Prólogo

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— ¡Deprisa! —gritó el chico desde la cima de la colina.

— ¡Espérame! Sabes que escalar no es fácil para mí —grité, mientras me apresuraba a subir.

— ¿Acaso no es bello?—murmuró una vez que llegué a su lado.

—Sí, lo es —confirmé, admirando el paisaje.

     Sin duda era una vista increíble, el Sol estaba por ocultarse y desde aquí podía verlo con toda claridad. Cada día desde hace aproximadamente dos años solía subir esta colina junto con el que es mi mejor amigo, James. Él y yo hemos estado juntos desde que tengo memoria y a lo largo de los años nuestro lazo de amistad se ha vuelto mucho más fuerte.

—Me gustaría quedarme aquí para siempre —dijo James, en voz muy baja. Lo miré.

—Sabes que es imposible.

—Lo sé. Sólo, sería bonito, una responsabilidad menos —se encogió de hombros.

—Bueno, no sé de qué te preocupas —mentí.

     James me miró. Y así dijo todo lo que necesitaba saber, su máxima preocupación en este momento era no ser apto para entrar al ejército real, al igual que su padre. Yo le había dicho muchas veces que lo lograría, pero el parecía no creerme.

—Lo harás bien —dije—. Las pruebas son en una semana tiempo suficiente para entrenar, además... sólo eres un niño.

     Las últimas palabras las dije en voz baja, casi un susurro, aunque no lo suficientemente bajo, pues él me escucho a la perfección.

—Dile eso a mi padre—dijo, demasiado serio a mi parecer.

—Lo haré.

     Una semana... una semana para que todos aquellos que quieran formar parte del ejército real demuestren sus habilidades, una semana para que el capitán de todo el ejército seleccione a los mejores hombres... una semana para que James demuestre que es digno de entrar. Su padre, Michael, es uno de los mejores hombres en las tropas reales, es por eso que espera lo mismo de su hijo. Y por ello, ha pasado toda su vida entrenándolo para este momento, aun sin importarle que sólo tenga 12 años.

—Hora de irnos —anunció, el Sol se escondió por completo, esa era nuestra señal.

     Bajamos de nuevo la colina, James tuvo que ayudarme con eso. Corrimos hasta el palacio y entramos en el por medio de un hueco que hay en una pared de la muralla que rodea al castillo. Una vez dentro nos despedimos, él fue rumbo hacia las caballerizas mientras que yo me dirigí al interior de este, me aseguré de que nadie me viera entrar y corrí en dirección a la habitación de mi madre, donde la encontré sola, frente a la chimenea mirando a la nada.

— ¡Madre!— exclamé y me lancé a sus brazos.

—Hija mía— murmuró con ternura y besó mi frente.

— ¿Te encuentras bien, madre?— pregunté, una vez que note la palidez en su rostro.

—Nada de qué preocuparse —me dedicó una sonrisa, pero incluso eso le costaba esfuerzo.

     Estos últimos meses la salud de mi madre no ha sido la mejor, todo comenzó con constantes dolores de cabeza, seguido de mareos y por último, cansancio extremo. Mi padre decidió que lo mejor sería dejarla descansar, por lo cual desde hace dos meses ha permanecido en cama y las mucamas le llevan su comida todos los días a su habitación.

—Si te sientes mal... puedo irme.

—No, no es necesario, todo está...—la frase quedó inconclusa, la tos de mi madre le impidió continuar.

— ¡Madre! —grité, aterrorizada al ver que no paraba.

Cuando finalmente dejo de toser, aparto su mano de su boca. Así pude ver que estaba cubierta por pequeñas manchas rojas. Sangre.

—Ve por tu padre —dijo, e inmediatamente corrí a buscarlo

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— ¿Se pondrá bien? – fue lo primero que pregunté en cuanto vi a mi padre salir de la habitación.

—No lo sé, cariño —y por su expresión devastada supe que el diagnostico no era bueno.

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     No me equivoque, el pronóstico no era bueno, al parecer mi madre sufría de una enfermedad mortal que, casualmente, olvidaron mencionarme. Todos estos meses de reposo fueron una pérdida de tiempo, porque ella murió sólo dos días después de que preguntara por su salud. Ahora presenciamos su funeral, pero yo no presto atención a lo que dicen, me aleje lo más posible de toda la gente y me senté en una banca hecha de mármol que se encuentra por los jardines del palacio mirando al suelo.

—Aquí estas —dice una voz conocida.

—Si vienes para llevarme de regreso, voy a morderte –advertí.

—No vengo a eso —dice y se sienta a mi lado sin decir nada.

     Pasan los minutos y ninguno dice nada, es un silencio cómodo y también me ofrece algo de consuelo, su sola presencia ya lo hace.

—Gracias —murmuro.

— ¿Por qué?—pregunta. Levanto la mirada y lo veo fijamente a los ojos.

—Por estar conmigo —confieso.

—Siempre estaré contigo, sin importar lo que pase —dice y toma mi mano.

     James... siempre sabe que decir en el momento justo. Le doy un leve apretón a su mano para indicarle que aprecio su ayuda. Vuelvo a mirar el suelo pero no suelto su mano ni él la mía. Permanecemos así, callados, inmóviles, creando silenciosamente un pacto entre nosotros. Permanecer juntos sin importar que. Y a pesar de tener tan sólo 11 años sé con certeza que este pacto estará vigente hasta el final de mis días.

La Heredera al TronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora