Farol

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Draco regresó al punto exacto en el que había dejado a Potter y ambos avanzaron con rapidez hasta la casa de la que había salido Hermione.

—Yo bajaré por la ventana —dijo Harry señalando el hueco por el que había salido su amiga.

—Vale —el rubio sonrió, una sonrisa ladeada y sibilina —entonces iré por la puerta principal.

—Malfoy —le sujetó de la muñeca y le miró a los ojos con seriedad —no hagas ninguna estupidez. No queremos que se nos escape.

—Oh confía en mi, Potter, no se va a escapar —Se soltó de un tirón —baja y prepárate, si se da cuenta de que estoy dentro irá al sótano para buscarla y sacarla de aquí. Ahí es donde entras tú.

Se acercó a la puerta, asegurándose de que no hubiera hechizos de detección en la cercanía. Desactivó un par de ellos cuando llegó a la entrada y apoyó la varita en el bombín, murmurando hasta que la puerta se abrió con un pequeño clic.

Entró a la casa y pegó la espalda a la pared del pasillo, cerrando los ojos para dejar que el resto de sus sentidos se ampliaran y le permitieran escuchar cualquier sonido que hubiera a su alrededor.

Sin abrir los ojos se deslizó como la serpiente que era, con movimientos suaves que no generaban ni un solo ruido en la quietud reinante.

Ladeó la cabeza cuando alguien arrastró una silla y unos pasos pesados hicieron crujir la madera del suelo de la habitación de al lado.

Ahí estás, cabrón.

Aferró la varita con fuerza y sintió como una frialdad extrema le recorría de la cabeza a los pies.

Una vez escuchó hablar al Señor Tenebroso mientras estuvo ocupando Malfoy Manor. Por aquel entonces era joven y estaba asustado y temeroso de que su vida terminara convertida en aquella existencia servil y oscura de su padre por lo que no entendió las palabras de aquel mestizo demente, pero ahora, allí, en aquella casa que había sido la cárcel de Granger, armado con su varita a unos metros de aquel asesino en serie que se creía más listo que ellos y que tenía toda la intención de violar y matar a Hermione, lo comprendió.

Para llegar a ser lo que era, Voldemort se había convertido en alguien frío, impávido, insensible. Alguien a quien no le importaba nadie que no fuera él mismo, a quien nada podía hacer daño porque no tenía debilidad alguna. Y ahora Draco, posiblemente por primera vez en su vida, iba a merecerse la Marca que llevaba tatuada en su antebrazo porque, Merlín sabía que si se ponía delante, Cormac McLaggen iba a irse directo al infierno con un golpe de varita. Hoy era un mortífago, frío, insensible. Porque Draco había aprendido, por las malas, que únicamente le importaba una persona en todo el jodido mundo. La única debilidad que tenía y estaba bien protegida y lejos de aquel psicópata por lo que no tenía absolutamente nada que perder.

Dio un paso más hasta que pudo pegarse al quicio de la puerta y sonrió.

Allí estaba.

Alzó la varita y comenzó a entrar con la maldición en los labios cuando la puerta que daba al sótano se abrió y escuchó la voz de Potter

Expelliarmus.

Maldita sea, Potter —entró en la sala con el ceño ferozmente fruncido y gruñó como un animal salvaje —incarcerous —murmuró casi con desidia atando a McLaggen que trataba de arrastrarse por el suelo —siempre serás inoportuno para todo, maldita sea.

—Más bien todo lo contrario —el moreno se colocó las gafas con una sonrisa torcida —casi podía escuchar tu cerebro desde ese sótano, Malfoy —pensando la mejor forma de torturarle hasta dejarle el cerebro convertido en pudding.

Memento MoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora