Capítulo 12

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ANDREIK

Esto está mal. Muy mal. Ara es la chica que le gusta a mi mejor amigo y primo. Se supone que debería respetar eso y olvidar a esa chica que está robando mi corazón. No debo pensar en ella y siempre está atormentado mi mente desde el primer día en la fiesta cuando nos besamos y casi pasa algo más en ese momento.

Es nuestra si Axelito no hace nada.

Cuando la vi tocando el piano me enamoré aún más. Al ver que Miley la abrazó se me encogió el corazón, Ara estaba triste y eso me dolía.

Pero, bueno, dejando el drama de lado, La Chica de los Gatos —Axel me contó que tenía cinco gatos y "La Chica de los Gatos" se volvió su apodo— tocaba de maravilla el piano. Y yo estaba decidido a impulsarla a continuar tocando el instrumento.

Salimos de esa sala un rato después. Se hacía tarde. Ara se quedó en la habitación al lado de la mía. Los demás se quedaron en diferentes habitaciones.

La Chica de los Gatos se preparaba para dormir cuando yo sin previo aviso irrumpí en ese dormitorio.

Ella se dió la vuelta, alarmada.

—Solo pasaba a darte las buenas noches —anuncié aún con la mano en la perilla de la puerta.

—Buenas noches, entonces —verbalizó ella.

Iba a irme cuando retrocedí.

—¿Algo más? —preguntó La Chica de los Gatos enarcando una ceja.

—No, nada —aseguré.

Me di la vuelta, esta vez para marcharme de verdad.

—Andreik. —Mi nombre salió de su boca.

Volteé nuevamente.

—Mi sueño era ser pianista, ¿sabes? —Soltó de la nada. Ni siquiera sé por qué me dice esto a mí—. Cuando mis padres murieron comprendí que era solo eso: un sueño, y terminé olvidándolo hasta que me rendí. Cada vez que tocaba o tan sólo miraba un piano recordaba a mi madre y comenzaba a llorar. Por eso lo dejé.

—No te rindas. Los sueños están para perseguirse y nunca es tarde para volver a empezar. Recuerda eso, Chica de los Gatos —murmuré para levantarle el ánimo y le dediqué una sonrisa reconfortante.

Ella sonrió a modo de agradecimiento, sabía que no obtendría nada más que esa sonrisa. Aunque, me bastaba. Verla sonreír era más que suficiente.

Salí del dormitorio y me dirigí al mío. Al llegar, me acosté en mi cama, mirando al techo hasta quedarme profundamente dormido.

A la mañana siguiente, al despertar entré al baño en mi cuarto y me lavé la cara. Cuando salí de la recámara, el amable Axel ya tenía hecho el desayuno.

Deberíamos contratarlo para que lo haga todos los días.

Concuerdo totalmente.

El desayuno era huevos con tocino y pan acompañado por mantequilla y jugo natural. Delicioso. Todos en la casa aún llevaban el pijama.

Sofía amaneció con cara culo y miraba mal a todos. Ya volvimos con su bipolaridad. Miley parecía no haber dormido bien anoche porque tenía unas ojeras espantosas. Lizt se volteó como la niña del exorcista cuando yo iba bajando las escaleras y di los buenos días.

Julia desde temprano estaba pegada al celular. Axel seguía preparando el desayuno y haciendo maniobras con el sartén —moviéndolo para voltear los huevos fritos junto a los trozos de tocino— hasta que decidió dejar de hacerlo, ya todo estaba listo.

Y Ara, pues, no había bajado aún.

Me senté a la mesa con los demás mientras mi primo servía el desayuno. La Chica de los Gatos llegó bostezando justo a tiempo para sentarse con nosotros.

Comenzamos a comer y nada más probar un bocado, ya todos estábamos elogiando a Axel por cocinar tan bien.

Ara se sentó entre el cocinero y yo. No podía evitar mirarla, pero nadie se dió cuenta de que lo hacía.

Cuando volvimos a la escuela, la idea de invitar a Axel y sus hermanas a vivir conmigo rondaba por mi cabeza.

No sería mala idea en realidad.

Claro que no. Además, así vería a La Chica de los Gatos permanentemente hasta que ella quiera irse, ya que obviamente no la obligaré a quedarse.

Se puede traer a los gatos también.

Por supuesto, querida conciencia.

***

En las clases, no pude concentrarme como es debido. Las notas musicales no salían con claridad y perdía el ritmo de la melodía que tocaba en el piano. Lo mismo ocurrió con los demás instrumentos en los cuales era experto.

Decidí llamar a mi madre cuando terminaron todos los turnos del día y la noche se acercaba. Mi compañero de cuarto —que no casualmente es Axel—, todavía no llegaba a la habitación así que podía estar en paz durante la llamada. Y con estar en paz me refiero a que Axel siempre está jodiendo y habla más él que yo.

En el momento en que tomé el teléfono y pulsé el ícono de los contactos, el celular comenzó a vibrar y el nombre de mi mamá apareció en la pantalla.

Sonreí por esto.

Descolgué antes de que terminara el primer tono.

—Hola, mamá. Justo pensaba llamarte ahora y lo iba a hacer hasta que llamaste.

—Pues, que buena elección fue llamarte primero. —Ella rió. Amo escuchar su risa.

—¿Cómo están todos? —pregunté.

—De maravilla, hijo. Estoy en la casa de la tía Cheryl ahora mismo —anunció mamá.

—Salúdalos de mi parte —pedí yo—. ¿Quieres hacer una videollamada?

Unos segundos después, la pantalla me mostró a las tías Cheryl y Sara con mis tíos los hermanos LeBern. El fondo indicaba que efectivamente se encontraban en la casa de la tía.

Ellos se hallaban reunidos en una mesa con una botella de champán en el centro. Mi papá la tomó y me la enseñó. La tía escritora sacó una botella de vino y también me la mostró.

Nos hacen falta cinco de esas.

—Ya veo que se divierten sin nosotros. —Me hice el ofendido y me llevé una mano al corazón para parecer más dramático.

—A veces necesitamos sentirnos jóvenes como antes de que ustedes existieran. —Mi madre se encogió de hombros y soltó una corta risa.

Auch, eso dolió.

—¿Estás diciendo que somos un estorbo? —Me atreví a cuestionar, entrecerrando los ojos.

—Pues sí, es justo eso. —El mayor de los hermanos LeBern puso una mueca luego de su intervención.

—Hieren a mi pobre corazoncito. —Me llevé una mano al pecho, de nuevo.

Un tiempo después por fin cortamos la llamada. Ellos siguieron en su fiesta y yo seguí solo ya que Axel aún no llegaba. Me pregunto qué estará haciendo tanto que no acaba de lle... Bueno, ya llegó.

Soltó un enorme suspiro cuando entró y se dejó caer sobre la cama. Empezó a quitarse los zapatos sin decir nada. Su ropa estaba arrugada y él se veía un poco despeinado. Ya sé lo que estaba haciendo. Él de verdad no cambia. La primera chica que baja la guardia —cosa que al final todas hacen— termina enredándose con él. Eso nunca falla.

Espero que Ara no termine cometiendo el mismo error.

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