LA DIOSA PRIMIGENIA

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La niña iba desnuda, tendría tan solo seis años, andaba sin un horizonte firme, abrazada al endemoniado calor del desierto; seis años y no sentía la calidez del sol, ni el frío de las noches, sus pies por muy quemados que estuviesen, no ardían para ella, ni su cuerpo herido por las tormentas de arena la abatían.

Ella solo quería llegar al lugar donde su espíritu estaba predestinado a descansar; las heridas de su cuerpo eran un soplo de viento gélido y confortable, el dolor no existía para la niña, aunque quisiese sentirse viva, sentirse más humana, sabia en el fondo que era eterna.

Caminaba con sus pies desnudos y heridos, quemados por el halo solar, de un desierto difuminado y el calor aplastante de un infierno ardiente; ¿quién era esta niña que andada sola, bajo las fauces de un yermo árido?, ¿tal vez huía de algo?, ¡no lo sé!, jamás quise indagar, lo único que pude contemplar por centurias y milenios, fue que nunca tuvo una progenie, ya que la niña no tenía alma, pero sí un espíritu indómito que podía dominar las estrellas y el cosmos mismos, era la diosa primigenia, la diosa de todas las civilizaciones.

Y pronto, llegando al final de su camino y esperando a que su eternidad durmiera por 100 años; detrás de su espalda una tormenta de nubes negras y maléficas, se formaban en torno a ella, esta la reclamaba como suya, —ven no huyáis de mí, soy tu madre, eres mi más preciado tesoro, ven hija, el dolor me está devorando—; la niña giro su cuerpo languidecido y con sus ojos llenos de ira le dijo a su abnegada madre, que la llamaba desde la mortífera tempestad.

—Prefiero morir bajo el calor de este desierto o por criaturas que se esconden en la oscuridad de la noche, que seguir dormitando bajo las huestes de tu maldición, aunque por lo visto todavía no he muerto y no creo que muera, no mandéis a esa cosa a buscarme, él solo es un demonio, yo soy un DIOS, lilith madre mía, yo viviré eternidades y después del fin seguiré existiendo, tú vivirás solo momentos, miradme, no he muerto, 5 años llevo VAGANDO en este desierto.

17 de septiembre 2027, 6.10 am

El Cielo de esta ciudad últimamente ha estado gris y muy lluvioso, ha estado triste como Sofía, habitualmente va triste, recordando cómo es su vida y como han sido sus vidas, recuerdos borrosos que vienen y van, pero son recuerdos, tal vez de su infancia o sus infancias, pero esas reminiscencias pasadas, son confusas y se pierden en su mente, como un buen o mal sueño.

A veces ríe de sí misma, de sus pensamientos y recuerdos imprecisos; como aquella vez que miro las plantas de sus pies cuando los secaba, y observaba que estos tenían cicatrices, como si en algún momento los hubiese quemado o cortado con algo, o las tantas veces que vio sus brazos con pequeñas marcas, que se difuminaba en su piel blanca.

Sofía se cuestionaba, trataba de recordar si eso lo hizo su madre, en alguno de los tantos castigos pavorosos, que le había infligido, aunque en sus memorias no tiene recuerdos de castigos tan severos, ella piensa que fue algún accidente, le gustaría preguntarle a su mamá, pero siempre su respuesta es ambigua y evasiva.

Sofía prefiere sumergirse en pensamientos, donde ella está junto a su amado Ricardo, lo ve tan bello, su cabellera negra, sus ojos azabaches, su tez pálida, su dentadura pareja y blanca, acompañado de una barba de tres días, coronado por unos labios carnosos y rojos, y ella dice entre sus dientes, —tan alto, sé que me defendería de esos malditos cabrones, que me ven como si quisieran follarme, los odio, cuanto los odio, su mirada se impregnaba de enojo, y todo en su entorno cambiaba tan solo que ella no se daba cuenta.

Sigue en su pensamiento divergente, pero un pequeño trazo de recuerdo fugaz, llega a su mente, un hombre de pelo negro apelmazado, de tez morena, de estatura media, una barba de muchos días; este la llama, clama su nombre; ella lo ve, lo admira, lo ama, él se tiñe de expresiones melancólicas y primitivas.

INFERNUM, El Último Ángel CaídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora