Capítulo 41

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Lo miré una última vez. Seguía pensando que lo conozco y honestamente me resultaba extraño el parecido que tiene con mis hijos. De todos modos es imposible, son sólo ideas locas que tengo.

Aún sigo de pie frente a la hoguera. Lo he pensado mucho en unos segundos y he decidido pedir algo a mi padre. Sé que me dará un rotundo "No" como respuesta, pero vale la pena intentarlo.

Me acerqué a él en silencio, preparando cómo decirle. Me aclaré la garganta. Él me miró de reojo, estaba muy ocupado viendo cómo se llevaban a la hoguera al tal Axel para atarlo nuevamente.

—Padre. —Le llamé, hice una pausa corta—. ¿Podemos hablar?

—Claro que sí, hija —contestó.

Ambos nos alejamos un poco del grupo. Mi madre nos miró y el signo de interrogación se le notaba en la cara.

Al estar lo suficientemente alejados para tener más privacidad, comencé con un tono suave:

—Quiero que sueltes a los intrusos —pedí sin tantos rodeos.

—¿Qué? —emitió.

—Que sueltes a los intrusos. Por favor, padre, nunca te he pedido nada. Siempre he sido buena y me comporto como debo hacerlo.

—Si lo hago, tú te encargarás de ellos. —Su tono de advertencia era claro.

—Sólo me haré cargo del chico. La chica no será mi problema —informé, cruzándome de brazos.

Con él tenía que parecer fuerte.

Mi padre me dedicó una mirada cargada de negación. Por fuera me mantenía con una posición imponente y una mirada fuerte, aunque por dentro era todo un manojo de nervios.

—Trato hecho. —Extendió su mano hacia mí. Cuando fui a agarrarla, él la retiró—. Pero, mucho cuidado, Ezra.

Me tendió la mano una vez más y esta vez sí cerramos el negocio.

Volvimos al lugar donde se encuentran los demás. Mi padre ordenó que soltaran a los intrusos e informó que ahora serían parte de nosotros.

La mujer intentó salir corriendo mientras gritaba. Uno de los que la ató, pudo atraparla y hacerla callar antes de que se fuera, aunque de todos modos no tenía a dónde ir.

Esa chica me cae mal.

Se ve muy irritante, conciencia.

***

Me enteré de la historia de cómo llegaron aquí —o al menos de una parte— gracias a mi madre. Ella fue quien los encontró en la playa. Mientras yo estaba de pesca, al parecer ellos venían en un yate o algo así y el yate chocó con unas piedras. De algún modo terminaron inconscientes lejos del astillero y después los llevaron a la hoguera gigante.

Ahora, el hombre y yo caminamos hacia la que será su cabaña.

—Ara, Chica de los Gatos —murmuraba el tal Axel.

No paraba de hablar sobre una supuesta vida que tuvimos juntos en todo el camino hasta aquí.

—¡Ya te dije que mi nombre es Ezra! ¡Ezra Beck, idiota! —grité, harta de que me llamara por un nombre que no es el mío.

Quizás chocar y terminar en la playa le afectó el cerebro. Suspiré irritada y cambié de tema cuando llegamos al lugar:

—Dormirás aquí y yo estaré en la otra cabaña. Cualquier cosa, arréglatelas como puedas.

—¿Tu cabaña está al lado de la mía? —preguntó él un poco emocionado.

Eso es malo. La verdad, no fue idea mía que estuvieran cerca, pero mi padre así lo quiso. Para vigilarlo mejor.

—Así es, ahora vete a dormir —ordené, firme y me volteé para irme.

—¿Y Milenne? ¿Dónde está?

Solté un suspiro con hastío. Me volteé hacia él y le respondí con dureza:

—Me da igual dónde esté ella. Debe estar bajo custodia con mi padre o con mi madre. No me interesa.

Ya sabía que Milenne es esa chica con la que llegó.

—Bien. —Él suspiró, aliviado. Si están casados no debería sentirse así—. Mientras más lejos esté de mí, muchísimo mejor será.

Hubo silencio. Quería irme, sin embargo, mis piernas no se movían de su lugar. Axel o cómo se llame se me quedó mirando un buen rato bastante largo.

—¿Qué miras, idiota? —cuestioné, muy ruda.

Tal vez me estoy pasando, aunque desde pequeña mis padres me enseñaron a ser así. A no confiar en intrusos y a ser ruda.

—Lo grandiosa que eres. —Parecía como embobado conmigo.

Definitivamente le falta un tornillo. Enarqué una ceja y crucé los brazos, lo miré con cara de: "¿Y a ti qué te pasa, men?", pero bien rudo.

—¿Dónde estuviste estos últimos cinco años, Ara? —inquirió con una tristeza notoria en su voz, ignoró mi postura.

—Nunca he salido de esta isla —recalqué de nuevo. Ya me arrepiento de intentar ayudarlo—. Y te dije que no me llamo Ara. ¿Cuántas veces debo repetirlo para que lo entiendas de una maldita vez?

Él pareció entristecerse aún más.

—Aún te amo... —Dejó la frase en el aire, tomando mis manos repentinamente.

¿Qué carajos...?

Me miró a los ojos. Sentí algo dentro de mí que se revolvió y no sé por qué. Quizás es hambre. Con un movimiento rápido y ágil de su parte, colocó su mano derecha en mi nuca, me acercó a él y plantó un beso fugaz sobre mis labios.

Lo aparté de un empujón y le di un fuerte bofetón. Él se llevó la mano a su mejilla y una vez más me observó.

No se puede negar que es lindo.

¿Pero, qué dices, conciencia? Ahg, a veces en serio te pasas.

Tenía el cabello revuelto. Vestía una camisa azul clara, rasgada, con unos pantalones de mezclilla rotos también e iba descalzo. Su pecho subía y bajaba lentamente. Mi mente se volvió un caos.

Unos recuerdos confusos hicieron de mi cabeza un lío. Había mucha gente. Una edificación enorme. Luego una casa grande. Él cocinando. Todo era tan confuso. Empezó a dolerme la cabeza.

Sin decir nada me marché casi corriendo a mi cabaña, pensando en lo que había pasado y en esos vagos recuerdos tan extraños.

Todo esto es culpa de él.

Llegué a mi cabaña en estado de shock. Por suerte él no me siguió. Tragué grueso y me adentré en mi hogar. La luz de la luna entraba por una ventana y podía ver claramente a mis dos hijos.

En la habitación, mi cama estaba en el centro. A mi izquierda está Rosa, acurrucada entre las pieles de animales, abrazando la muñeca de palo que le hizo mi madre. A mi derecha está Day, hablando dormido. Él en algunas ocasiones se levanta sonámbulo y se pasa a mi cama.

Esos dos son mi vida entera.

Sonrío olvidando por un segundo lo que pasó menos de cinco minutos antes. Sacudo la cabeza alejando cualquier tipo de pensamientos estúpidos y confusos. Me meto a mi cama y cierro los ojos, así y todo, es imposible para mí dormirme.

BILLONAIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora