Capitulo Nueve

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Obi-Wan caminaba a través de las estrechas calles del área de alrededor del Lago Piedra Lunar, el lago más alejado en los suburbios de la ciudad. Comparado con el resto de Ussa, este era un distrito mugriento. Las calles eran estrechas y se retorcían unas con
otras en desconcertantes patrones. Las casas se amontonaban juntas, y los peatones caminaban rápidamente, mirando hacia abajo. Obi-Wan estaba alerta ante movimientos en los oscuros callejones.

Había obtenido un curso intensivo sobre cómo operaba el
mercado negro de Wil y Rilla. Mantenía su mano izquierda libre y sujetaba una taza desechable con te humeante. No lo bebía, sólo lo sujetaba. Había muchos puestos de té en Ussa, y se obtenía fácilmente. Todo lo que uno tenía que hacer, le habían asegurado Wil
y Rilla, era caminar por las calles del Distrito Piedra Lunar sujetando una taza en la mano izquierda. Tarde o temprano, alguien se le acercaría. Era un sistema que todo el mundo conocía, y por ahora, el Imperio no había sido capaz de descubrirlo.

El mercado negro
florecía en Ussa, algo que enfurecía a las fuerzas imperiales, le habían dicho a Obi-Wan.

—Ves —había dicho Wil—, ellos podrán tener nuestro gobierno, nuestra prensa y
nuestras fábricas. Pero no pueden tener nuestra lealtad. Sus espías no funcionan aquí.

Rilla había asentido.

—Por eso odian tanto a Ferus. Nadie le traicionará, ni por todos los créditos de
Bellassa. Esto les da esperanza a otros planetas.

No le costó mucho a Obi-Wan hacer contacto. Una mujer joven, con el pelo metido en una gorra oscura, se acercó disimuladamente a él.

—¿Qué estás buscando?

—Ropas —dijo él.

Ella suspiró de decepción.

—Tengo objetos tecnológicos… algunos datapads en funcionamiento, partes de un coche de las nubes…

—Hoy no, lo siento.

—Entonces gira a la izquierda en el siguiente callejón y silba.

Obi-Wan siguió sus indicaciones. El callejón estaba oscuro, a pesar de que aún no había caído la noche. Silbó suavemente. Un momento después, hubo un sonido crujiente. Un trineo gravitacional zumbó hacia
delante, con las ropas extendidas sobre él en un sin fin de colores y tejidos. Parecía como si ya hubiesen sido revueltas. Detrás de los mandos estaba Trever. Cuando vio a ObiWan, el chico sacudió la cabeza.

—Oh no. Tú no.

—Yo también me alegro de volver a verte —dijo Obi-Wan—. Pensaba que teníamos
el acuerdo de que me esperarías.

—Me entran picores cerca de los soldados de asalto. Soy así de gracioso.

—Me debes créditos. Y mi túnica, espero que no la hayas vendido. Te pagué para que esperases.

Trever cambió el peso de un pie a otro.

—Mira, no tengo los créditos, ¿vale? Ya los he gastado. Puedes coger alguna ropa.
Sigo pensando que te verías mejor en seda ramordiana. Creo que todavía tengo tu túnica por aquí… —Trever empezó a rebuscar entre las prendas de vestir. Dio con la túnica de
Obi-Wan y se la lanzó—. Aquí tienes. Ahora estamos en paz, ¿de acuerdo?

—Todavía no. Quiero un uniforme imperial.

—Me dijiste que se los devolviera a Mariana, ¿recuerdas?

—Pero no lo hiciste. Podrían ser valiosos. Habrás guardado esos para ti.

Trever gruño.

—Sabía que hoy sería un día sin luna. Vamos.

Obi-Wan siguió el trineo por las pavimentadas piedras del callejón. Trever se abrió paso a través de una estropeada puerta de metal e hizo señas a Obi-Wan para que pasara. Trever dejó el trineo gravitacional en una pequeña entrada atestada con vehículos
elevadores destrozados, la mayoría de ellos con objetos en diversas condiciones de deterioro. No había ningún lugar a donde ir excepto a través de otra puerta maltrecha. Obi-Wan fue a abrirla, pero Trever dijo:

—Espera. —Pasó delante y movió su mano sobre un destrozado y mugriento sensor que Obi-Wan había asumido que estaba roto.

En los viejos tiempos, habría sabido mejor qué asumir. ¿Estaba perdiendo su
percepción Jedi? Obi-Wan se corrigió a sí mismo. Tenía que tener el mismo enfoque que siempre tuvo. No podía dejar que los días de aislamiento, las semanas y los meses de sufrimiento embotaran sus habilidades. La puerta hizo un clic, y Trever la empujó abriéndola. Dentro había una sala grande, ocupando todo el primer piso del almacén. Estaba repleta de contrabando. Obi-Wan se detuvo, maravillado. El material estaba dividido en montones separados. Hombres y mujeres cogían objetos de diversas pilas y los colocaban en carritos, o escondían pequeños objetos bajo sus túnicas, y salían de nuevo al exterior. Algunos parecían estar
comprando, seguidos de cerca por los vendedores.

—¿Cómo vigilan sus propios objetos? —preguntó Obi-Wan.

—Honor entre ladrones. Vamos.

Guió a Obi-Wan a un rincón alejado. Un grupo de recipientes de duracero estaban pulcramente dispuestos en filas. Fue directamente hacia uno en la parte de atrás. Sacó un uniforme imperial de un oficial de bajo rango. Pero antes de dárselo a Obi-Wan, vaciló.

—No me digas lo que vas a hacer con esto. Y este es el último favor que te hago.

—El último favor. Prometido —Obi-Wan cogió el uniforme.

—Y no te cambies aquí —le advirtió Trever—. Desatarías el pánico. Todo el mundo pensaría que estás aquí para arrestarles —vaciló un momento—. ¿Esto tiene que ver con
Ferus?

—Pensaba que no querías saberlo.

—Bueno, si le encuentras, dile…

Obi-Wan esperó. Vio el esfuerzo en la cara del chico. Se preocupaba por Ferus.

—Dile que apesta como un bantha —dijo Trever rápidamente.

—Lo haré —le prometió Obi-Wan, y se dirigió hacia la puerta.

The Last of the Jedi : The desesperate missionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora