ADIÓS, MADRE

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No pude seguir hablando con mi grabadora por respeto, Adriana se ensimismó y procedí a abrir la puerta; todo sentido de la realidad, de tiempo, de espacio, toda ciencia exacta dejo de existir, y la humanidad que alguna vez existió en ella se acabó de derrumbar.

Lo que observamos, fue un brutal golpe a nuestras vistas, un torbellino de sangre nos bañó literalmente, no supe en qué momento nos pudo empapar de esa forma y entramos a la sala de la mamá de Adriana. Esta se llamaba Lucrecia, tenía un perro rottweiler, de un bello pelaje negro y de un tamaño descomunal.

Era muy pasivo y tierno con ellas, pero sumamente agresivo con las demás personas, y yo era uno al cual el perro odiaba, ya había intentado atacarme varias veces, cuando acompañaba a Adriana a casa de su madre, me salvaba que aquel animal le hacía un gran caso a Lucrecia.

El perro era muy obediente; a veces notaba que me miraba con una carga de odio, que no era natural para un can, no sé qué sentía, pero este perro del demonio me destetaba; les cuento

que cuando abrí la puerta, sentí temor, no por la crueldad de lo que iba a ver, sino por el maldito animal, pero este no salió, entonces dentro de mí supuse que, había pasado algo muy malo para que el perro no saliera a saludarla o atacarme.

Estábamos empapados de sangre, Adriana estaba sumamente nerviosa y yo también, no voy a mentir que tenía la piel de gallina y los vellos de mi cuerpo en punta. Adriana sacó su arma de dotación; el lugar se sentía frío y las paredes habían adquirido un tono grisáceo y acuoso.

Se veía grandes manchas de moho de color negro y rojizo, este se había esparcido por toda el sitio; del cielorraso goteaba un líquido sanguinolento y viscoso, su olor era asqueroso y pútrido, el piso igualmente tenía un centímetro de una capa espesa de sangre, muy negra y pegajosa al caminar.

También se podía ver una especie de liquen de color negro, que rodeaba parte del suelo, lo mismo las paredes y el techo, pude también notar un hongo que iba emergiendo del piso, este soltaba esporas cuando avanzábamos, estas empezaban a brotar de nuevo en otros sitios, su olor canibalizaba el entorno húmedo y oscuro; solo nos acompañaba una débil luz de color cobrizo, Adriana tuvo que prender la linterna.

La sala y la cocina estaban organizadas, en perfecto, orden y sincronía, pero ese velo místico de oscuridad se notaba en este lugar, a pesar de las miasmas asquerosas de la sala, se podía sentir el olor característico de la sangre, este se mezclaba con la putrefacción y la humedad, de aquella inmundicia que rodeaba el apartamento.

Al adentrarnos en los tres cuartos de esta vivienda, las paredes que conformaban las habitaciones, ya estaban teñidas de un color rojo oscuro, con parches negros y redondos que, atravesaban los muros, de ellos salía un hedor muy desagradable, olía a salitre, a algas en descomposición, la fetidez en sí era indescriptible.

Las paredes presentaban arañazos tan bruscos y salvajes que, habían arrancado parte del mortero, se veía el adobe marrón, teñido de un líquido sucio e inhumano, eran rasgaduras de manos humanas con filos metálicos, las garras estaban presentes de nuevo.

Cómo unos simples dedos, podían atravesar una pared tan dura, me imagine las ponzoñosas garras metálicas que había visto como clavos en aquella cruz, donde estaba aquel cura despedazado.

Las hendiduras que habían quedado estaban llenas de un fluido negro, viscoso, su olor apestaba a heces, a cañería, el hedor de verdad era inefable y repugnante; podía inquirir que esto lo hizo un maldito enfermo, lunático que, solo se encuentran en fábulas o leyendas.

Las cerraduras no estaban forzadas y, el apartamento está relativamente tranquilo, relativo, porque el aspecto onírico de las paredes, el piso, el cielorraso de todo en general, solo surgía de imaginaciones infernales, de cuadros surrealistas, todo se había detenido en el tiempo.

INFERNUM, El Último Ángel CaídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora