Capítulo 42

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AXEL

La miraba y no podía dejar de hacerlo. No podía dejar de lado todo lo que sentía por ella, todo lo que aún siento. Quizás me merezco que ella no recuerde nada o es parte de mi karma después de hacerle tanto daño.

Suspiro pesadamente.

Me levanto de la cama. El sol de la mañana está fuerte cuando salgo. Sin pensarlo mucho, camino hacia la cabaña de Ara.

—¡Ara! —La llamo, aunque no recibo respuesta.

¿Desde cuándo llamamos antes de entrar?

Nunca lo hemos hecho.

Sonreí maliciosamente y entré a la cabaña. No hay nadie. El detalle de tres camas en la cabaña me llama la atención.

La cama del medio es la más grande. Las otras dos son considerablemente más pequeñas. En una hay una muñeca de palo. Me acerco a esa cama y agarro el juguete.

—¡Mamá! —Escucho el grito de una niña asustada.

Me volteo para verla. Esa niña...

—¡Mamá! —Vuelve a gritar, más asustada, ella mira hacia atrás, buscando a alguien.

Doy un paso al frente, hacia ella. La niña retrocede. Llega un niño muy parecido a ella, ambos deben tener cinco años.

Siento que las camas pertenecen a esos dos niños.

—¡Aléjate de mi hermana! —gritó el niño, poniéndose a la defensiva delante de la niña.

Son mellizos. Se parecen a Ara, y a... mí.

—¡Hombre malo! —El niño corre a mi posición y me da una fuerte patada en la pierna.

Auch.

—¡Niño hijo del diablo! —exclamé adolorido.

De algún modo hacen que caiga sobre la madera del suelo. Mi espalda cruje al impacto.

Auch, de nuevo.

Los mellizos se lanzan sobre mí y empiezan a golpearme. No son golpes muy fuertes, pero es como si esos dos niños tuvieran entrenamiento militar. Luego de un rato conseguí sacarlos de arriba de mí. Me levanté y vi una sonrisa orgullosa de parte de Ara.

Mostré una cara de indignación.

—Bien hecho, niños. —La Chica de los Gatos sonrió más—. Rosa, Day, vengan con mamá.

Los niños corrieron a esconderse detrás de ella. Así que sí son sus hijos. Eso sólo quiere decir una cosa: son nuestros hijos.

—Deberías arreglarte —Ella rió— un poco... —Señaló mi cabello—... el pelo.

Estaba embobado viendo cómo reía. Aunque se ríe de mí, me gusta verla reír. Extrañaba verla así, de ese modo. Extrañaba su risa. Joder, no sabía cuánto la extrañaba hasta que volví a verla.

Sentía una lágrima rodar por mi mejilla. Ella dejó de reír en el momento en que lo notó.

—Axel... —Extrañaba su voz pronunciando mi nombre.

Suspiré y sequé esa lagrima. Los niños me miraban con extrañeza y ella con una luz de preocupación en sus ojos.

***

—Atiende bien porque sólo lo explicaré una vez. —Me decía la Chica de los Gatos.

Claramente no le estaba prestando atención.

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