Capitulo Dos

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— Cualquiera que atraiga la atención del Imperio tiene que ser valiente o estar loco —dijo el primer piloto.

—O muerto —dijo el segundo mientras todos reían.

—He oído que es valiente y está loco —dijo Weasy—. Pero no muerto, aún no, en
cualquier caso. Han pedido tropas extra por él, y ya habían llevado uno de esos batallones imperiales. Les ha puesto las cosas difíciles a las tropas de asalto. Se ha convertido en una leyenda en Bellassa.

—¿Y qué le ocurrió?

—Nadie lo sabe. Escapó. Tienen a un comandante intentando cazarle —quieren convertirlo en un ejemplo para otros que podrían intentar rebelarse. Vale una recompensa o dos, si estáis interesados.

—Yo no —dijo el primer piloto—. No me enredo con el Imperio. Ni siquiera para
ayudarles. Es mejor quedarse a un lado. Pásame esa jarra, ¿quieres? Aún estoy sobrio.

—Su compañero todavía sigue en prisión —dijo Weasy—. Creo que piensan que
Ferus Olin intentará un rescate, pero hasta ahora, está desaparecido —gruñó mientras dejaba su bebida—. Sería mejor para él que siguiese desaparecido. Tengo que hacer otro viaje a Ussa esta noche. Los suministros escasean allí, y hay créditos por hacer.

Obi-Wan le dio un sorbo a su bebida, intentando encontrarle sentido a los
sentimientos que se enredaban en su interior. Ferus estaba vivo. Obi-Wan había asumido que estaba muerto.
Ferus había sido un aprendiz Jedi. No importaba que hubiese dejado la Orden a los dieciocho años y hubiese sido un civil desde entonces. Había sido uno de ellos, y seguía con vida.

Al principio había seguido la pista de Ferus. Siempre pensó que después de las
Guerras Clon contactaría con él. Después de que hubiesen derrotado a los Separatistas. Eso fue antes de comprender que el lado oscuro no sería derrotado tan rápidamente. Sabía que Ferus había empezado un negocio con un socio, Roan Lands. Los dos se habían alquilado a los gobiernos interesados en proteger ciudadanos que eran soplones, aquellos que exponían las fechorías de las corporaciones especialmente crueles. Ferus y Roan les buscaban nuevas identidades y les vigilaban. Obi-Wan no sabía mucho más que eso. Había oído que Ferus y Roan se convirtieron en oficiales del Ejército de la República durante las Guerras Clon, pero nunca tuvo tiempo de seguirles la pista. Después de que Anakin se pasara al lado oscuro, Obi-Wan tuvo motivos para recordar a Ferus. Había sido Ferus el que le había advertido primero sobre Anakin. Ferus había sentido que los grandes dones de Anakin escondían un gran malestar. Ferus vio el poder de Anakin, y lo temió. Se lo debía.

—Todo lo que sé es que la próxima vez que vayas a Bellassa, no tendrás problemas —dijo el segundo piloto—. Ferus Olin estará muerto.

Obi-Wan estaba sentado, las manos en su regazo, su cabeza ocupada. Sentía
emociones dentro de él que no había sentido en mucho tiempo. En otra vida, no lo habría dudado. Habría despegado para Bellassa. Pero todo había
cambiado. Estaba al cargo de permanecer aquí y vigilar a Luke. Luke y su hermana era las últimas y mejores esperanzas para la galaxia. Él debía ser protegido.

Obi-Wan le había prometido a Yoda, le había prometido a Bail Organa, le había prometido a Padmé en su lecho de muerte que le vigilaría.

—Hasta que llegue el momento, desaparecer debemos —había dicho Yoda.

Pero Ferus también le había llamado.
No podía contactar con Yoda para pedirle consejo. Qui-Gon no estaba fácilmente
disponible para él. Tenía que decidir. Tenía que responsabilizarse.

— Al igual que me responsabilicé de Anakin.

— Sí, y mira lo que pasó por tu buen juicio.

Las voces en su cabeza eran familiares pero no menos reales. Confiar en sí mismo se había vuelto difícil. Su tarea era proteger a Luke. Se quedaría. Y si iba a lamentar esa decisión, aprendería
a vivir con ello. Al igual que había aprendido a vivir con todas las otras.
Obi-Wan salió fuera y respiró el frío aire, deseando que se llevase el ruido y el humo de la cantina. Buscó su eopie por los alrededores. Los eopies no eran conocidos por su inteligencia, pero esta bestia en particular podía arreglárselas para escapar de sus ataduras
y vagar, ávida de líquenes de arena que crecían entre la basura. Recogiendo su capa a su alrededor, Obi-Wan empezó a buscar, regañando al eopie en su cabeza. Piensas que si alimentes y cuidas de una bestia te recompensará con su lealtad, no largándose al primer signo de escarcha.

—No es con el eopie con el que estás enfadado —La voz fue seca, divertida—. Aquí estás, un Maestro Jedi, y ni siquiera has aprendido a identificar correctamente tus sentimientos.

La voz de Qui-Gon parecía venir de las sombras. Obi-Wan se paró de repente. Estaba sobrecogido. Era su Maestro. Incluso el sonido de sus palabras trajo a la mente de ObiWan la amable y robusta cara de Qui-Gon. Y después, el toque irónico de su sonrisa.

—Dijiste que no estaba preparado para empezar el entrenamiento…

—No lo estás —dijo Qui-Gon—. Pero necesitas ayuda.

The Last of the Jedi : The desesperate missionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora