ENTRE SUEÑOS

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Empezaba soñando, sobre un gran lugar ubicado en imperios celestiales, grandes templos de color plata y adornado con sofisticadas piedras preciosas, también había casas de color dorado, más dorado que el oro puro, en ellos se veía habitar la presencia de seres bruñidos de color bronce y grandes monolitos de un material áureo.

No obstante, no era oro, brillaban como tal; aun así, reflejaba otros tonos jamás vistos por la razón humana, estos monolitos transmitían mucha tranquilidad y poder, después de caminar por horas y subir una escalera envuelta en un mineral, que no era terrestre; su brillo era tan desconcertante, que cuando la observaba daba tonos, de una infinidad de colores, algunos nunca vistos por los ojos de la humanidad.

Al terminar de subir tan larga escalera, se encontraba una meseta que estaba rodeada de grandes y antiguos árboles, contenían diversos frutos, también había una fauna, que era desconocida para él; eran seres amorfos, tentaculares, y de gran tamaño y fuerza, acompañados de diversos ojos, su mirada era alegre y altiva, no representaban peligro alguno.

Estas cosas le daban una paz a su cuerpo y a su espíritu; también había seres antropomórficos, pero ellos no eran primates, ni hombres, no tenían una forma definida en sus caras, ni en sus cuerpos; sus movimientos humanos, daban una leve nostalgia de lo que fuimos antes, de ser la podredumbre de lo que somos ahora.

Esta fauna era de una diversidad fantástica, era acompañada de colores mágicos y pavorosos, su magnanimidad atraía su alma, pero algo que estaba más allá de los primeros tronos, lo impulsaba a seguir su largo camino.

Los prados de esa enorme meseta eran verdes, un color verde que tampoco se había visto en la tierra; también se veía una gran planicie, con una gran variedad de flores de diferentes colores y tamaños, algunas tan grandes como secuoyas y tan hachas como el hongo de miel.

Aquella planicie era del tamaño de continentes y al final de la meseta había un gran lago de mucha oscuridad, un azul muy oscuro y hermoso; este lago era llenado por una gran catarata de miles de kilómetros de alto; al mirar a ese cielo, se veía un gran templo del tamaño de un planeta; la vista de este lugar daba pavor, ya que era tan espléndido y gigantesco.

Su tamaño era de dimensiones colosales y de inusual belleza, el cielo no tenía un color definido, solo brillaba, no había ni frío, ni calor, el ambiente era silencioso y etéreo, armónico y pacífico, suave y fragante.

Las descripciones que se podían hacer del sitio, eran totalmente innaturales; el templo estaba forjado en oro puro, no se le veía imperfección alguna y lo acompañaban un idioma escrito, con piedras preciosas.

Entonces sintió que algo lo impulso a gran velocidad y llegó al templo, al llegar a este sitio, vio que el piso estaba lleno de un pasto blanco, que daba visos dorados y de la mitad del gran templo planetario, salía un río muy ancho, este tenía el tamaño de un océano y su color era de un azul celeste muy distinto al terrestre.

Parecía un mundo distinto, nada de esto tenía apariencia terrenal; cuando se fue acercando a aquel río, pensó que se hundiría en él y le dio miedo acercarse a sus orillas, la profundidad del gigantesco rio, solo llegaba a sus rodillas.

No tenía un caudal, pero su movimiento era incesante y armónico, este tenía unos seres, los cuales él supuso que eran peces, pero sus formas se difuminaban cada vez que los quería observar de cerca; siguió su camino por un largo rato y por mucho que andará, no podía alcanzar a aquel hermoso templo de oro, del tamaño de un planeta.

Entonces sintió cómo su alma era arrebatada y salía flotando, su cuerpo caía inerte, en aquel inmenso río; al llegar su alma al templo, fue recibido por dos ángeles, sus caras brillaban como las estrellas, estos lo trataron con respeto, admiración y con una leve reverencia.

INFERNUM, El Último Ángel CaídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora