Capítulo 4

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Daryl desapareció los siguientes tres días.

Pensaba que volvería, que seguiríamos con mis clases de rastreo, que seguiríamos con el pequeño rastro de Abby, que solo era el mordedor con mi flecha, pues no habíamos podido ampliarlo más, pero aún así yo le tenía esperanza. Igualmente nada de eso pasó. Le esperé y no apareció.

Esa tercera mañana, cabreada, había decidido ir a Alexandria y montarle un pollo, pero me quedé quieta delante de los grandes muros. Me daba pánico entrar y ver gente, el simple hecho de oír a los niños jugando desde fuera ya me ponía los pelos de punta.

Una parte de mi quizo entrar, ver cómo era eso, pero no podía. Fue justo en el momento en el que decidí dar la vuelta cuando las grandes puertas se abrieron y salió el ballestero en su moto seguido de un coche.

Suspiré para empezar a caminar en dirección a mi casa, pero me encontré con una niña apuntándome con un arma. Levanté la ceja.

— ¿Quién eres?— preguntó seria, como si de verdad creyese que podía intimidarme.

Sonreí.

— Charlie, ¿tú?

Ella bajó un segundo el arma, confundida, para luego volverla a subir.

— ¿La mujer que encontró Daryl en el bosque?

Ahora la confundida fui yo.

— Soy famosa al parecer.

La niña negó.

— No tanto, solo sé tu nombre porque se lo oí decir a Ca...— agitó la cabeza—. ¿Qué haces aquí?

La analicé, por la forma en la que cogía el arma diría que sabía muy bien lo que estaba haciendo.

— He venido a mirar, pero ya me voy.

Fue ahora ella la que me miró. No sé si fue porque no me puse a la defensiva o por otra razón, pero acabó bajando el arma y guardándola en la funda.

— ¿Estás pensando en entrar?— me preguntó señalando con la cabeza la comunidad.

— Puede.

— Está bien— me dijo—. Son buena gente, lo que no saben lo que es realmente estar aquí fuera. Solo el grupo de Rick lo sabe.

Yo la miré, analizando sus palabras. No iba a entrar de todas formas, pero era bueno saberlo.

— Puedes entrar, cuando estés preparada— me dijo.

— Gracias— respondí.

Ella parecía todavía un poco desconfiada, pero asintió y yo me fui de allí. Me percaté de que me estuvo siguiendo un rato, pero al final me dejó sola.

Las horas pasaron y mi hora de quedar con Bill se acercaba, así que me puse en marcha hacia el puente. Yo llegué primero, así que me puse a tallar mi trozo de madera acostada en el suelo, pensando todavía en el ballestero.

— Das pena— oí la voz familiar del pelirrojo.

Levanté la vista para encontrármelo mirándome desde arriba, me ofreció la mano para ayudar a levantarme, la tomé y me sacudí la ropa, luego le di el corto abrazo de siempre. La verdad es que era una pena, antes nos mostrábamos afecto de otras maneras, ahora el simple hecho de hacer todo lo que hacía antes con él me daba asco. En el fondo sabía que por mucho que Bill hiciera por mi, no le iba a poder perdonar. Eso me hacía sentir como una mierda, pues significaba que le estaba usando.

— ¿Qué te pasa?— me preguntó al ver mi cara.

Hice un gesto con la mano para quitarle importancia.

El Fin del Mundo ✶Daryl Dixon✶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora