Capitulo Uno.

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El crepúsculo siempre le cogía por sorpresa. En este mundo de dos soles, empezaba temprano, un sol descendía primero, luego el otro le perseguía en un rápido deslizamiento hacia el horizonte. La áspera luz del sol dejó paso a las largas sombras que pintaban de
gris el suelo del cañón. Otro día se iba. Otro día venía. Cada uno igual al anterior. Obi-Wan Kenobi agachó la cabeza mientras salía de su pequeña morada de Tatooine. Era el momento de hacer un viaje sobre el árido paisaje de los Eriales de Jundlandia. El momento de acechar sobre una granja de humedad y observar a un pequeño bebé gatear alrededor del complejo. El momento de reasegurarse que había pasado un día más, y Luke Skywalker estaba bien. Se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada. Los Moradores de las Arenas tenían cuidado con él, pero era precavido con la seguridad. Nadie estaba a salvo del salvajismo de sus incursiones de saqueo.

Su morada era pequeña y sencilla, un cobertizo, en realidad, labrada en la pared del cañón. Él la había hecho confortable, no porque se preocupase por su comodidad, sino porque le proporcionaba algo que hacer. En aquellos primeros y furiosos meses, le había apaciguado barrer la arena de los suelos, modelar un sistema calentador, reparar un muro agrietado que dejaba pasar la luz al amanecer, y expulsar pequeños volcanes de arena
durante las frecuentes y feroces tormentas de viento.

Había encontrado la casa por accidente, por suerte. Simplemente había empezado a cabalgar en su eopie en círculos que iban haciéndose más grandes alrededor de la granja
Lars hasta que encontró un lugar lo suficientemente cerca para poder acercarse andando a la granja, pero lo suficientemente alejado para que la familia no notase demasiado su
presencia. Un transeúnte, buscando empezar una granja o comerciar con los jawas la había abandonado, probablemente.

Sin duda él o ella había descubierto finalmente que sólo los más duros y afortunados sobrevivían en Tatooine.
Owen y Beru Lars sabían que estaba aquí. Su amistad con él era una amistad
incómoda; ellos sabían que había salvado a Luke, pero el tío y la tía de Luke también conocían la amenaza que había traído con él a Tatooine. Eran conscientes de que se acercaba para observar al niño, pero acordaron ignorarle, así Luke aprendería a ignorarlo también. Él estaba agradecido por su vigilancia, porque eso significaba que estarían vigilando también a cualquier extraño.

¿Y quién podría culparlos?, pensaba Obi-Wan, caminando con dificultad a través de la arena. Luke había nacido en tiempos de violencia y miseria. Naturalmente querrían protegerlo. No querrían que acabase en manos del Imperio o en las de los Moradores de las Arenas. O acabar como Obi-Wan, un guerrero convertido en un viejo hombre acosado por el dolor y la pena. ¿Volvería a haber algo dentro de él?, se preguntaba, tumbado en su jergón por la
noche, mirando al áspero techo de piedra. ¿Cómo podría una persona estar adormecida y llena de dolor al mismo tiempo? Había habido tanto de lo que se preocupaba. Y ahora casi todos a los que había amado estaban muertos.

Los nombres y caras empezaban en su mente. Qui-Gon. Siri. Tyro Caladian. Mace Windu. Los aprendices, Darra Thel-Tanis. Tru Veld. Sus Maestros, Ry-Gaul. Soara Antana. Y los Jedi masacrados en la purga. Pues había sido sólo eso, una masacre, impactante, devastadora, rápida… pero no lo suficientemente rápida para las víctimas.

Sus queridos amigos, Bant y Garen. La imperiosa Jocasta Nu. Los amables Ali Alann y Barriss Offee. Los guerreros, Shaak Ti, Kit Fisto, Luminara Unduli. Y los grandes Maestros Jedi, Ki-Adi-Mundi, Adi Gallia, Plo Koon…

Idos. La palabra resonaría en su cabeza.

Idos.

Idos.

Jedi con los que lucho, estudió, rió, un pase de lista de los muertos que marcaba un ritmo de tambor de dolor con cada latido. Y entonces, mientras el amanecer traía un rubor de luz a su techo, se giraba, como siempre hacía, hacia la última y peor cosa. La cosa a la que no podía evitar mirar, la cosa que le producía el dolor más terrible. El chico al que había educado y amado como un hijo se había convertido en un traidor. Un asesino. Un monstruo. Un converso del lado oscuro, un testamento del fallo de Obi-Wan en guiar y proteger. El chico, Anakin Skywalker, había muerto a manos del Emperador, y el Lord Sith Darth Vader había nacido en su lugar.

The Last of the Jedi : The desesperate missionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora