13 de junio.
El sueño de Kendra era profundo, cuando se quedó dormido en los brazos de Ed.
Se deslizó de la cama intentada no despertarlo, rara vez usaba pijama para acostarse, le era más como dormir desnudo, pero su cuerpo helado hacía que Kendra empezara a bajar un poco, su temperatura sonreía feliz escuchando el suave ronquido del humano acostado exhausto en su cama.
Era pasado el medio día cuando abrió los ojos, lo abrazaban fuerte desde su espalda, eran miles de emociones golpeándolo de una sola vez, avergonzado, tímido, feliz, pero sobre todo asustado, se quedó quieto sin saber qué hacer.
—Deberías saber que tengo una audición privilegiada, puedo escuchar tu corazón, que cambio de ritmo más apresurado cuando despertaste— Hablo apoyando su mentón en el cuello de Kendra.
Se quedó quito pensando ¿Qué debería hacer en ese momento? Levantarse e irse o tener la conversación más incómoda de su vida.
—¿Ed que debo hacer ahora? Debo marcharme, verdad— Pregunto avergonzado.
—No debes marcharte, debes quedarte para que te cuide— Hablo levantándose de la cama caminado para traer un baso de agua con medicamentos para el dolor.
Intento sentarse, pero el dolor y calambres recorrieron su cuerpo, volviendo a colocar su cabeza en la almohada.
—¿Qué hice para merecer tanto dolor?— Se quejó cuando Ed, le acercaba el vaso con agua.
—Yo puedo darte esa información sin omitir ningún detalle— Ironizo, dejado el vaso y el medicamento en la mesa, para tomarlo desde la espalda y ayudar a sentarlo, vio todas las huellas que había dejado en la blanca piel, los pezones y los labios seguían irritados e hinchados.
—Tú... Tú... Tú— Quería decirle tantas cosas, pero tartamudeaba nervioso mientras se sonrojaba y sus orejas se ponían rojas y esquivaba su mirada.
Frederick, nunca tuvo un horario fijo para trabajar con Edmon Korolev, contaba con dos sirvientes, para el cuidado de la limpieza, comida y todo lo que él pudiera necesitar, el cómo su asistente era el único que contaba con la confianza suficiente, para hacerse cargo de manejar documentos del palacio y los de las empresas externas de más pequeños de los hijos del rey.
Sabía cuanto le molestaba ser despertado y el único que podía entrar a su dormitorio es Frederick, conocía cada rutina y esa tarde hizo lo que todas las tardes hace entrar sin anunciarse al dormitorio, sin presentarse para no despertarlo.
Mantuvo la compostura erguida cuando lo vio con Kendra, lo miraban con grandes ojos asustados, no tenía que ser adivino, para saber que había sucedido en la noche con solo mirar el suelo y ver sus ropas tiradas en la alfombra, la idea de lo que tanto los avergonzaban.
Avanzó en silencio hacia el baño, mientras Edmon cubría el torso desnudo de Kendra con la ropa de la cama.
—¿Qué es eso?— Pregunto horrorizado Frederick, apuntando el vaso y los medicamentos
—Es para el dolor— Respondió Edmon.
—Eso no va a servir... Are que se sienta mejor— Se dirigió al baño a paso veloz preparando la bañera poniendo distintos tipos de pociones y bálsamos.
Kendra escuchaba claramente todo el bullicio que el asistente provocaba.
—Estoy demasiado avergonzado— murmuro escondido su cara entre sus manos.
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¿Soy...Un Omega? La historia de amor de Kendra y Edmon
Acaksegundo libro de ¿Soy...Un omega?