8. Reunión.

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Narrador omnisciente.

Pasó una media hora

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Pasó una media hora. Ni Maxine ni Minho se movieron un centímetro.

Maxine, por fin, había dejado de llorar; no podía evitar preguntarse qué pensaría Minho de ella o si se lo contaría a los demás y le dirían muchas más cosas como las que ya le llamaban. Pero, Minho se había mostrado compasivo y parecía entenderla.

Volvió a arrastrarse hasta el borde del Precipicio, asomó otra vez la cabeza para fijarse mejor ahora que ya había amanecido del todo. El cielo abierto delante de ella era de un fuerte color púrpura que, poco a poco, se iba mezclando com el azul intenso del día, al que acompañaban tintes anaranjados del sol sobre el plano y distante horizonte.

—Hemos sobrevivido una noche entera —murmuró Max, sin siquiera haberse parado a pensarlo.

Aquello pareció captar la atención de Minho, quien se giró a mirarla, cansado y agotado por todo lo que había pasado.

—Eso parece. —Hizo una pausa, como si intentara acordarse de algo—. ¿Y Alby?

—Lo escondí. —Max se levantó del suelo—. Tenemos que volver, hay que despegarlo del muro.

Al ver la confusión en el rostro del corredor, enseguida le contó lo que había hecho con la enredadera. Minho bajó la vista, desanimado.

—Es imposible que aún esté vivo.

Maxine se negaba a creerlo.

—¿Cómo lo sabes? Venga. —Empezó a cojear por el pasillo de vuelta a la entrada.

—Porque nunca nadie ha logrado... —Se calló, y Maxine supo lo que estaba pensando.

—Eso es porque los laceradores siempre los habían matado antes de que vosotros los encontrarais. A Alby solo le dieron con una de esas agujas, ¿no?

Minho se levantó para acompañarla en su lenta marcha de vuelta hacia el Claro.

—No lo sé, supongo que esto nunca había sucedido. A algunos chicos les habían picado durante el día, y esos son los que recibieron el Suero y pasaron por el Cambio. A los pobres pingajos que se quedaban atrapados en el laberinto por la noche no los encontrábamos hasta mas tarde; a veces, incluso días más tarde, si es que dábamos con ellos.

No mucho después, caminaron en silencio, cojeando hasta llegar a dar con Alby.

—Con cuidado —habló Minho, ayudando a Maxine a bajar de la rama a Alby, desenredando los nudos de las enredaderas.

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