𝐄𝐩í𝐥𝐨𝐠𝐨

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Charlie nunca había entendido tan bien el significado de la famosa frase: "la familia son las personas" hasta que, después de tres días en Alexandria consolando a Carl y a Judith, pues Michonne se había ido por ahí a reflexionar, decidió volver a la cabaña. No había visto a Daryl desde ese día. Le estaba dando su tiempo de reflexión, pues le conocía, sabía que se estaba culpando, que necesitaba estar solo.

De todas formas, en lo más profundo de su corazón, tenía esperanza en que cuando abriese la puerta, le encontraría a él ahí. Se llevó a Ardilla para que le hiciera compañía, habló con el perro en todo el camino, intentando ser positiva. Se había prometido ser fuerte, tenía que ser fuerte por los dos, porque aunque a ella le había dolido la pérdida de Rick, a Daryl le estaba matando, así que se comería su dolor y el de Daryl, se encargaría de sacarle de aquel oscuro agujero en el que él mismo se estaba sumiendo.

La arquera, con manos temblorosas, sacó la llave de su bolsillo y la metió en la cerradura. Tardó unos segundos antes de darle la vuelta, abrir la puerta. Ardilla fue el primero que entró corriendo, ladrando, buscando a su dueño.

Charlie, en cambio, se quedó quieta en el marco de la puerta. No podía respirar, sabía que algo iba mal, sabía que algo estaba distinto en su casa, pero no lograba comprender el qué. Con todo su cuerpo temblando y con los latidos de su corazón en el oído, cruzó el umbral de la puerta. Observó la casa con cuidado, todo estaba dónde mismo, pero aún así, había algo diferente. Al no entender qué estaba pasando, decidió seguir a su perro, que había subido las escaleras. Ella entró en la que era su habitación, Ardilla tirado en la cama, sollozando. No entendió porqué, al menos no al principio, pero entonces sus ojos pasaron a la mesa de noche de Daryl. No tenía absolutamente nada encima.

No estaban los tres libros que tenía ahí y nunca tocaba, ni siquiera el reloj que no funcionaba y que Daryl guardaba simplemente porque le gustaba. Rápidamente corrió hacia esta, abrió el pequeño cajón.

Vacío.

Su brújula no estaba, ni sus cuchillos, ni el arma que guardaba ahí por si acaso. Ni siquiera estaba el pequeño cuaderno que ella le había regalado con dibujos de ellos, como si fueran fotos. Se lo regaló por su cumpleaños, después de por fin sonsacarle que día era. Charlie se quedó allí, totalmente quieta, viendo el cajón vacío de la mesa de noche. No reaccionó hasta ver una gota de agua caer sobre la madera de la cómoda. Esa gota venía de ella, era una lágrima.

Rápidamente se la limpió y corrió hacia el armario.

Vacío.

Solo estaba la ropa de ella. Las tres únicas prendas limpias que Daryl tenían ya no estaban, tampoco el chubasquero, ni los zapatos... Faltaban la mitad de mantas que habían, todo el equipo que de acampada que tenían por si acaso.

No quedaba nada, se lo había llevado todo.

Charlie empezó a marearse, trastabillando con ella misma, cayendo en el suelo mientras que las lágrimas salían desbocadas por sus ojos. Sintió poco a poco como se iba rompiendo su corazón, incluso diría que oyó el momento exacto en el que lo hizo. Lo supo cuando le vio irse, cómo no la miró. Le conocía lo suficiente para esperarse que hiciera esto, pero estaba totalmente negada. ¿Por qué la persona que más quiere en el mundo la dejaría así?

En un ataque de ira, se levantó del suelo, caminó hasta la cómoda de él y la tiró al suelo, partiéndola en pedazos. Le dio igual, empezó a tirar abajo todos los muebles, gritando, llorando. Su perro incluso intentó pararla, pero no pudo. Charlie estaba mal, muy mal, tanto que después de romper hasta los espejos de su habitación, se tiró sobre el frío suelo, sobre las piezas rotas de su casa. Se acurrucó ella misma, se abrazó y empezó a llorar en silencio. Ardilla se puso sobre ella, cómo si la estuviera abrazando.

El Fin del Mundo ✶Daryl Dixon✶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora