Cabaña

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Hermione se hizo un té y volvió a ovillarse en el sofá frente a la chimenea. Se tapó con una manta, cogió el libro que había estado leyendo las últimas horas y trato de implicarse con la historia, pero fue inútil.

Desde que estaba allí metida, secuestrada por Harry, tenía demasiado tiempo libre, demasiado tiempo para pensar y su cabeza no hacía más que regresar una y otra vez a Draco, preguntándose qué era lo que había hecho mal, qué era lo que le había alejado.

El día que le dijo que volvería, el día que le dijo que no quería desaparecer de su vida había sido sincero, lo sabía. Además sus primeras cartas...

Cerró los ojos, dejó el libro y se levantó para ir a buscar su bolso hechizado. Rebuscó hasta encontrar las pocas cartas que tenía y las miró, acariciando la elegante caligrafía, como si de esa forma pudiera tocarle a él. En esas misivas podía ver al Draco con el que había compartido su vida durante los meses en que vivió con ella: Divertido, sarcástico, cercano... Leyó la última carta y pudo ver la diferencia con las demás. Era mucho más corta, más impersonal, casi como si estuviera haciendo un informe a su superior. Después de esa no hubo otra y Hermione, pese a que le escribió en dos ocasiones más, recordó la conversación que el rubio tuvo con Astoria, cuando le recriminó que continuara escribiéndole pese a que él no respondía a las cartas y entonces se dio cuenta de que ahora era su turno de quedarse atrás. Igual que le había ocurrido a Astoria, ahora era ella la bruja a la que desechaba y, Merlín sabía, que ella no haría como la pequeña de los Greengrass ni en un millón de años. De modo que, entendiendo lo que él quería decir, se retiró y dio un paso atrás.

Juntó las cartas que tenía de él, se quitó el brazalete que siempre llevaba consigo y guardó todo en una cajita, junto con un bote de perfume casi terminado que se dejó, una camiseta que ya no olía a él y la pluma con la que solía escribir.

Ahora no solamente tenía que lidiar con el dolor de un corazón roto sino que, para más inri, había terminado escondida en una cabaña oculta en mitad de ninguna parte porque Harry decidió que no iba a ponerla en peligro bajo ningún concepto.

Lo único bueno que le había pasado en las últimas semanas fue el regreso de Theo e incluso eso ahora mismo de poco le servía porque Harry decidió que nadie, salvo él y Ronald iban a contactar con ella.

Y allí estaba desde hacía cuatro días, recluida en Merlín sabría dónde, encerrada y volviéndose completamente loca.

Con un suspiro volvió a guardar la caja en su bolso, calentó el té con la punta de la varita y se volvió a arrebujar bajo las mantas ahogando un bostezo.

Ni siquiera le importaba demasiado la hora o el día y, aunque Harry le hacía llegar cada informe del caso y cada novedad, no era mucho lo que podía hacer allí metida.

Dos víctimas, pensó sintiendo una vez más ese nudo de temor que, inevitablemente, se anudaba de cuando en cuando en su garganta. Dos mujeres más que morirían y después ella.

Se limpió la lágrima que caía por su mejilla y se odió por sentir lástima por su situación sentimental cuando allí fuera había un asesino que, por su culpa, había matado a tantas chicas.

¿Cómo podía lidiar con todo eso sin perder la cordura?

Por más que pensaba en algo que pudiera haber dicho o hecho durante aquellos años, no encontraba nada que pudiera abocar a ninguno de los hombres que había conocido a obsesionarse con ella.

Mientras degustaba su té escuchó un ligero picotazo en la ventana y se levantó al ver la lechuza que había fuera. Cogió una golosina, abrió, tomó la carta, le dio la chucheria y cerró mirando el remitente.

Sintió de pronto como el calor recorría su cuerpo y como sus mejillas ardían, podía escuchar sus acelerados latidos retumbando en sus oídos y le dolía el pecho al respirar.

Draco Malfoy

El suelo bajo sus pies se tambaleó y ni siquiera escuchó activarse la red flu.

—¡Hermione! —El grito de Ron le heló la sangre —¡Corre Hermione!

Su voz se cortó de golpe y, dejando la carta, la manta y el té, corrió hacia la puerta de la cabaña parándose unicamente para coger su varita, abrió la puerta y, justo cuando iba a aparecerse, una mano cogió su muñeca y apretó hasta que gimió, adolorida.

—No, Hermione —aquella voz la estremeció de la cabeza a los pies —tú vienes conmigo. Ha llegado la hora.

El tirón de la aparición hizo que su estómago se pusiera del revés y fue todo lo que supo porque, cuando llegaron dónde quiera que él les hubiese llevado, un desmaius la llevó al mundo de los sueños.

...

Draco seguía en el despacho de Potter paseando de arriba abajo sin poder estarse quieto. Había escrito a Hermione y se había marchado a un pequeño y encantador hotel de Hogsmeade para alquilar una habitación, pero después regresó al Ministerio y allí seguía.

—Malfoy, son las once de la noche y me quiero ir a mi casa.

—Esperaremos —dijo antes de volver a caminar por el pequeño despacho.

—¿Sabes que es muy posible que no responda, verdad? —preguntó el moreno con un suspiro.

Draco lo sabía pero no quería pensar en eso. Seguramente al leerla ella... Maldita fuera, ella era buena y le había perdonado toda la mierda de su pasado ¿Por qué no podría perdonarle de nuevo?

Se pasó la mano por el pelo despeinándose y expiró, cansado.

—Tal vez...

—¡Harry! —George Weasley entró como un vendaval empujando la puerta con tanta fuerza que se agrietó al golpear la pared —¡Es Ron, Harry! ¡Algo le ha ocurrido! Estaba a punto de salir de la tienda cuando escuché golpes, ruidos y gritos en la parte de arriba y cuando subí estaba entrando en la red flu con alguien que le empujaba. Creo que dijeron algo de Hermione.

—¿Hermione? —preguntó Harry con un susurro acongojado.

—Mierda —Draco se acercó a Potter y le agarró del brazo con fuerza —Va a por ella —dijo.

El pánico en su voz era casi tangible y Harry se vio reflejado en sus ojos de plata.

—Vamos —corrió con George y Draco a la zaga hasta el Atrio y entró con ellos en una de las chimeneas.

Cuando llegaron a la cabaña encontraron a Ron tumbado en el suelo, por suerte aun respirando.

Draco, presa del más abyecto terror recorrió toda la estancia a la carrera.

Fue hacia la ventana, donde vio su carta en el suelo junto a una taza de té. Había una manta entre el sofá y la puerta.

Tan asustado que la mano en la que tenía la varita temblaba sin control, salió a la noche por la puerta abierta y sintió que su mundo se derrumbaba a su alrededor.

No estaba allí.

—No está —dijo Harry a su espalda poniendo voz a sus propios pensamientos.

—Se la ha llevado —confirmó Draco en un murmullo ronco. 

Memento MoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora