Capitulo 4

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JAMES

Después de ver la salida un tanto dramática de la princesa, el rey y yo nos quedamos en un incomodo silencio. Me giré para ver al rey y anunciar mi salida. Esperé ver una expresión de ira en su rostro, sin embargo, lo único que vi fue... tristeza

— ¿Qué voy a hacer con mi hija? —susurró, más para sí mismo que para mí.

—Tal vez, sólo deba darle tiempo —sugerí—. No fue una noticia fácil de asimilar –el rey me miró.

—Parece conocer bien a mi hija, capitán.

—Yo, no, sólo –balbuceé, él me interrumpió.

—No es ningún secreto su amistad con mi hija —dijo, no parecía molesto— Más bien, no existe persona en el castillo que no lo sepa ya.

     Era cierto, no existía ninguna persona dentro de estas paredes que no supiera de nuestra amistad, gracias a ella. Y también era cierto que hace algunos años, no mucho después de que me uniera al ejército, yo intenté apartarla, no es que fuera mi decisión, más bien fue de mi padre.

—Los soldados reales estamos aquí para proteger al pueblo y a la familia real –dijo en ese entonces mi padre—. Es por eso que no puedes permitirte ninguna distracción, hijo. Y tampoco debes distraer a la princesa, ella tiene sus propios deberes que cumplir –declaró

     A partir de entonces, pase un mes entero tratando de evitar cualquier contacto con ella. Pero no era nada fácil, todos los días al final del entrenamiento solía esperarme fuera de la academia de soldados, yo lo único que hacía era fingir que no estaba a mi lado y cuando preguntaba o intentaba hablar conmigo respondía de forma evasiva. Naturalmente, ella noto la indiferencia de mi parte y al final del mes me lo hizo saber.

—No tienes que dejar de hablarme solo por ser un soldado, lo sabes ¿verdad? –me dijo, deteniéndose frente a mí para evitar que avanzara.

—No eh dejado de hablarle, princesa –respondí, evitando mirarla directo a los ojos

—Puedes llamarme por mi nombre. Nunca te lo he impedido.

—No es correcto –empecé

—No importa, eres mi amigo –me interrumpió—, y puedes llamarme por mi nombre –ambos guardamos silencio—. Si no lo haces, te encerraré en la prisión hasta que te olvides de llamarme "princesa" –amenazó, haciendo comillas con sus dedos en la última palabra. Ahora sí que la miré directo a los ojos.

—No te atreverías —hasta aquí llegó mi intención de tratarla como todo guardia haría.

—Pruébame –retó.

—De acuerdo –suspiré—. Princesa Elena.

—Mucho mejor –sonrió

     Después de eso ella estuvo presente en todos los entrenamientos posibles, solía quedarse sentada en una esquina en silencio, a veces mirando lo que hacíamos, otras veces mirando su alrededor y al finalizar la lección se acercaba a mí para conversar. Para ella estaba bien que no la apartara, pero para mi padre no era bien visto. Él nunca dijo nada respecto a esto durante el entrenamiento, supongo que no se atrevía a dejar fuera a la princesa de Azelleb. Esto sucedió cuando yo sólo tenía 13 años.

—James –la voz del rey logró sacarme de mis pensamientos y traerme de vuelta al presente.

—Sí, su alteza –respondí, un poco confundido. Rara vez el rey solía llamarme por mi nombre y eso solo ocurría en ocasiones importantes.

— ¿Puedo pedirle un favor? –pidió

—Por supuesto.

—Podría asegurarse de que mi hija no haga nada de lo que se arrepienta después–dijo, más cómo pregunta que una petición. Asentí con mi cabeza en señal de aceptación—. Muchas gracias, usted entiende porque hago esto ¿verdad?, entiende porque mi hija debe casarse con Anthony.

—Así es, su alteza –afirmé, pero para ser sincero no estaba muy seguro de ello.

     Anthony Hallahan es el futuro heredero al trono del reino de Terram, que ha sido desde hace años nuestro reino vecino y principal proveedor de recursos, tales como madera, metales, joyas, especias, entre otras cosas. Últimamente el reino de Terram está atravesando una crisis económica por lo cual ha decidido cerrar sus puertas temporalmente y evitar involucrarse en negocios con otros reinos. Por ahora, contamos con los suficientes recursos como para mantener nuestro propio reino estable, pero si esto continua es probable que los recursos se agoten y al igual que Terram, entremos en crisis.

—Con esta unión lograremos establecer un mayor vínculo entre ambos reinos, lo cual nos conviene bastante —dijo el rey—. Pero no sé cómo hacer que mi hija lo entienda

—Hablare con ella, señor.

—Muchas gracias –sonrío levemente.

     Me incliné haciendo una reverencia para despedirme del rey y después salí del cuarto de trono. Inmediatamente me dirigí a la habitación de la princesa, pasando por corredores y pasillos iluminados únicamente por la luz de las velas colocadas en candelabros sujetos a la pared. Al llegar toque la puerta suavemente.

—Quien quiera que seas, no quiero verte –su voz sonaba un poco amortiguada por las gruesas paredes.

— ¿Ni siquiera si se trata de mí? –pregunté. Pasaron unos segundos antes de que la escuchara desbloquear la puerta.

— ¿Te envío mi padre? –dijo, se había cambiado de ropa. Ya no usaba ese vestido simple y un poco desgastado de color marrón. Ahora llevaba puesto un vestido sencillo de un color verde oscuro, con mangas largas y cintas entrecruzadas de color dorado en el frente, su cabello negro se encontraba suelto y caía por su espalda hasta la cintura.

—Sí, pero aunque no lo hubiera hecho habría venido por mi cuenta —me miró por un tiempo evaluando si decía la verdad, unos segundos después se hizo a un lado y me dejo entrar.

     No era la primera vez que entraba a su habitación, varías veces lo hice después de la muerte de su madre. Pero ahora su habitación ya no mostraba indicios de alguna niña, con el paso del tiempo ha sido modificada. Ahora una enorme repisa de madera se encontraba a lado de una ventana con forma de arco, en esta repisa había varios libros de diferentes tamaños y colores; un escritorio igual de madera se hallaba en el fondo de la habitación, al igual que un gran armario que sin duda, contenía una cantidad impresionante de vestidos.

     Una cama con dosel se encontraba empotrada en la pared a mi derecha, las cortinas de terciopelo de la cama eran de un color azul oscuro, las cuales se alzaban con unas cintas color blanco que se amarraban a los postes de la cama. Las paredes estaban cubiertas con un tapiz de color beige y el suelo era de mármol pulido.

— ¿Puedo preguntar cómo te encuentras? —le dije unos instantes después de haberme sentado en una silla que se encontraba en la habitación.

—Confundida, triste, enojada, desesperada –dijo mientras se sentaba sobre la cama—. Aun no puedo creer lo que dijo mi padre —hizo una mueca.

— ¿Es tan mala para ti la idea de casarte? —interrogué.

—No es eso, sólo –suspiró—, ¿recuerdas que antes de que mi madre muriera pidió hablar conmigo?

—Por supuesto.

—Cuando hable con ella una de las cosas que me dijo fue que si me iba a casar –guardo silencio un minuto, dudando si contarme o no lo que diría a continuación—. Si me caso, que fuera por amor, no porque alguien lo ordene –me miró—. Si dejo que mi padre continúe con esto, voy a romper la promesa que le hice a mi madre. Le prometí que no dejaría que mi padre me obligara a casarme y ahora estoy a punto de fallarle.

La Heredera al TronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora