Capítulo 24

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Estaba asqueada, cansada y tenía ganas de cargarme a cualquiera que tuviera la valentía siquiera de mirarme.

Lo único que me hacía estar allí sin romper loca era el alcohol. Bendito alcohol. Siempre intentaba dejarlo e inevitablemente acababa volviendo. 

Suspiré para mirar a todas aquellas mujeres que lo habían pasado tan mal. Ahora solo se miraban al espejo y cotilleaban sobre cosas que habían pasado en el Santuario, como si sus vidas solo se limitasen a eso, cómo si ya no hubiese nada más, nada por lo que luchar.

Apreté la mandíbula para abrir la puerta y largarme de allí, casi que prefería estar sola en mi habitación. Me sorprendí que los dos simios que Negan había obligado a seguirme no me estuvieran esperando fuera. Caminé esperando que aparecieran en cualquier momento, pero no lo hicieron.

Llegué a mi habitación y no había pista de ellos. Entonces hice algo de lo que no estaba segura si acabaría arrepintiéndome; empecé a bajar los escalones hacia las celdas en completo silencio, pendiente de si alguien aparecía o no. 

En aquellos días había ido reconociendo el terreno. Poco a poco Negan me había ido soltando más la correa, además de que yo también solía despistarles para irme por mi cuenta. Él lo sabía, pero no me decía nada. 

Caminé directa a su puerta. Ya sabía cuál era, no era la primera vez que iba. Simplemente no podía vivir sabiendo que él estaba ahí debajo, sufriendo. 

— ¿Daryl?

Un segundo y no había respuesta, cuatro y tampoco lo hubo. Decepcionada, me di la vuelta para seguir buscando, pero entonces oí:

— ¿Qué mierdas haces aquí?

Sonreí al oír su voz, aunque me hubiese hablado mal, solo con eso ya me sentía mejor. Puse la mano en la puerta.

— Necesitaba saber que estás bien.

— Es la segunda vez que vienes, como te pille...

— No me van a pillar— aseguré— ¿Estás bien? ¿Te dan de comer?

Silencio.

— Sí.

Me acababa de mentir, pero no le dije nada, simplemente suspiré y pegué la espalda a la puerta.

— Vamos a salir de aquí— le dije—, solo tengo que buscar el momento adecuado— quise decir algo más, pero no pude pues se oyeron voces a lo lejos—. Me tengo que ir, no te mueras, te quiero. 

Y salí corriendo de allí. Me metí por unos pasillos en los que no había estado nunca, para así si me veían por fuera tener la excusa de que había salido a caminar y me había perdido. Sentía el corazón en la cabeza, dando golpes incesantes una y otra vez. Tuve que pararme en medio del pasillo para respirar hondo. No podía aguantar más allí, tenía que salir ya.

— ¿Qué haces aquí?— oí la voz que reconocí inmediatamente como la de Dwight.

Él me agarró del brazo y tiró de mi, mi reacción fue darle un rodillazo en toda la entrepierna, cabreada.

— Vuelve a tocarme y te los corto— le dije para echarme a caminar, entonces mis ojos se quedaron en el chaleco que tenía puesto. No sabía si lo que iba a hacer tenía consecuencias o no, pero caminé hacia él y tomé los bordes del chaleco. Me costó un poco, pues se movió, pero acabé consiguiendo quitárselo. Lo levanté para enseñármelo—. Dile que lo tengo yo y no tendrás mundo para correr.

Acto seguido me fui de allí a mi habitación, con el chaleco escondido por si alguien me veía. Afortunadamente la gente que pasó por allí en ese momento estaba demasiado pendiente de su propia mierda para fijarse en mi.

El Fin del Mundo ✶Daryl Dixon✶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora