Capítulo 28

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Me desperté en la cama, cosa que me extrañó, pues juraba haberme dormido en el suelo. Algo desorientada, me froté los ojos y miré hacia la mesa de noche. Habían un vaso de agua y cuatro margaritas sobre ella. Levanté una ceja para beber agua y tomar las flores. Me giré hacia el hombre que yacía tirado a mi lado, vestido únicamente con unos calzoncillos y dormido.

Mis neuronas no tardaron en conectar las cosas, lo más probable era que él me hubiera subido mientras dormía, luego había salido a por las margaritas y se había vuelto a acostar. No pude evitar avergonzarme, pues me había subido escaleras arriba y yo no había sido capaz de despertarme. Realmente tenía un problema con el sueño.

Poco a poco me levanté, intentando no despertarle. Le miré y le pude ver moviendo la cara, no estaba dormido. Yo seguía desnuda, así que agarré su camisa y me la puse. La olí. Estaba impregnada con su olor. Suspiré para tirarme sobre él, que abrió los ojos un poco molesto ante eso. Lucía triste.

— ¿No has dormido?

Negó. Apoyé mi cabeza en su pecho y empecé a jugar con su pelo.

— No fue tu culpa— dije para levantarme y mirarle a los ojos—. Te lo repetiré las veces que haga falta. Como si te lo tengo que tatuar en el brazo.

Él solo me miró y tiró de mi para abrazarme. Nos quedamos un rato así antes de que yo me levantase otra vez.

— Quédate aquí— le dije—. Voy a hacerte el desayuno— le di un corto beso en los labios antes de irme.

En silencio, bajé las escaleras, dónde me encontré con un Ardilla dormido en el suelo. Le di algo de comida y agua antes de empezar a hacerle el desayuno con la comida que nos habían dado en el Reino y la que nos había traído Rick, Carl y Jesús.

Quería hacerle algo especial, algo que le animase, así que empecé a hacer tortitas. Tuve que estrujarme el cerebro para acordarme de cómo era la receta de mi abuela, pero al final logré que la masa supiera no igual, pero si lo más parecida que pude.

La cosa se me complicó a la hora de ponerlas en el sartén. La primera se me quemó, la segunda se me jodió toda cuando le fui a dar la vuelta y la tercera tenía peor pinta que un caminante. Ninguna me quedó cómo yo quería, redondo y perfecta. Tampoco se me podía pedir mucho más, llevaba años sin hacerlas, así que estaba orgullosa de mi pila de tortitas deformes. Al menos tenían buen sabor.

Justo cuando me giré a buscar un jarrón o un vaso para poner las margaritas, fue cuando Ardilla se fue corriendo de mi lado, a darle los buenos días a mi rastreador. Me giré con una sonrisa para encontrármelo todavía en calzoncillos, saludando al perro.

Sonreí cuando empezó a olfatear hacia las tortitas que se encontraban en el plato. Caminó hacia ellas y las miró antes de girarse hacia mi. De repente toda la tristeza que tenía antes, desapareció por emoción.

— ¿Me has hecho tortitas?

Asentí haciendo que una especie de brillo naciera en sus ojos. Era el mismo brillo que cuando le regalé el lobo y la ballesta de madera y la de verdad. Mi sonrisa creció todavía más cuando se acercó hacia mi, tomó mi cintura, me pegó hacia él y me besó.

— Gracias— dijo para separase y mirar la comida.

Rápido nos sentamos a comer y yo solo pude observar como masticaba, esperando a que me dijese lo que le parecían.

— Esta mierda está buenísima— dijo de repente con la boca todavía llena de comida.

Me reí para agarrar una y empezar a comer con él.

— Era la receta de mi abuela. Lo que me faltó algo— expliqué llevándome un trozo a la boca y saboreándolo. No eran iguales—. Me faltó esencia de vainilla, pero aún así le falta algo más. No consigo recordar el qué.

El Fin del Mundo ✶Daryl Dixon✶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora