. Habían abierto el local cuatro años atrás y no les iba nada mal.

Sus clases eran las más demandadas. Estaban saturadas y cada día llegaba más gente para apuntarse.

Al llegar, caminó por los pasillos sin apartar la vista de uno de sus libros que llevaba en la mano.

―Buenas tardes señoritas.

―¡Buenas tardes profesor! ―gritaron sus alumnas cuando el maestro las saludó al entrar.

Todas eran mujeres de distintas edades. Cada clase era de 25 personas y cada tarde eran cuatro otras de clases.

―Podéis empezar con los estiramientos y luego seguiremos practicando las técnicas de ayer.

Las mujeres ya conocían lo que hacer y se pusieron a ello.

―Ay... profesor Lee... no estoy segura de si estoy haciendo este estiramiento bien, ¿podría ayudarme?

Minho le echó una mirada mientras guardaba su libro en la bolsa de deportes.

―Lo está haciendo bien, no se preocupe.

La mujer continuó con una expresión de decepción en su rostro.

―¡Profesor Lee! Creo que me he hecho daño en el muslo derecho...

El nombrado miró desde su posición a esa otra mujer.

―Oh, si es así es mejor que abandone la clase y vaya a ver a su médico o a su fisioterapeuta, yo de esas cosas no sé mucho.

―Ah... no profesor, creo que al final no es nada.

Después de guardar apropiadamente su preciada literatura, Minho se colocó delante de todas a estirarse él también un poco. Ninguna de las mujeres le quitaba la vista de encima.

De pronto, una mujer entró algo apurada en la sala, con un café en la mano y se acercó al maestro.

―Discúlpeme profesor, creo que llego algo tarde.

―No pasa nada, pero aquí no se pueden traer bebidas.

―Lo siento mucho de verdad, ahora mismo lo tiro.

La mujer estaba tan alterada que al darse la vuelta tropezó y Minho la sujetó, con la mala pata de que todo el café se le derramó sobre él.

―¡Cuánto lo siento! Es culpa mía, deje que lo limpie.

―No, está bien.

Minho se apartó de la señorita y se quitó la empapada camiseta. Toda la sala se quedó en silencio. Muchos rostros se tornaron rojos.

El maestro se acercó a su bolsa y sacó una toalla para limpiarse. Después se puso una camiseta de repuesto y volvió al centro de la sala a continuar con la clase como si nada hubiese pasado.

Durante ese tiempo no se percató de la enorme pausa que se había creado. Todas se habían quedado petrificadas admirando el joven cuerpo de su profesor.

El resto de la clase prosiguió como de costumbre, y todas las de la tarde también.

Al salir había alguien esperándolo.

―Sales pronto hoy.

―Supongo que si.

―¿Te apetece que vayamos a mi casa?

―Mmmh... si, claro.

―Puedes quedarte de dormir si quieres.

Los dos se fueron caminando, la casa a la que iban no estaba muy lejos, pero aun así era peligroso ir por las calles a esas horas de la noche.

Profesores #2 ; MinSungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora