2018. Raoul.
De camino al hotel tuvimos que hacer el mayor trabajo actoral de nuestras vidas. Nos mirábamos de reojo cada poco rato, con sonrisas que hacían que nos dolieran las mejillas, deseando poder estamparnos contra la primera farola que encontráramos y besarnos hasta no poder más. Pero no podíamos. Estábamos en plena ciudad, en pleno final de un festival. Podría estar todo lleno de paparazzis, y cualquiera podría reconocernos. Quiero decir, a él seguro que sí. Yo aún no era tan famoso. Estaba en ello, pero me quedaba bastante.
Cuando subimos al ascensor, apenas rozándonos las manos, tuvimos que tomar la decisión más trascendental de nuestra vida: qué habitación escoger. Elegimos la suya tras una breve discusión, pues la mía era la más pegada a la de Ana.
—Llevo sin fumar al menos desde que hemos llegado —anunció de nuevo, con un tic nervioso en la pierna.
Me giré hacia él, con las cejas arqueadas. Tenía la mirada hacia el frente, lo que no impedía que el sonrojo le llegara a las orejas.
—Eso ya me lo has dicho, ¿no? Pero sigo sin entenderlo.
—No te gusta que fume —explicó, como si eso lo explicara todo—. Y si te iba a comer la boca, prefería que no te diera asco, la verdad.
—¿Tenías pensado comerme la boca? —Me iba a morir ahí mismo y nunca íbamos a consumar lo que habíamos empezado en el paseo de la playa. Iba a convertirme en el rey de los pringados.
—No pienso en otra cosa desde que cogimos el tren juntos. —Apartó la vista de enfrente justo cuando el ascensor se abrió en nuestra planta—. Solo te lo repito para que entiendas por qué estoy al borde de la ansiedad ahora mismo.
—Joder.
—¿Qué?
—Me estás dando más ganas de follar contigo de las que ya tenía.
Sonrió sin dientes, pero con una ceja arqueada.
—Pues solucionemos eso. —Tiró de la manga de mi camisa sin preguntar, avanzando a trompicones por el pasillo. No hacíamos ruido porque había moqueta, pero aun así lográbamos tropezarnos con nuestros propios pies.
Costó tres intentos que la tarjeta funcionara y nos dejara entrar a su habitación. Nos habíamos estado conteniendo por si nos cruzábamos con cualquiera por el pasillo, lo que explicaría la forma en que me besó, como si no hubiéramos estado besándonos hacía quince minutos, como si le hiciera falta para respirar.
Me estampó contra el mueble junto a la entrada, llena de regalos de bienvenida para los huéspedes y un par de mapas de la ciudad que el moreno no había tocado. A mí sí me tocó, vaya si me tocó. Subí el culo a la mesa para poder enrollar las piernas alrededor de su cintura. Lo necesitaba lo más cerca posible, y la ropa me parecía un estorbo.
Agoney soltó una risita cuando le quité la chaqueta y desabroché sus pantalones, pero no tardó en imitarme. Y entonces, un recuerdo me invadió y me obligó a parar.
—Espera, espera un momento. —Agoney se detuvo con un jadeo que me aceleró las hormonas todavía más.
—¿Qué? ¿No quieres? —Me agarró la cara con ambas manos. Las tenía enormes. Joder.
—No, sí quiero. Tenía una pregunta, yo... —Mi neurona útil batallaba con lo cachondo que estaba por funcionar.
—Claro, dime. —Parecía desesperado, no con muchas ganas de tener una conversación, pero yo necesitaba saberlo.
—Me dijiste que nunca habías tenido novio —murmuré—. Me preguntaba si... si esta sería tu primera vez.
Puso los ojos en blanco.
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Pareja de oro-RAGONEY
FanfictionEn el punto 0 de esta historia, una pareja acaba una discusión con el corazón tan roto como su relación. Cinco años en el pasado, Raoul nos cuenta cómo se conocieron, se enamoraron, y se amaron hasta que empezó a ser más real delante de una cámara q...