Capitulo 3

308 18 1
                                        


—Su majestad –dijo James, inclinándose para hacer una reverencia.

—Capitán Wescott –saludó mi padre—. Creí ordenarle que regresara con mi hija lo más pronto posible.

—Así es, señor. Yo –empezó a decir James.

—No necesito excusas, capitán –lo interrumpió mi padre—. Desobedeció mis órdenes directas –se levantó y camino en dirección a nosotros. Realmente se veía enojado.

—Fue mi culpa, padre –intervine, antes de que decidiera tomar represalias contra él —.Yo le pedí un momento para recorrer el pueblo.

— ¿Y usted accedió a sus caprichos? –dijo, centrando su atención en James.

—Él no tiene la culpa de nada –entrecerré mis ojos en su dirección—. Si piensas castigarlo entonces también deberías hacerlo conmigo –sentencié y me crucé de brazos.

     Mi padre, el rey de Azelleb, en ocasiones puede ser la persona más testaruda del planeta, nunca acepta que nadie lo contradiga aun cuando sus actos no son los apropiados. Él me miro, evaluando la situación y si debía tomar en cuenta mi amenaza. Al final, después de unos cuantos minutos, exhaló un suspiro audible y su actitud molesta se fue.

— ¿Qué debo hacer contigo, hija? ¿Realmente serías capaz de pagar por lo errores de otro?

—James no cometió ningún error, yo estoy dispuesta a asumir las consecuencias de mis actos –dije, con toda la seguridad que pude reunir.

—Esta bien. Pero no pedí que te trajeran hasta aquí para castigarte, debo hablar contigo –dicho esto, hizo un gesto con su mano y todas las personas que se encontraban en la habitación salieron apresuradamente.

«Esto no es bueno» pensé.

     James también dio media vuelta para salir pero mi padre, al percatarse de eso, se dirigió hacia él en una voz completamente calmada, como si sus reclamos anteriores nunca hubieran sucedido.

—No, no, capitán Wescott. Usted puede quedarse.

     La mirada que James me dio sin duda expresaba una completa confusión y para ser sincera, yo también estaba confundida.

— ¿Qué sucede, padre? –una creciente sensación de temor comenzó a instalarse en mi cuerpo.

—Hija –comenzó —. Como sabrás nuestra familia está regida por tradiciones, tradiciones muy antiguas que hasta ahora nadie ha roto –el tono que usó, midiendo cada una de sus palabras no hizo más que aumentar mi inquietud— Y una de nuestras tradiciones es conseguir un heredero al trono –una idea comenzó a formarse en mi mente pero decidí no sacar conclusiones apresuradas— Hija, lo que intento decir es que –suspiró.

« ¡Solo dilo!» Quise gritar, pero eso no ayudaría en nada.

— ¿Es que, padre? –pregunté, no soportando el silencio incomodo que nos rodeaba.

—Hija –me miró fijamente a los ojos y colocó una mano en mi hombro —. Es tiempo de que contraigas matrimonio, el consejo se ha cansado de esperar y no podemos seguir posponiéndolo –finalizó.

     Hubiera sido menos impactante si me dijera que a partir de ahora otra familia tomaría nuestro lugar y nosotros tendríamos que abandonar el reino. Eso sin duda era mucho mejor noticia que lo que acababa de decirme. Fue como si me hubieran dado una bofetada con una mano helada, el sentimiento de terror de hace unos segundos se intensifico hasta recorrer todo mi cuerpo.

— ¿Qué? ¿No lo dices en serio? ¿O si? –hablé, un poco aturdida —. Yo no puedo casarme, aun soy joven, tengo mucho que hacer y que vivir –mis palabras salían en un torrente sin control pero a esta altura no me importaba.

—Hablo muy en serio –dijo y su tono confirmaba que no bromeaba —. Hemos sido pacientes con tu decisión de no casarte, pero has llegado a la edad adulta, es hora de que respondas por tus actos.

— ¿Responder por mis actos? ¿Qué hice para que deba casarme tan pronto? –el temor que antes me inundaba fue remplazado por una ira creciente hacia él.

—Mis consejeros dicen que la mejor opción es crear una unión con Anthony Hallahan, él es uno de los mejores pretendientes que tendrás –continuó hablando, como si no me hubiera oído –. Hemos planeado una visita, vendrá en un par de semanas y se quedará unos meses, a menos claro, que surja algo en su reino.

— ¿Tomaste la decisión tú o tus consejeros? –me crucé de brazos mirándolo de la peor manera que pude, sin embargo, volvió a ignorarme.

—Deberás pasar tiempo con él –añadió, como una idea de último minuto—, muéstrale el castillo, sus alrededores, el pueblo, lo que quieras –comenzó a pasearse de un lado a otro mientras hablaba—. James te acompañara en todo momento si así lo deseas, puede que te sientas más cómoda con su presencia –se detuvo y miró a James, el cual simplemente inclino su cabeza aceptando sus ordenes.

— ¿Y no decidiste consultarme eso antes? –pregunté, aun molesta por su decisión.

—Sabía que te negarías y no podemos permitirnos eso –dijo, ninguna expresión en su rostro.

     Lo miré, completamente atónita por sus palabras. Es cierto que en veces anteriores, cuando me hablaban muy sutilmente de una propuesta de matrimonio tendía a negarme o decir que estaba en desacuerdo, pero eso no significaba que debían actuar a mis espaldas.

— ¿Cuándo tomaste la decisión? –pregunté, conocía a mi padre lo suficiente para saber que no cambiaría de opinión.

—Hace unos días, pensé decírtelo hoy porque sabía que escaparías del palacio.

— ¿Entonces este es mi castigo? –pregunté, no sin evitar el tono sarcástico en mi voz.

—No es un castigo, es algo que siempre estuvo destinado a suceder y lo sabes.

— ¡Debiste consultarlo conmigo! –grite, la ira tomando cargo de mí—. ¿No pensaste en cómo me sentiría yo con esta noticia? ¡Solo te importa tu deber pero no tu familia!

     Mis palabras solo sirvieron para enfurecerlo, la ira era notoria en los ojos color chocolate de mi padre.

— ¡Esto lo hago por ti, para que tengas una buena vida! –su actitud calmada se había ido—. Si decidí no decirte nada es porque sabía que tu capricho sería más fuerte que tu sentido del deber con el pueblo –ambos nos miramos fijamente, con un reto colgando entre nosotros.

— ¡Por supuesto que sólo te importa el pueblo! –ahora no solo gritaba, estaba histérica—. ¡Ha sido así desde que mamá murió! –su ira aumento al oírme mencionar a mi madre.

— ¡Yo soy el rey aquí y se hará lo que yo diga! No hay más que discutir –concluyó y sabía que si intentaba discutir con él quien perdería sería yo.

     En vez de gritar de nuevo intente controlarme, mis manos que, sin darme cuenta las cerré hasta formar puños volvieron a quedar colgando a mi lado, completamente inmóviles. Retrocedí unos cuantos pasos eh hice algo de lo que seguro me arrepentiría después.

—Como deseé, su majestad –tome los lados de mi falda y me incline haciendo una reverencia bastante exagerada. No logre ver la mirada de sorpresa en el rostro de mi padre porque di media vuelta y salí de esa habitación sin mirar atrás.

La Heredera al TronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora