4. Ben

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Narrador omnisciente.

Un extraño instante de silencio se cernió sobre el Claro

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Un extraño instante de silencio se cernió sobre el Claro. Fue como si un viento sobrenatural hubiera barrido el sitio y se hubiera llevado consigo todo el sonido. Newt había leído el mensaje en voz alta para los que no podían ver el papel, pero, en vez de estallar la confusión, todos los clarianos se quedaron sin habla.

Max esperaba gritos y preguntas, discusiones. Pero nadie dijo ni una palabra. Todos los ojos estaban fijos en la chica, que ahora se encontraba allí tumbada como dormida, con el pecho subiendo y bajando por su suave respiración. Al contrario de lo que habían pensado al principio, estaba muy viva.

Newt se puso de pie y Max esperó una explicación, una voz de la razón, una presencia tranquilizante. Pero lo único que hizo fue estrujar la nota en su puño; las se le hincharon bajo la piel mientras la apretaba. A Max se le cayó el alma a los pies. No sabía por qué, pero aquella situación le inquietaba muchísimo.

Alby ahuecó las manos alrededor de la boca:

—¡Mediqueros!

Max se preguntó qué significaría aquella palabra; sabía que la había oído antes. Entonces le apartaron una mano en el hombro, mientras que Thomas lo empujaron hacia un lado. Dos chicos mayores se abrieron paso entre la multitud. Uno era alto, con el cabello castaño y lleno de rizos. El otro no era tan alto, de piel morena y un poco más joven que su compañero.

—¿Y qué hacemos con ella? —preguntó el más alto con una voz dudosa.

—Y yo que sé —respondió Alby—. Vosotros dos sois los mediqueros; averiguadlo.

El moreno ya estaba en el suelo, arrodillado junto a la chica, tomándole el pulso, inclinado para escucharle el latido del corazón.

—¿Quién iba a decir que Jeff sería el primero en montárselo con ella? —gritó alguien entre el gentío y se oyeron varias carcajadas—. ¡Yo me pido con la otra!

Maxine frunció el ceño y de repente se vio atacada de comentarios iguales hacia ella, olvidando la presencia de la otra chica dormida.

Alby entrecerró los ojos y su boca esbozó una sonrisa apretada que no parecía tener nada que ver con el humor.

—Si alguien toca a Maxine o a la otra chica—dijo—, pasará la noche durmiendo con los laceradores en el laberinto. Está prohibido, no preguntéis. —Hizo una pausa y se dio la vuelta describiendo un lento círculo, como si quisiera que cada uno de ellos le viera la cara—. ¡Más vale que no la toque nadie! ¡Nadie!

Fue la primera vez que a Thomas le gustó oír algo de lo que salía de la boca de Alby.

El chico al que habían llamado mediquero —Jeff, si estaba en lo cierto— se levantó al acabar de examinarla.

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